Perdida, de David Fincher
Por José Luis Muñoz , 13 octubre, 2014
Poco ha tardado el best-seller indiscutible de Gillian Flynn (Kansas City, 1971) en convertirse en película. La primera y muy bien construida novela de esta escritora norteamericana ha caído en manos de uno de los mejores y más oscuros realizadores norteamericanos, David Fincher—Seven, El club de la lucha, El curioso caso de Benjamin Button—, pero también uno de los más domesticados por los estudios últimamente—adaptador de Millenium—, y la propia autora ha intervenido en el guion de la misma.
Los que conozcan la novela se quedan sin el aliciente del factor sorpresa—aunque alguno hay, porque Gillian Flynn ha introducido importantes variaciones hacia el final—, pero a los que no la hayan leído a mitad de la película Fincher–Flynn, en una larga secuencia explicativa, les desvelarán la retorcida personalidad de esa escritora juvenil, Amy Elliot Dunne, un ejemplo de letal manipuladora, obsesiva en los detalles y esposa vengativa, que demuestra ser una aplicada alumna del Ripley de Patricia Highsmith al urdir toda esa trama para desaparecer y que su marido sea acusado de su asesinato ficticio.
Se le podía reprochar a David Fincher el que no sea tan oscuro como el espectador espera que sea el director de Seven, o que tarde demasiado en dar ese giro desde lo que parece una sitcom acerca de una esposa desaparecida que va dejando pistas en un juego de gymkana de escasa gracia—en el libro resulta; en la película, no tanto— y con una sobredosis de expectación mediática que chirría en algún momento —las comparecencias ante los medios y ante el pueblo de los padres de la desaparecida y su marido— hacia el sangriento desenlace sobre el que, sin embargo, sigue planeando un humor retorcido. La película coge su velocidad de crucero óptima en cuanto la historia se centra en la desaparición de Amy y en todos sus pasos posteriores como su relación con una pareja de vecinos poco recomendable, que sospecha de su identidad, o la utilización, sin escrúpulos, de su antiguo novio Desi Collings (Neil Patrick Harris).
La película de David Fincher, como la novela de Gillian Flynn, es realmente la disección de un matrimonio que entra en barrena cuando los cónyuges pierden su mágico poder de atracción del uno hacia el otro, no queda otra cosa que desconfianza y rencillas y se pasa del amor al odio. Amy Elliot Dunne no soporta el paso de los años, aunque estos la traten excepcionalmente bien—una actriz más madura que Rosamund Pilke habría estado más indicada para el papel—, tener un marido parásito y encima infiel, y Nick Dunne busca otros cuerpos más turgentes, como el de su joven amante Andie Hardy (Emily Ratajkowski), que la de la dominante y rica esposa bajo la que se siente anulado, más desde que no tiene trabajo y depende económicamente de ella.
Podría pensarse que en la película de David Fincher existe un error de casting al haber elegido a Ben Affleck para el papel de marido, pero el aspecto entre atolondrado y bonachón del actor y director de Argo casa a la perfección con el del personaje Nick Dunne, ese zángano sobrepasado por los acontecimientos, perdido en la telaraña que ha hilado su vengativa esposa alrededor de todos los escenarios físicos de sus infidelidades, y que depende tanto emocionalmente de su hermana gemela Margo (Carrie Coon) que ésta se convierte en su confidente y salvadora en los momentos más difíciles de la retorcida historia. Rosamund Pilke, glamurosa, elegante y de una belleza fría, una especie de Kathleen Turner en sus mejores momentos, es una perfecta Amy, femme fatale, una mantis religiosa que maneja con tanta habilidad su vagina como el cutter y controla todos los resortes de su historia, como si fuera uno de sus libros de ficción, improvisando cuando todo se le vuelve en contra o se arrepiente de seguir adelante con su función. El actor afroamericano Tyler Perry encarna a la perfección el papel del abogado marrullero Tanner Bolt; y Kim Dickens y Patrick Fugit son una extraña pareja policial, los detectives Rhonda Boney y Jim Gilpin, muy poco profesionales por lo poco que llegan a descubrir: nada.
No es el mejor trabajo de David Fincher, ni de lejos, porque el final tiene lagunas y el inicio no engancha lo suficiente, pero consigue captar el director de Zodiac la esencia de las quinientas páginas de la novela policial en la que se basa en esos 145 minutos de entretenimiento cinematográfico convenientemente subrayados por la música de Trent Reznor y Atticus Ross que adquiere acordes turbios en los momentos precisos.
Perdida novela es muy superior a Perdida película que pierde por el camino ese relato a dos voces de los acontecimientos, la frenética partida de ping pong entre Amy y Nick que era una de las bazas de la obra literaria.
Esta historia sobre un falso culpable, tema muy querido por Alfred Hitchcoock, es realmente una ácida reflexión sobre el matrimonio y los peligros que éste entraña cuando uno quiere abandonar el barco y la otra parte se resiste a hacerlo, y es también una denuncia de los mass media, sobre todo los programas de telebasura—una comparecencia de Nick Dunne en un programa de máxima audiencia hace cambiar de opinión a la voluble Amy—, capaces en veinticuatro horas de convertir al culpable al que habían linchado en héroe, o viceversa.
En aras de mantener su fidelidad a la esencia cínica de la novela, David Fincher nos ofrece una película cuyo punto más débil sea quizás su ambigüedad genérica: cine negro, melodrama matrimonial y comedia.
Título original: Gone Girl
País: EE.UU.
Año de producción: 2014
Género: thriller
Duración: 149 minutos
Director: David Fincher
Estreno en España: 10/10/2014
José Luis Muñoz
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