Reflexionemos
Por José Luis Muñoz , 22 julio, 2023
El 23 de julio España se juega su modelo de país aunque las derechas hayan escenificado entre ellas que de lo que se trata es de acabar con el sanchismo, esa excrescencia radical del PSOE, según ellos, con la que ni siquiera comulgan muchos de sus dirigentes (la vieja troika de la pana ahora mucho más próxima del PP que del partido fundado por Pablo Iglesias) y votantes. Las derechas barrieron el pasado 28 M a las izquierdas de este país no solo por el abstencionismo de los votantes de Unidas Podemos (formación que se ha empeñado en disolver Yolanda Díaz en Sumar), cansados de las luchas intestinas por monopolizar ese espacio a la izquierda del PSOE y que, quedándose en casa, emitieron su voto de castigo, sino también por esa fuga de votos (entre un 10 a 13 por ciento) de un PSOE que consideraban muy escorado a la izquierda a un PP que parecía copar el centro, pero el problema lo tiene ahora el PP que aparece como marcado por su escisión claramente franquista (algo más que la marca oficial) de VOX con quien ha tenido que pactar en comunidades autónomas y municipios y que entrará con toda seguridad en el nuevo gobierno de la nación (Santiago Abascal de vicepresidente, Ortega Smith de ministro de interior, Jorge Buxadé de ministro de cultural y que Dios nos coja confesados). Las consecuencias de esa entente derechista (ahí Pedro Sánchez ha demostrado habilidad política al convocar tan rápidamente las elecciones para que se visibilizaran los pactos de la vergüenza en Extremadura, Valencia, Aragón y Canarias) han quedado meridianamente expuestas: censura cultural con la prohibición nada menos que de obras de Virginia Woolf (Orlando) y William Shakespeare (Romeo y Julieta), retirada de la simbología LGTBI, supresión de concejalías relacionadas con la violencia de género, que VOX rechaza, e igualdad y un tufillo que a los más mayores nos retrotrae a épocas felizmente superadas.
De un tiempo a esta parte, y seguramente por la dejación de la izquierda, que alguna autocrítica debería hacer para que hayamos llegado a este punto, ha cambiado por completo el paradigma social. Si hace unos años el voto a la derecha y a la extrema derecha era vergonzante (pocos se atrevían a declararse abiertamente de derechas, los votantes del PP hasta ocultaban su intención de voto en las encuestas), ahora sucede exactamente lo contrario, que los que votan derecha y extrema derecha se muestran orgullosos y desafiantes de su predilección electoral, que entre determinada juventud, y eso es lo más preocupante, las actitudes machistas, xenófobas y abiertamente fascistas están bien vistas y no es algo que hayan de ocultar. Por otra parte la generación de los luchadores antifranquistas va desapareciendo por ley de vida con lo que la memoria democrática de este país se va resintiendo (si se pregunta a buena parte de la juventud quién fue Franco el desconocimiento resulta desolador: casi nadie lo conoce aunque el exhumado del Valle de Cuelgamuros siga teniendo muy atado el país).
En estas elecciones, como viene sucediendo desde hace tiempo, se va a dar la paradoja de que muchos de los votos que van a ir a la derecha y extrema derecha van a venir de esas clases trabajadoras explotadas que no llegan a fin de mes y que tradicionalmente votaron a la izquierda. La conciencia de clase hace decenios que se ha perdido, los sindicatos han dejado de ser plataformas de lucha y reivindicación obrera para ser gestorías, y el mismo paradigma de la clase trabajadora ha sufrido una transformación extrema: ya no hay grandes centros fabriles con miles de obreros reivindicativos y con fuerza social sino infinidad de microempresas con pocos trabajadores temerosos de reivindicar sus derechos, muchos de esos obreros de antaño se han convertido en autónomos o en esa añagaza que subvierte su condición y que se llama emprendedores, ha desaparecido, de no ejercitarlo, el músculo de la lucha social que se vio a finales del pasado siglo en las marchas de la dignidad que se saldaron con manifestaciones masivas, unos medios de comunicación privados que, en su mayoría, envilecen, deforman, calumnian y son expendedores de fake news sin que tengan consecuencias penales, una falta de conciencia crítica desde las escuelas…
Suele decirse que no hay tipo más tonto que un obrero de derechas, que siendo explotado se muestre agradecido y sumiso ante sus explotadores con la promesa de empleos basura. Solo de ese modo se explica que en una reciente intervención del líder de la derecha Núñez Feijóo. el público estallase en aplausos cuando, entre sus muchas promesas de derogación de las leyes del sanchismo, abogó por suprimir el impuesto a la grandes fortunas. ¿Tenían los asistentes cuentas en las Islas Caimán? ¿Sueñan con amasar fortunas?
