Por tierras de Unamuno
Por David Acebes , 25 agosto, 2015
Creo que en el arte contemporáneo lo que vale, lo que en realidad importa, es ese chispazo del intelecto que se produce ante la contemplación de una determinada manifestación artística. Al contrario de lo que ocurre en el arte clásico, cuyo visionado y posterior deleite suelen ser inmediatos, el arte moderno requiere, normalmente, de una explicación a posteriori que aclare el significado de la obra y saque a la luz la intención oculta del artista.
En la última exposición que he visitado, una retrospectiva de Jeff Koons en el Museo Guggenheim de Bilbao, he sentido ese chispazo del que estoy hablando. Una de las salas exponía un conjunto de pósteres de Nike con jugadores de baloncesto que el artista estadounidense había enmarcado y colgado a modo de cuadro. Por otro lado, en el centro de dicha sala el artista neo-pop había colocado un par de balones que flotaban en una urna y que respondían al título genérico de Equilibrio. Un espectador normal, un despistado turista, al entrar en esta sala y contemplar las obras expuestas, no se entera de nada y, aún diría más, la mayoría de la gente piensa que se trata de una tontería. Sin embargo, la cosa cambia cuando te explican que el balón de baloncesto flota en el agua y que eso representa el equilibrio y que ese equilibrio a su vez está relacionado con el “equilibrio social” que habían alcanzado los jugadores afroamericanos que juegan al baloncesto y que han triunfado en ese país de las grandes oportunidades. Entonces, sí. Entonces, todo el mundo dice: -¡Ah, eso tiene sentido!
Está claro que todo lo que se refiere al arte actual está relacionado con la denominada Teoría de la estructura. Esta teoría, cuyo origen podemos encontrar en el urinario de Duchamp, nos dice que para que un objeto sea considerado manifestación artística requiere una estructura superior, una red de significados, que la encuadren en un determinado sistema artístico que sea reconocible por el espectador. Un póster y un balón de baloncesto no son obras de arte, pero un póster y un balón de baloncesto, expuestos en equilibrio en la sala de un prestigioso museo, sí pueden ser considerados obras de arte. Al menos en la mente de aquellas personas que sientan el chispazo…
Lo que ocurre es que, a veces, ese chispazo tarda en producirse y, ante la contemplación de ciertas obras de arte, el orgasmo del intelecto no se produce de inmediato. Pongamos un ejemplo.
Paseando por un parque de Bilbao, poco después de mi visita al Guggenheim, me detuve ante una escultura pública de Markus Lüpertz, reputado artista y escritor alemán. Como pueden ver en la fotografía superior, su obra Judith me pareció grotesca y risible, sin que en mi intelecto se produjera el más mínimo atisbo de chispazo u orgasmo intelectual. No obstante, al continuar mi camino, a pocos metros de distancia, caí en la cuenta de la intención última del autor y el chispazo se produjo ipso facto. Se trataba de un homenaje encubierto al Ecce homo de Borja y yo no había sido capaz de verlo hasta ese instante.
Como representante de la postmodernidad alemana, el bueno de Markus Lüpertz había tratado de emular a la alta restauradora española Cecilia Giménez y había creado su particular Ecce homo,… pero de la Venus de Milo. Comparen ustedes. La misma belleza plástica, la misma elasticidad de formas, la misma amputación de brazos…
Es evidente que el arte moderno, el arte en general, camina sobre una cuerda floja. De un lado, tenemos un infierno de basura artística y de tomaduras de pelo. De otro, tenemos el cielo de las verdaderas obras de arte y de las inteligencias más sutiles… ¿O no?
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