Piedra, río, prado y mar: Cantabria
Por Mariano Velasco Escudero , 19 febrero, 2014
Un recorrido desde las paredes de Fuente De y el Valle de Liébana hasta la joya costera de la playa de Berellín
Hablamos de mediados de agosto, y aun así se trataba de un día cerrado de escasa visibilidad en carretera cuando llegamos por primera vez a la playa de Berellín (Prellezo), tras un generoso recorrido por parte de la comunidad de Cantabria que habíamos comenzado en Picos de Europa. Había leído sobre ella, sobre la playa de Berellín, e incluso visto más de una fotografía (era el único de los lugares elegidos que no conocía previamente), pero la impresión que causa in situ cuando uno se asoma desde el pequeño mirador de la carretera es la de estar ante la salvaje belleza de la costa en todo su esplendor. No solo es la postal, también es el olor a mar mezclado con el aroma verde de los prados, la brisa fresca en la cara, la fina lluvia en los ojos y, sobre todo, esa especie de atracción misteriosa que las olas del Cantábrico ejercen sobre quien las observa desde cerca.
En realidad, el poder evocador de los olores de Cantabria ya había surtido su hechicero efecto la jornada anterior durante el descenso en coche desde el alto de Piedrasluenguas (1.355 m), cuando en un gesto inconsciente bajé la ventanilla como acostumbraba a hacerlo aquel crío que fui en el viejo Seat 127, en el que tantas veces había recorrido ese mismo camino muchos años antes sentado en el asiento trasero. “Mirad a la izquierda”, decía mi padre al llegar a la cima del puerto, y si íbamos bien de hora no faltaba la parada para asomarnos al mirador y admirar el inmenso Valle de Liébana, con las paredes de los Picos de Europa al fondo. Era la estampa del comienzo del espectáculo, además del de las vacaciones.
Potes, corazón del Vallede Liébana, resulta buen lugar para instalar el campamento base si se desea recorrer la región cómodamente. Además de los innumerables alojamientos de turismo rural desperdigados por la zona, un sitio que cumple bien con los estándares del equilibrio calidad-precio es el Hotel Infantado, alojamiento de montaña situado en Ojedo, municipio contiguo a Potes.
Encrucijada de caminos y de aguas, de Potes parten rutas hacia variados destinos a cuál más apetecible siguiendo el curso de sus ríos. La carretera de Camaleño, río Deva arriba, conduce a toparnos de bruces con la impresionante pared de piedra de Fuente Dé, desde donde, quienes tengan tiempo y buenas piernas, podrán optar por cualesquiera de las rutas que serpentean las montañas o si no, como solución más fácil, tomar el teleférico hasta la cima para divisar el valle desde insuperable ubicación, siempre que el día permanezca despejado.
Las aguas del Quiviesa nos conducen hacia la Vega de Liébana,a los pies del puerto de San Glorio, desde donde se puede optar por la impresionante subida a las praderas de Dobres o por continuar puerto arriba, con parada obligada en el pueblo de Enterrías para visitar la Casa de las Doñas, un verdadero museo etnográfico de la forma de vida tradicional en los antiguos hogares del valle, entre cuyos enseres no podía faltar la alquitara para destilar el famoso orujo del lugar. La Vega fue para aquel niño del Seat 127 destino de vacaciones un verano tras otro durante varios años. Laura y sus hijas – antes de marcharse éstas a “hacer las Américas” – nos acogían en su casa familiar, ahora convertida en albergue rural. Y allí, en la Vega, sigue dando guerra aquella buena mujer, como también sigue estando aquella vieja rueda de molino al borde del camino que conduce a la vivienda. Encontramos a Laura yendo y viniendo al huerto – me reconoce después de tantos años, dice, por el parecido con mi padre -, y ante nuestra sorpresa por su vitalidad su hija nos habla de sus continuos “accidentes”, rodando su cuerpo de cuando en cuando montaña abajo en su afán por recoger el famoso té de los Picos. “¿Ya subisteis a Dobres?”, “¿y a San Gloriu?”, “¿pasasteis por Tudes?…”, pregunta recordando las obligadas excursiones de aquellos lejanos años.
Abandonaremos definitivamente Potes dejándonos llevar por el Deva en sentido contrario, camino del majestuoso Desfiladero de la Hermida, una verdadera obra de arte de la naturaleza y sus caprichos. El río continúa serpenteando ahí abajo con la agilidad de antaño, como si quisiera seguir separando las paredes del cañón, pero me desilusiona la breve visita al monumento a la trucha, donde tantas veces parábamos a descansar en el Seat 127. El rincón se me antoja ahora sucio, descuidado y abandonado a pesar de que la silueta del gran pez de hierro continúa dibujando su estático salto sobre las aguas del río.
Superadas las interminables curvas del desfiladero, la caprichosa carretera nos obsequiará con una breve visita a la amable vecina Asturias a su paso por Panes, para regresar de inmediato a nuestra Cantabria por Unquera (sí, donde las corbatas) y enfilar la autovía A-8 hacia San Vicente de la Barquera, pueblo que puede presumir de contar, además de con un entorno excepcional, con uno de los gentilicios mas bellos y sonoros de España. Un sencillo giro de 180 grados desde el puente de la Barqueta permite a los barquereños disfrutar de todo el esplendor de las maravillas del mar y de la montaña que envuelven este municipio de tanta tradición marinera.
Nos espera, no me he olvidado de ella, la playa de Berellín al final del recorrido, pero todavía queda tiempo para disfrutar de la Cantabria subterránea y realizar una visita a la cercana Cueva del Soplao , a la que se accede por la salida 269 de la autovía del Cantábrico, y de la que son características sus caprichosas formaciones excéntricas de estalactitas que, por suerte, parecen desafiar la ley de la gravedad. Y digo por suerte porque se queda uno con la boca abierta contemplándolas.
De regreso de la cueva, tomamos la N-634 dirección Prellezo para llegar en pocos minutos a un pequeño aparcamiento (la carretera sigue hasta el mirador de la playa, pero allí ya no es posible dejar el coche). Según el momento en el que llegue, bajamar o pleamar obsequiarán al visitante de la Playa de Berellín con sendos paisajes bien distintos, pero a cuál más sorprendente. La primera deleita con una amplia explanada de fino y húmedo arenal que acaba serpenteando entre las formaciones kársticas, dejando alguna que otra poza ideal para el baño de los más pequeños. La segunda, en cambio, ofrece el impetuoso golpear de las olas contra las rocas que rodean la playa, por las que desfilan centenares de crías de cangrejo en busca de refugio.
Y siempre al fondo, como si se tratara de la puerta de acceso al mar abierto, permanece ajeno a la marea el estiloso arco de roca, tan característico del paisaje de Berellín, invitándonos a traspasarlo, dejar Cantabria atrás y emprender nuevo camino hacia el horizonte.
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