Premios Emmy: ¿los Oscars se baten en retirada?
Por Emilio Calle , 14 julio, 2014
Hasta no hace mucho tiempo, parecía fuera de cuestión la importancia de los Oscars en los que amamos la narrativa visual. Lejos de poder disfrutar las notablemente mejores ceremonias de los premios Tonny (que celebran el teatro y el musical, que no tienen eco en nuestras carteleras) o de otras galas, como el premio honorífico “Mark Twain” que cada año homenajea de forma brillante y muy divertida a un humorista, la noche de los Oscars poseía una idiosincrasia singular y única, como si se forjara ante nuestros ojos la figura de los mitos venideros. Sin embargo, últimamente despiden un aire cansino, gastado, y todos nos apuntamos con el recelo de los que saben que ya no hay lugar a la sorpresa. Con un descaro sin precedentes, en la ceremonia de este año, Ellen DeGeneres, la conductora del evento, empezó la gala asegurando que no había que esperar al final para conocer a la gran triunfadora porque si no ganaba “12 años de esclavitud” todo el mundo daría por supuesto que en la Academia no había más que racistas. Ni chiste ni premonición ni espionaje en los sobres custodiados por guardias de seguridad. Simple lógica. Y “12 años de esclavitud” se llevó el Oscar a la mejor película. Los más curiosos acababan de ahorrarse cuatro horas.
Pero a ese desgaste por su incapacidad para renovarse, ahora se suma la expectación que ya generan otros premios, en este caso los Emmy (concedidos por las tres academias televisivas más importantes de Estados Unidos), cuyas nominaciones han sido anunciadas esta semana y que ya tienen en vela a los internautas más intempestivos contrastando opiniones y pronósticos. Puede que los Emmy no desplieguen (todavía) el presupuesto de los premios de cine. Aunque los espectadores cada vez los miran con más atención, y también la prensa, y empiezan a despertar pasiones que los Oscars ya ni sospechan que se pueden levantar. Quizás sea aventurado afirmar que estamos ante una nueva Edad de Oro de la televisión, en especial a lo que a series se refiere. Pero también es complicado negar que la mayoría de lo mejor que se filma termina en la pantalla pequeña. Uno puede pasar un buen rato en un cine intentando dilucidar qué película puede entrar a ver sin saberse de memoria los diálogos incluso antes de que empiece. Y con suerte, en un año generoso, tener la suerte de toparse con una docena larga de obras excelentes y hasta maestras entre tanto monumento a la incompetencia. Pero la oferta televisiva supera con creces cualquier expectativa.
No hay más que mirar muy por encima las nominaciones a los Emmy de este año.
Ni que decir tiene que quien aspira a más premios es “Juego de tronos”, ya por su cuarta temporada. Es tal la fidelidad de sus seguidores que si hasta pronuncias el título te pueden acusar de ir soltando spoilers, y que te monten la gresca. Y no es por gusto. En esta apasionante adaptación de la saga surgida de ese prodigio de escritor llamado George R. R. Martin, cada episodio está tan bien urdido que cada secuencia guarda su propia emoción interior, se salta de una sorpresa a la siguiente en un crescendo narrativo que los finales de temporada han derivado en verdaderas tormentas en las redes sociales, para poner patas arriba cada uno de sus detalles, compartiendo el dolor de las pérdidas o aliviados al ver que algún personaje preferido ha vuelto a salvar su cuello. Sin envoltorios, explícita en la sangre y en el sexo, brutal en sus imágenes, a años luz de la cada vez más plomiza y desabrida visión del género fantástico que nos ofrecen Peter Jackson y secuaces, esta violenta contienda por hacerse con el Trono de Hierro está plagada de secretos, extraños misterios que rugen continuamente, escabrosos pasajes que pueden confiscarte la curiosidad hasta la obsesión. “Juego de tronos” es una serie cada vez más viva, que genera y responde con delirio y generosidad las expectativas que crea. Menos a mejor comedia musical parece que está nominada en todas las categorías. Pero quién sabe. Llega la quinta temporada. Lo mismo para el año que viene se lleva el de mejor coreografía.
La otra gran protagonista de la noche (a un nivel muy definido porque las categorías están tan bien divididas que no es posible que se hable nunca de un ganador claro, hay mucho que premiar) es sin duda “True detective”. Y no deja de ser impactante que una serie tan seca, tan árida, tan cruel en su fondo y tan hermética en su forma (seguir los monólogos del personaje interpretado por Matthew McConaughey ya era toda una aventura), haya tenido tantísimo éxito, lo cual no deja de augurar mejores tiempos para grandes apuestas narrativas, y constata una vez más, para disgusto de lo que piensas que solo merecemos basura, que los espectadores son capaces de apreciar cualquier riesgo si el proyecto se hace con pasión y extremo mimo. Esta historia de dos detectives luchando durante años, pagando con el alma, por aclarar unos crímenes innombrables en las planicies de Lousiana se cerraba sobre sí misma. Temporada Primera, pero sus protagonistas se quedaron en ella. La serie se centrará en historias completamente distintas entre sí en sus sucesivas entregas. Cientos de rumores (como que el protagonista podría ser Brad Pitt) rondan ya a la segunda temporada, que con el mismo título narrará unos acontecimientos en nada relacionados con los ya vistos, y que se mantiene bajo el más absoluto de los secretos. El hecho de que lo narrado ya no tenga continuidad será un buen acicate para que le caigan una gran cantidad de premios (12 nominaciones) en reconocimiento a ocho episodios que por momentos se teñían de perfección.
