Post Tenebras Lux: Reygadas, entre lo sublime y lo absurdo
Por Israel Paredes , 5 junio, 2014
El cineasta mexicano Carlos Reygadas, con cuatro largometrajes en diez años, se ha convertido en uno de los nombres, dentro de cierta cinefilia, con más peso internacional. Se ha estrenado Post Tenebras Lux, una de las más arriesgadas, valientes y fascinantes películas de la temporada.
Con su primera obra, Japón, de 2002, Reygadas llamó poderosamente la atención por su retrato de un hombre perdido en la naturaleza y por su tratamiento de la violencia más atávica, por su mirada hacia lo primitivo, lo obsceno, incluso lo desagradable. Su trabajo visual, todavía no tan depurado, apuntaba hacia un cineasta menos preocupado por la narración tradicional que por crear un desarrollo dramático más basado en sensaciones, más emocional, aunque para ello cayera en cierto sentido críptico, sello de identidad que se encontrará en sus siguientes películas, sobre todo en Post Tenebras Lux.
En 2005 realiza su segundo largometraje, Batalla en el cielo, en la que enfatiza algunos elementos subversivos ya planteados en su ópera prima –como el sexo explícito, por ejemplo- pero cambia el escenario rural por el urbano en busca de mostrar la ciudad de una manera similar a como retratara el agro; pero el trasvase no funcionó del todo. La sensación, aunque grata en general, era la de un director explorando –sensación persistente en todas sus obras- los límites de su apuesta visual sin llegar a encontrarlos, y esa completa libertad expresiva, curiosamente, operó en su contra: Batalla en el cielo poseía momentos espléndidos pero en esta ocasión, la falta de estructura y la fragmentación narrativa creaban una película sin centro, sin nada a lo que agarrarse salvo a determinadas secuencias cuya elaboración visual volvían a mostrar a Reygadas como un director con una concepción visual personal y diferente.
Luz silenciosa recogía lo mejor de sus dos anteriores propuestas para dar forma a una magnífica película, casi redonda. Reygadas regresa al campo, a la naturaleza, espacio por el que se había manejado mejor que en el asfalto, y vuelve a sacar lo mejor de sí mismo. La secuencia de apertura, que puede resultar irritante para algunos espectadores, suponía todo una declaración de principios estéticos. Reygadas narraba la vida de una familia en un entorno casi idílico con un trasfondo religioso que derivaba en un final que homenajeaba con enorme inteligencia al Dreyer de La palabra. El director mexicano sabía transmitir con las imágenes un sinfín de emociones, jugar con la fragmentación narrativa como no lo había conseguido en sus dos anteriores películas, mostrando un cine muy acorde con los tiempos, en los que transmitir con pocos elementos emociones, buscando que el espectador se relacione con las imágenes de una manera diferente a la tradicional. El resultando era espléndido.
Su esperada nueva película, Post Tenebras Lux (Después de la oscuridad, la luz) desconcierta, porque es brutal en todos los aspectos. Reygadas se ha lanzado al vacío. O quizá no tanto. Hay algo de medido en su película: es un riesgo calculado, el cineasta sabe lo que hace, y es consciente de que el resultado alimentará todo tipo de opiniones. Y juega a eso. Y es de agradecer, porque exige al espectador que se deje arrastrar por una propuesta narrativa más sencilla de seguir de lo que puede parecer a primera vista. Sin un claro orden cronológico, saltando en el espacio y en el tiempo, Reygadas cuenta una sencilla historia en la que una familia recién llegada desde la ciudad al campo, pertenecientes a su vez de clase media-alta, se deberá enfrentar a la hostilidad del lugar así como de sus habitantes. Confrontación que Reygadas muestra tanto de manera abierta como mediante otras formas más sutiles.
La secuencia que abre Post Tenebras Lux resulta sensacional y en gran medida asienta las bases de la apuesta visual de Reygadas. Una niña camina erráticamente por un campo de fútbol –que se relaciona directamente con el partido de rugby que veremos a intervalos durante la película y que la cierra, a priori fuera de lógica pero que se encuentra dentro del orden caótico que el cineasta imprime a la estructura de la película- rodeada de animales, ante todo perros y caballos que corren de una lado a otro. La atmósfera amenaza una tormenta que acaba estallando, creando un contexto y un ambiente amenazantes. La violencia de la naturaleza. Reygadas distorsiona la lente desenfocándola y abriendo y multiplicando el margen del encuadre, efecto visual, óptico, que el cineasta desarrolla durante casi todo el metraje, creando una profundidad de campo casi infinita. Mediante esta opción estética, el cineasta dota a las imágenes de un sentido irreal, onírico, aunque el tratamiento de las imágenes, paradójicamente, sea realista. El centro del plano destaca, intenta centrar la mirada en él. En la siguiente secuencia asistimos a la presencia de un diablo digital que visita a una familia para, a partir de ahí, crear una obra a base de secuencias en apariencia inconexas pero que, al final, si se ordena el material convenientemente, nos encontramos con un descenso a los infiernos por parte de esa familia, con momentos verdaderamente magníficos con otros que, aunque lógicos, o en cierta manera lógicos, con el sentido global de la película, parecen gratuitos o como poco aleatorios.
Aparecen de nuevo los temas que integran el imaginario de Reygadas: la familia, la infancia, el sexo, la naturaleza, la violencia, la confrontación de clases y de razas, la brutalidad… pero todo ello tamizado por una nueva forma expresiva minimalista en su aspecto pero de gran elaboración en su construcción. Hay quien ha visto en Reygadas el reflejo del último Malick, aunque el primer está todavía bastante lejos del segundo. Sin embargo, en ambos existe un intento de transcender el medio, de utilizar la imagen cinematográfica, y el formato digital que usan, para explorar sus posibilidades. Buscan la pureza de la imagen, su sentido único. Y esto, sobre todo en el caso del director mexicano, ocasiona que se pierda sentido narrativo, que éste acabe constreñido al trabajo formal. Algo que en Luz silenciosa no sucedía, pero en su última película, ha querido transitar otros terrenos, romper.
Post Tenebras Lux vuelve a mostrar una forma de hacer cine en la que los convencionalismos narrativos se pierden apostando por una búsqueda de narrar que apela más a los sentidos, a las sensaciones. En el fondo, la película cuenta bastante poco y acaba importando más la genialidad formal del director que aquello que quiere transmitir mediante sus imágenes. Propone un tránsito visual en el que el espectador debe aceptar las reglas de su juego y dejarse llevar, pero en el camino se pierde, se vuelve a encontrar, se vuelve a perder. Resulta fascinante, aunque puede resultar también irritante. Pero está claro que Reygadas sigue experimentando con el medio cinematográfico, sabedor de que sus propuestas levantarán todo tipo de comentarios. Y solo por eso, Post Tenebras Lux resulta una película importante.
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