Podemos, ¿el fin de un ciclo político?
Por Carlos Almira , 10 marzo, 2017
Los antiguos pensaban que la Historia es cíclica. Una versión extrema de esta creencia, es el Eterno Retorno. Sin tener que llegar a esos extremos, cabe preguntarse hoy si no se está cerrando un ciclo (en España, y en general, en occidente), y entrando en otro, fruto del anterior pero profundamente distinto y, para decirlo sin ambages, degradado.
Cuando nada se cuestionaba aquí, y cada uno vivíamos aceptando nuestra suerte (buena o mala), como un orden natural de cosas, reinaban invisibles, la corrupción y el poder de los de siempre. Entonces llegó la crisis de 2007, una crisis muy diferente de las que ya habíamos conocido en los ochenta y los noventa, que sacudió los cimientos de nuestro mundo. Y de pronto, empezamos a cuestionarlo todo. La adhesión a lo políticamente correcto, que era y es una ideología poderosa, empezó a ser una cosa del pasado. Nos volvimos «radicales» en el buen sentido de la palabra, es decir, empezamos a indagar sobre las raíces de nuestros males. Y quienes vieron amenazados su mundo, sus privilegios, comenzaron a defenderse y a despotricar contra aquella furia, que parecía, según ellos, querer devolvernos a los tiempos más oscuros, del totalitarismo del siglo XX, y, de paso, devorarlos a ellos.
Esta radicalización, a mi entender, fue necesaria y buena. Quizás siempre lo sea. Buscar las raíces de las cosas no puede ser malo. Más bien me parece una exigencia ética. Siempre que no alcance su propósito. Y esto es precisamente lo que intuyo que, de un tiempo a esta parte, está ocurriendo, al menos en España.
No es lo mismo ser radical, en el sentido apuntado arriba, que ser extremista y menos aún, que convertirse en un fanático. Mientras que el radical busca algo, y lo cuestiona todo, el extremista y el fanático creen haberlo ya encontrado, y se disponen a imponerlo como la única verdad, a todos. Por las buenas o por las malas. Lo primero puede llevar naturalmente a lo segundo, pero no es algo inevitable. No, si se toman las medidas, las distancias necesarias, y si no se pierde nunca la humildad ni el humor. La Verdad, yo no sé si existe, ni si hay una sola, ni si me es algo alcanzable. Esto no me impide sin embargo, desearla y buscarla con toda mi ilusión y mis fuerzas, pero sí debe vacunarme contra el fanatismo.
Creo, y ojalá me equivoque, que el movimiento radical que en España empezó con un cuestionamiento fresco y radical, sano y necesario, del orden de cosas existente hasta entonces, incuestionado e «invisible», está empezando a agonizar, si no ha muerto ya. Y creo que la propia evolución de Podemos es un índice posible y triste de esto. Quienes buscaban entonces nuevas certezas y verdades, y cuestionaron hasta su raíz, las ya establecidas «para siempre» (la Transición, el Sistema de Partidos, la Corona, los intocables y sagrados iconos del éxito social, el llamado progresismo de despacho, etcétera), en un momento de crisis dolorosa para la inmensa mayoría de nosotros, muchos de ellos al menos, ahora parecen creer haber encontrado, estar ya en posesión de esa verdad nueva y formidable, y disponerse a una nueva «evangelización» de la sociedad, por las buenas o por las malas, desde la izquierda.
Cuando el señor Urbán, y tantos otros, hablan de amigo y enemigo, ¿no reproducen la misma lógica, las mismas palabras cargadas de consecuencias funestas, que ya acuñara Karl Schmitd, para justificar desde el «Derecho» el orden (el caos asesino) nazi en Alemania? Por supuesto, ellos no tienen absolutamente nada que ver con esa ideología, y seguramente (yo estoy convencido de ello), los mueven en principio, ideales nobles, de verdadera justicia. Pero, ¿no hay un peligro enorme en creerse en posesión de la Verdad, y no es ese peligro el que puede convertir a un sano radical en un fanático que, andando el tiempo, cuando mire hacia atrás, ya no se reconozca ni a sí mismo (como, por el camino inverso, de aceptar el mundo tal cual es, el del interesado pragmatismo, que han seguido las élites del PSOE, ha debido pasarles a los mejores de ellos)?
La verdad hay que buscarla, siempre, como la Justicia, pero acaso, sea mejor no creer haberla encontrado nunca, no pensar haberla rozado siquiera. Me vienen a la memoria las palabras de Sófocles. Cuando los dioses quieren castigarnos, nos conceden nuestros deseos.
Me siento triste de haber visto nacer algo hermoso, para verlo quizás, morir, caminar hacia los monstruos.
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