Frente a esa dolorosa dosis de sucio realismo, se presenta una serie (todavía poco vista en nuestro país) que destaca por su osadía, y que a su vez se basa en un trabajo de los maestros del desacato. En 1996 los hermanos Coen estrenaban “Fargo”, donde narraban la historia de un hombre desesperado por las deudas que contrata a unos matones para que secuestren a su propia mujer y con ello sacarle la pasta al suegro, que pagaría el rescate sin rechistar. Pero nada sale como debería, y el asunto acaba en una verdadera carnicería, investigada por una policía (uniformada con la irrepetible creación que le regaló la genial Frances McDormand) tan insólita como el resto del disparato elenco de personajes. La cuestión es que los hermanos Coen insertaron al principio del film un cartel donde se aseguraba que la película estaba basada en hechos reales y que los nombres de los protagonistas habían sido cambiados para preservar su intimidad. Hasta donde yo sé, sólo un crítico de cine (el gran Ángel Fernández Santos, estilista excepcional) puso en duda esa veracidad. Casi todos nos tragamos el anzuelo, aunque tuviéramos que amordazar nuestro escepticismo. Pero con el tiempo otras voces debieron mostrar su incredulidad, hasta que los Coen se vieron obligados (dudoso, lo más probable es que también lo tuviesen planeado así) a reconocer que ellos se habían inventado ese sangriento sainete, y que el inserto les había parecido estupendo para empezar ese viaje hacia ninguna parte, otro de esos muchos que narran en sus películas. Pues bien, partiendo de la misma frase, de esa misma afirmación, y en el mismo paisaje nevado hasta el infinito, es como nace “Fargo”, la serie, que acaba de terminar su primera temporada. Ninguno de los personajes de la película repite en la pequeña pantalla. Todo es nuevo y nada parece tan verídico como tan dramáticamente se anuncia. Un vendedor ambulante conoce a un inquietante delincuente, con el que termina compartiendo ciertas intimidades. Es a partir de ese momento cuando el argumento se dispara en mil direcciones y ajustándose con mucho respeto al tono marcado por los Coen, la historia se mueve entre el horror y el disparate, entre la seriedad y el humor más oscuro, sacando a flote toda la locura que se esconde en lo cotidiano. Es otra de las grandes aspirantes de la noche para darle un pellizco a la gloria. Un ejercicio de inspiración y devoción hacia una forma de entender el cine que cada vez parece más escasa.
Y viejos conocidos regresan a esos premios en busca de recompensas bien merecidas.
Pese a que hace tiempo que su poderoso efecto se diluyó en nuestras consciencias, Breaking Bad sigue en la parrilla de ganadores, probablemente para promocionar el anunciado “spin-off” que ya se rueda sobre uno de sus personajes. “House of Cards”, “Mad Men” y “Downton Abbey” aspiran con todo derecho a ganarse el reconocimiento que les dedican sus inquebrantables seguidores, fascinados con las peripecias de estos entresijos políticos, publicitarios o sociales. “The Big Bang Theory” resiste temporada tras temporada, nada erosiona su poder de convocatoria, y sus divertidísimos guiones aspiran a llevarse aun más estatuillas de las que ya han ganado. Junto a “Modern Family” y a “Orange is the New Black” conforman un trío de primera división en el tan complicado territorio de la comedia. “American Horror Story: Coven” ha sido recibida con tanto entusiasmo que también parte como favorita para ganar en su categoría.
Como se puede comprobar, la calidad de los nominados (y todos los que no puedo nombrar fulguran con la misma excelencia) está fuera de toda duda.
Para quien piense que la ceremonia no tendrá el mismo lustre que los Oscars porque faltara el glamour de los actores más prestigiosos, de esos nombres que reclaman de inmediato nuestra atención, me remito a una esquemática lista de los que esa noche pondrán su fe en poder ganar. Allí estarán Jessica Lange, Robin Wright, Kevin Spacey, Maggie Smith, Woody Harrelson, Matthew McConaughey (que ya se llevó el Oscar este año al mejor actor principal), Jon Voight, Jane Fonda, Paul Giamatti, William H. Macy, Joan Cusack, Nathan Lane, Steve Buscemi, Helena Bonham Carter, Billy Bob Thornton, Mark Ruffalo y hasta la mismísima Julia Roberts, por citar sólo a unos pocos, lo que no hace más que confirmar el éxodo que se está produciendo por parte de los interpretes para hacerse sitio en esta calidad narrativa que hoy en define tantas series de televisión.
Más le vale al tío Oscar espabilarse si no quiere que muy pronto a su ceremonia sólo asistan las telarañas, mientras los espectadores cambian de canal para enterarse de por dónde andan ahora los zombis de “The Walking Dead” o cuál es el día a día bajo la cúpula de Stephen King.
El trono está en juego.
Y no solo el del ficticio continente de Poniente.
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