Quedarse, irse, hacerse…
Por Milly Sánchez , 21 enero, 2014
El anuncio de la empresa cárnica que sólo se cuela en casa por Navidad nos incitaba a quedarnos, a no hacernos los suecos, a fundirnos en abrazos y agarrarnos a un chorizo de cantimpalo como última tabla de salvación. Empezamos el año comprando humo pero el efecto duró lo que tardaron en disolverse y entregar las armas los Reyes Magos. Raro es el día en el que no te enteras que un amigo de un amigo se ha largado a Chile o a Perú con lo puesto porque sabe de alguien que le están yendo bien las cosas. Raro es el día en el que al calor de un café alguien no suelta un «la única salida es Barajas o El Prat». Los hay que eligen en su cabeza países emergentes (Brasil, Turquía, China…) otros que prefieren democracias avanzadas (Suecia, Finlandia…) y hasta quien se conforma con ingresar en la tropa de camareros de élite que pueblan el Reino Unido de David Cameron. Los menos esperanzados vuelven a la provincia que les vio nacer, conceden la derrota y aspiran a regentar en breve el negocio familiar. Mientras todo esto ocurre pueblos como el saharaui o el palestino ni siquiera tienen esa opción, se tienen que conformar con soñar con que dejen de regar los campos de golf israelíes para poder regar sus huertas milenarias o que los 160 mil soldados marroquíes les dejen de apuntar desde el otro lado del muro. No hay un Chile, ni un oro del Perú, ni una mesa que atender en Camden Park para estos habitantes del mundo. No quieren hacerse suecos y sólo abrazan cuando cae un misil israelí en Hebrón o torturan a unos compatriotas en Dajla. No tienen ni siquiera un chorizo que compartir ni una región dentro de la suya que se quiera independizar, ni sus cerebros desfilan por el aeropuerto en busca de una salida laboral digna. Sus cerebros han sacado un 10 en supervivencia diaria y a la ONU mientras tanto: ni está ni se la espera.
Al final va a resultar que lo mejor no es quedarse a aguantar el chaparrón, ni hacerse de un lugar al que no perteneces sino poder tener la opción de irse, sólo saber que puedes descubrir otros mundos ahí fuera y volver algún día a tu tierra de nuevo ya es una sensación de libertad única. Quizás incluso el día que vuelvas alguien haya seguido al pie de la letra un programa electoral, una Alianza de Civilizaciones y tu país sea un lugar menos inhóspito, más justo.
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