Panamá
Por Carlos Almira , 8 abril, 2016
La revelación de los papeles de Panamá ha puesto de manifiesto la quiebra del actual contrato social, entre los de arriba y los de abajo. Con independencia de la complejidad jurídica y política del tema, me parece que es hora de hablar con sencillez, y de extraer las consecuencias de todo lo que está pasando, con un lenguaje claro y rotundo:
La primera es que, desde este momento, todos los “ciudadanos” del mundo (o al menos, de los países cuyas élites sólo tienen un país, su dinero), quedan libres de la obligación de contribuir, mediante los impuestos o de cualquier otra forma, al mantenimiento del actual orden social. En una palabra: quien pague impuestos a partir de ahora, que lo haga solo por la pura coacción y la fuerza. Sólo hay dos países (o mejor dicho, tres): el de los que tienen el dinero; el de los que no se tienen más que a sí mismos; y el de los que asesinan en nombre de “Dios”.
La segunda conclusión, es que hay una lucha de clases. Todas aquellas personas que no tengan dinero (capital) deben organizarse y tomar conciencia de sí mismas, una conciencia que les lleve a estrechar lazos comunitarios a nivel europeo y mundial, entre ellas y contra las élites (llámense de izquierdas o de derechas), en todo el mundo, utilizando las nuevas tecnologías a su alcance. Hoy por hoy, sólo hay, hasta donde yo sé, dos grupos que actúan con un fuerte sentimiento de comunidad de intereses a nivel mundial: el de los que tienen su dinero como único país, y el de los que matan en nombre de Dios. Es urgente que todos aquellos que sólo nos tenemos a nosotros mismos, nos unamos en una causa común contra los dos grupos anteriores, que encarnan lo que ya Aristóteles definía como los seres ajenos y contrarios a la Polis humana: las bestias o los dioses.
En tercer lugar, es necesaria una nueva cultura de los de abajo. Los de arriba se han arrogado el monopolio de la violencia “legítima” (física y mental), como decía Weber, con la que nos tienen sometidos a todos con el único fin de servirse a sí mismos. Ya es hora de decir bien alto y bien claro que la violencia también puede ser justa. La historia está llena de ejemplos: el 9 de noviembre de 1939 un carpintero suabo, alemán, Johan Georg Elser, hizo estallar una bomba de fabricación casera en la cervecería de Munich donde Hitler daba todos los años su discurso para conmemorar el Pucht de la Cervecería (la Burgerbraukeller). Su intención era matar a Hitler, Goebels, Goring, Himler, Heydrich y Borman. No lo consiguió por sólo doce minutos, ¡y fue una lástima que no lo consiguiera, porque nos hubiéramos ahorrado cincuenta millones de muertos!
En este momento, mientras escribo esto, las autoridades de la Unión Europea (que pertenecen al país del dinero), mantienen campos de concentración en Grecia, Turkía y los Balkanes, contra el Derecho Internacional que ellas mismas se han dado.
En la nueva cultura urgente, para los de abajo, es necesario demoler algunos mitos, y entre ellos está el del trabajo. No queremos que nos “den” trabajo. Queremos vivir con dignidad y humanidad, TODOS. Hay que expropiar y llevar a los tribunales de los de abajo a los señores y las corporaciones del país del dinero.
Por la desobediencia civil, pacífica, justa y mundial, y por el fin inmediato del actual orden de cosas.
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