Pedro Sánchez, anticapitalista
Por Carlos Almira , 6 febrero, 2016
En una entrevista reciente, ya en plena campaña electoral, el candidato a la presidencia del Gobierno, el señor Pedro Sánchez, ha mencionado, entre los principios de la izquierda democrática, la defensa del mercado. Sigue en esto una tradición ya asentada en la socialdemocracia, y vuelve a sonar como un eco de opiniones expresadas más sentenciosamente (como la del señor Felipe González, cuando vinculaba causalmente la economía de mercado con la democracia). Y hay algo de verdad, pero también un grave malentendido, en esta cuestión, que quiero intentar aclarar aquí.
Antes, no obstante, no puedo dejar pasar la advertencia del Presidente del BBVA, que indicaba también hace unos días, que nuestros políticos deberían evitar caer en fórmulas fracasadas hace ya más de cien años. Supongo que se refiere al marxismo y, quizás también, al tipo de régimen totalitario construido bajo su inspiración en distintos lugares del planeta, a raíz de la “Revolución” Rusa de 1917. Creo que hay, aquí, al menos dos malentendidos que deberían aclararse: el primero es que, efectivamente, el modelo soviético fue un fracaso histórico, pero que una parte no desdeñable de ese fracaso fue precisamente, un resultado histórico, porque la Unión Soviética perdió la Guerra Fría. Es decir, que en el fracaso del modelo soviético hay razones internas al mismo (como la ineficiencia económica de la Planificación Estatal no democrática; la superioridad de los mecanismos de intercambio libre a la hora de asignar racionalmente los recursos; la necesidad de una mínima libertad individual y de una garantía jurídica sobre los derechos privados para estimular a los agentes económicos, etcétera). Pero hay también en ese fracaso el resultado de una lucha, es decir, de la presión externa de todo el orden internacional capitalista, que forzó a las élites soviéticas, como después a las de China, Cuba, etcétera, a dedicar un porcentaje absurdo de su maltrecho PIB a Defensa y Política Exterior, acentuando así sus desequilibrios e ineficiencias estructurales. Y esto explicaría también por qué el modelo triunfante, el neoliberalismo global, también podría sucumbir por sus propias debilidades internas, ya que su triunfo sobre el anterior no se debió tanto a sus virtudes propias como a las graves deficiencias del adversario (entre las que cabe destacar su “déficit moral”), así como a esta presión y a su capacidad de generar una tecnología militar no desajustada con las necesidades de la economía civil.
Dicho lo cual, me gustaría aclarar el punto con el que empecé, esto es, la identificación mercado/ capitalismo/ democracia, que ha paralizado la imaginación política de casi toda la izquierda del siglo XX, y que se trasluce en las declaraciones del señor Pedro Sánchez. El argumento implícito y, en mi opinión, falaz, es el siguiente: 1º La economía capitalista es una economía de mercado; 2º por lo tanto, los capitalistas son partidarios de una economía de mercado; 3º las revoluciones liberales, que han dado lugar a los regímenes parlamentarios, se han producido siempre dentro de las sociedades con una economía de mercado, es decir, de libre empresa; 4º como los capitalistas son partidarios de esas economías de libre empresa, los capitalistas son partidarios también de la democracia; 5º por lo tanto, todos aquellos que rechazan el capitalismo, rechazan por eso mismo, no sólo el mercado libre sino también, la democracia. Ahora bien: la Historia del siglo XX habría “demostrado” la superioridad no sólo material, sino moral, del orden capitalista sobre el comunista. Con lo cual, quienes intenten buscar otro modelo alternativo desde la “izquierda” al orden neoliberal, no sólo se apartarán de la libertad de empresa y mercado y de la verdadera democracia (las libertades civiles), sino que repetirán aquel fracaso inapelable (los famosos soviets de la señora Carmena en Madrid).
Es fácil comprender que, en esta trampa mental, la imaginación política de aquellos que se dicen de izquierdas haya quedado paralizada. Es preciso, pues, deshacer la trampa. O mejor dicho, es posible hacerlo, como sigue.
En primer lugar, como ya señalara hace décadas Ferdinand Braudel, el Capitalismo, tal y como se desarrolló desde el comienzo de la Edad Moderna en Europa, no se apoyó ni favoreció los modelos de intercambio libre y de mercado (tan vigorosos en la Edad Media), sino que favoreció el Monopolio, que es lo contrario del Mercado libre. Las primeras y grandes empresas capitalistas de la Edad Moderna fueron sociedades de monopolio. Fueron diseñadas y actuaron contra el libre mercado (contra la producción artesanal, y contra la libre circulación de trabajadores y bienes en el campo, en las ciudades libres, y entre el campo y la ciudad). Los capitalistas aprovecharon la concentración y el aumento del poder político de los Soberanos y los Estados Modernos para imponerse sobre el libre cambio, que había imperado bajo el orden feudal, para establecer, a su amparo, su dominio exclusivo y monopolístico, y su derecho a las riquezas del mundo. El Capitalismo no es pues, un orden económico favorable sino contrario al libre mercado.
Por lo tanto, si fuera cierto que las revoluciones liberales alumbraron los primeros rescoldos de los regímenes parlamentarios y, en embrión al menos, democráticos, y que éstas eran inseparables de la burguesía ligada a las profesiones liberales y al mercado libre (con su contrapartida, los derechos civiles), entonces los capitalistas, contrarios desde sus origen por principio y por sus intereses a la libre empresa, nunca fueron partidarios ni favorecieron las libertades políticas sino más bien, al contrario. Por eso en épocas de crisis general, los capitalistas apostaron siempre por las soluciones totalitarias (fascismo, nazismo, Dictadura militar), que les garantizaban mejor su posición de monopolio amenazada real o simbólicamente, mejor que los regímenes parlamentarios, demasiado débiles en esa coyuntura histórica para seguir asegurándoles su posición dominante sobre el mercado y la sociedad. El capitalismo no lleva en su ADN la democracia, como no lleva tampoco el libre mercado ni la libre empresa, sino el monopolio y, llegado el caso, la Dictadura y el Totalitarismo.
Es trágico que la izquierda aún no haya comprendido esto. Que no haya sido capaz de imaginar una fórmula a favor del mercado y de la libertad económica y ciudadana, y por lo tanto, y sólo por eso mismo, contraria al orden capitalista (incluido el capitalismo de Estado comunista). Pues, a pesar de su enfrentamiento global, antes y durante la Guerra Fría, y esto es lo paradójico, las élites de los regímenes comunistas siempre tuvieron, en el fondo, en el orden moral y material, más en común con las élites capitalistas y sus pregoneros, que con cualquier otro sector de la sociedad, tanto de un mundo como del otro. Cuando el señor Pedro Sánchez dice que el PSOE es partidario del mercado, está diciendo nada más y nada menos, que quiere superar el Capitalismo. Como cuando el señor Aznar o la señora Esperanza Aguirre defienden a sangre y fuego el orden capitalista, se identifican, sin saberlo, con todas las élites económicas y sociales que en el mundo han despreciado y desprecian la libertad en nombre de su derecho exclusivo a todo, incluida la nomenklatura soviética.
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