“Purasangre”: la tristeza de los caballos
Por Emilio Calle , 17 agosto, 2018
“Purasangre”, el insólito debut de Corey Finley en la gran pantalla (escribe y dirige), es uno de los revulsivos más de agradecer en esto tiempos en los que la cartelera es un erial de ideas. Insólito, pero preciosista, porque esta película es todo un alarde, un verdadero y sabiamente calculado desafío para el espectador.
La historia de Lilly y Amanda, dos amigas del colegio, que se reencuentran tras algunos años separadas en los que sus vidas han ido a encallar en costas muy distintas, se va forjando desde lo imprevisible, aunque renunciando al sobresalto. Finley muestra un trazo exquisito en su escritura visual, y un pulso hipnótico escribiendo sobre el papel (viene del teatro, y eso siempre se nota). Su capacidad de contención, su negativa a señalar sobre los demás cualquier momento de la película, es una apuesta muy osada de la que sale mejor que bien parado. Su ingenio no topa con límite alguno. Es muy divertida, aunque ni tan siquiera se asoma al terreno de la comedia, del diálogo forzado buscando sonar a Bernad Shaw, de la estridencia del gag, de la máxima inolvidable. Es extremadamente cruel y muy dura, pero nunca subraya, y siempre elude señalar un único camino. Es la historia de un asesinato, pero tienen que cometerlo personas ya muertas, la una incapaz de sentir nada, la otra soslayando de manera brutal la realidad para ajustarla a sus laberínticos apetitos (imposible no recordar esa obra maestra que es “Criaturas Celestiales”, de Peter Jackson). Dos personajes maravillosos, heridos, cuyo recorrido, sin alejarse en momento alguno del incalificable humor que vertebra todo el relato, acaba en un final mucho más complejo de lo que ya cabía esperar (y decepcionante para los que vayan pensando que esta película es un “thriller”) después de haber atravesado secuencias memorables como la lección de llanto o la narración de lo ocurrido en un aterrador episodio del que todos hablan, sin imaginar que pasó en realidad.
Al frente del reparto, dos actrices excepcionales, dos reinas ya del fantástico, Anya Taylor-Joy y Olivia Cooke, cuyo duelo interpretativo es de mucha altura.
Y por supuesto, la historia del caballo, la que parece dar título a la película, un relato estremecedor que inunda la película de principio a fin. En “Equus” (otra obra donde el mismo animal era también generador de abisales traumas), Peter Shaffer, a través de uno de sus personajes, se preguntaba:
“¿De qué le sirve la tristeza a un caballo?”
Quizás “Purasangre” sea una posible respuesta.
Y hasta bien mirada puede que nos ofrezca también contestación sobre para qué nos sirve la tristeza al resto de todos nosotros.
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