Poemas sinfónicos de Richard Strauss.
Por Juan F. Gómez , 4 diciembre, 2014
Richard Strauss
Hoy visito el Auditori de Barcelona. Es una construcción nueva, de 1999, moderna y rectilínea. Me gusta el edificio, funcional y sobrio, sin estridencias que distraigan del auténtico protagonista, la música.
Acudo, como todos, a la sala Pau Casals, la más grande. La pirámide de edades no es uniforme esta noche. Los asistentes, mayoritariamente, sobrepasan los cincuenta años. Me pregunto si siempre es así o sólo cuando voy yo.
Hoy la Orquesta OBC dirigida por Pablo González interpretará “Poemas sinfónicos de Strauss”. Pero eso será en la segunda parte. El concierto comienza con “La fantasía de la Primera Bienaventuranza” del compositor catalán Lluís Benejam conmemorando el centenario de su nacimiento (1914).
“Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos será el reino de los cielos”. A partir de este conocido ejemplo del género literario bíblico, Benejam divide la obra en cinco secciones, comenzando con movimiento rítmico acusado que representa el fragor del mundo, su constante devenir hasta llegar a un final místico y contemplativo derivado de la llegada de los pobres de espíritu al prometido Reino del Cielo.
Benejam murió en 1968. Una vida corta para un compositor pero suficiente y meritoria si se tiene en cuenta que su madurez profesional se desarrolló en la posguerra.
A continuación se presenta Asier Polo, considerado el mejor violonchelista español de su generación. Siento la presión ajena de pensar que pueda estar nervioso siendo el centro de atención de centenares de personas. No lo parece. Sus dedos comienzan a danzar con la perfección del maestro. “Las variaciones sobre un tema rococó” de Tchaikovsky. Compuesto el mismo año que “El lago de los Cisnes”, permite a Asier Polo poner a prueba su violonchelo Rugieri de 1689. Una fortuna entre sus manos.
“Las variaciones”, no suele ser interpretada con mucha frecuencia. No me extraña. Encuentro que “Las variaciones” es muy complicada de interpretar y que está al alcance de muy pocos.
Comienzan los rituales que dan serenidad al espíritu. Los aplausos. La desaparición y vuelta a escena de Asier Polo varias veces. La propina musical que nos ofrece y sus saludos y agradecimientos. Choca la mano al que parece ser el decano de los violinistas. Ese que controla, como si fuera un subdirector, el área de los violines, coordinando más, si cabe, la organización del director de la orquesta.
Es el descanso. Seguimos el ritual y salimos a las áreas comunes hablando en voz baja, como si temiéramos romper la magia del ceremonial.
Cuando vuelvo a mi sitio me fijo en un niño que está sentado solo. Está leyendo un libro. Me imagino que cuando comience la segunda parte dejará de leer.
Empieza la segunda parte con el poema sinfónico del mito de “Don Juan” que, aunque su origen es español, en este caso Richard Strauss lo compone en 1888 basándose en versos inacabados del poeta austriaco Nikolaus Lenau. Un poema sinfónico desea mover tus sentimientos, describir una situación literaria que te inunde de sensaciones. Me preparo para ello.
Ha sido mi primera experiencia con el poema sinfónico. Una gran envolvente de sentimientos. Es cierto. Te abraza y te sugiere. Decido ahondar. Tengo material. Richard Strauss compuso ocho poemas sinfónicos en su primera época. Espero con curiosidad el segundo poema sinfónico de la noche.
«Las travesuras de Till Eulenspiegel». Forma parte del folclore del norte de Alemania y vendría a ser algo parecido a nuestro Lazarillo de Tormes. En cualquier caso parece que el personaje llegó a existir y la composición por parte de Richard Strauss es de 1895. Empiezo a imaginarme como puede plasmar las sensaciones de un pillastre mediante una orquesta. Creo que los percusionistas deberían empezar a temblar.
El grupo de los percusionistas son como un mundo aparte. Se encuentran al fondo del escenario, como si la cosa no fuese con ellos, excepto el encargado de los timbales que no para, golpeando, inhibiendo la vibración, volviendo a golpear. Los otros tres parecen más relajados ya que los veo sentados y tranquilos. Pero no creo. Su intervención suele ser esporádica. Un choque de platillos, un tintineo del triángulo, unas muestras de xilófono. Pero esa tranquilidad es ficticia. Siento que es una posición muy estresante ya que estás siempre en espera y debes ejecutar en el instante exacto. Un error es muy poco disimulable. Veo que todos trabajan de forma parecida. De repente, su posición hierática es rota por un aviso interno. Se pone en pie, mira fijamente a lo que creo es su partitura y coge el instrumento. Pongamos que unos platillos. Sin perder de vista su partitura se coloca en posición y en tensión hasta que, finalmente, genera el sonido en el momento exacto como una explosión que precede a un nuevo descanso. Con sumo cuidado deja el instrumento sobre un soporte y vuelve a su anterior situación, sentado y casi sin movimientos, hasta que una nueva alarma interna vuelva a ponerlo en solfa.
Así es. Un poema movido que no te permite el descanso, con innumerables sobresaltos y cambios de ritmo. Yo hubiese invertido el orden, primero «Till Eulenspiegel» y luego Don Juan, para salir más relajado.
Los rituales se suceden: aplausos, entrada y salida del director, saludos a unos y a otros, los músicos se levantan, con mención especial a los músicos de las trompas porque han tenido mucho trabajo. Luego todos por sectores. Me duelen las manos de tanto aplaudir. Me siento muy bien. Los rituales conocidos, por previsibles, generan seguridad. Salgo a la calle, sereno y tranquilo, porque no ha habido sorpresa alguna que no sea la del descubrimiento del poema sinfónico. Voy a escuchar muchos más.
No he sido de los últimos en salir y, sin embargo, ya aparecen algunos músicos vestidos de calle. Unos llevan el instrumento a cuestas, otros no. No parece que hayan hablado entre ellos demasiado al final del concierto. Bueno, supongo que como todos. No solemos perder mucho tiempo hablando cada día cuando se acaba la jornada. Para ellos es un día más en su profesión.
Poco a poco la calle se va quedando desierta. Yo también me marcho. Es tarde.
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