El ticket Feijóo-Abascal no tiene otra meta que derogar el sanchismo según dicen una y otra vez de forma machacona sin aportar nada más a un programa vacío de contenidos que no sustenta ninguna otra propuesta que no sea una bajada de impuestos para que los servicios públicos vayan desapareciendo paulatinamente y vayan siendo sustituidos por los privados en sanidad y educación, los dos últimos nichos económicos que les queda por fagocitar al capitalismo del que ellos son sus representantes. Y, ¿qué es ese sanchismo demonizado con ataques personales al actual presidente del gobierno que ha llegado hasta el insulto desde los medios de comunicación afines?
El sanchismo es haber combatido la pandemia con un estado de alarma que evitó muchas más muertes de las que se produjeron pese a los palos en las ruedas que puso la derecha patriotera de la pulserita; el sanchismo fue blindar con ERTES miles de puestos de trabajo que con la pandemia del COVID se habrían perdido; el sanchismo fue implementar la Ley de Memoria Democrática para recuperar los miles de cuerpos esparcidos en las cunetas víctimas de la represión franquista y darles entierro digno y reparación a sus familias; el sanchismo es dotar de un escudo social a los más frágiles de nuestra sociedad mediante el Ingreso Mínimo Vital; el sanchismo es subir un 8 por ciento las pensiones y blindarlas con el IPC; el sanchismo es subir el salario mínimo hasta un 8 por ciento; el sanchismo es convertir los empleos temporales en fijos y reducir el desempleo; el sanchismo es sufragar el elevado precio de los combustibles con ayudas directas a los consumidores; el sanchismo es abogar por la sanidad y la enseñanza públicas; el sanchismo es haber conseguido la excepción ibérica para reducir los precios de la energía; el sanchismo es una política de diálogo para apagar el incendio provocado en Cataluña por los independentistas y el gobierno del PP asumiendo el coste electoral que tendría; El sanchismo es defender al colectivo LGTBI y a las mujeres de los mensajes de odio y machistas. ¿Y eso es lo que va derogar el ticket Feijóo-Abascal?
Frente al sanchismo la ráfaga de mentiras disparadas por Núñez Feijóo en su entrevista en la televisión amiga (el grupo A3 Media), ejemplo del periodismo chapucero que contó con la complicidad silente de dos periodistas indignos de ser llamados así, Ana Pastor y Vicente Vallés. Primera: El juez archiva la causa del caso Pegasus por falta de colaboración del gobierno. Mentira: lo hizo por falta de colaboración del gobierno de Israel. Segunda: VOX firmó en su día el pacto de Estado contra la violencia de género y Unidas Podemos no lo hizo. Mentira: fue justo al revés. Tercera: el PP votó a favor de la revalorización de las pensiones: Mentira, votó en contra. Tercera: Núñez Feijóo afirmó haber calificado 2500 viviendas protegidas mientras fue presidente de la Xunta. Mentira: apenas una docena. Cuarta: España fue el último país en recuperar el PIB prepandemia. Mentira: España tuvo un crecimiento interanual del 4,2, cuatro veces más que en la UE. Quinta: La UE derogará la excepción ibérica. Mentira: la UE nunca se ha planteado hacerlo. Quinta: Feijóo culpa a Sánchez de la quiebra de Caja Madrid. Mentira: la quebró el PP, Miguel Blesa y Rodrigo Rato como bien sabe el líder del PP. Una batería de mentiras encadenadas, diseñado por Miguel Ángel Rodríguez, que consiguió su fin: descolocar y sacar de sus casillas al presidente del gobierno. Alarde de trumpismo el de la televisión privada en la que Núñez Feijóo se sintió tan a gusto sin que la verificadora de datos Ana Pastor dijera esta boca es mía.
Frente ese cara a cara basura de la televisión privada, el debate a siete y a tres de la televisión pública, moderados por el periodista Xavier Fortes, o la visible incomodidad de Núñez Feijóo cuando la periodista Silvia Intxaurrondo le afeó sus datos falsos en plena entrevista con un Eso no es cierto, señor Feijóo, marcan el abismo existente entre lo privado y lo público. El líder del PP rehusó asistir a ese debate a cuatro en la televisión pública y lo perdió sin estar y lo habría perdido de estarlo porque Yolanda Díaz, que conoce muy bien al líder de la derecha y sus debilidades (la amistad con el narco Marcial Doral que todo el mundo conocía en Galicia) lo habría machacado del mismo modo que machacó a Abascal que, para ser el representante de la extrema derecha franquista, estuvo muy comedido para captar el voto del PP, la derechita cobarde, ausente. En ese debate a 3, como en el anterior debate a 7, el tándem PSOE-Sumar desplegó la batería incuestionable de aciertos del gobierno de la nación que quiere cargarse de un plumazo el gobierno PP VOX el próximo 23 de julio si dan los números.
La ciudadanía está suficientemente informada, o puede estarlo si lo quiere (esa es otra cuestión porque el votante de derechas a menudo se parece al hooligan de un club de fútbol, fiel a su equipo haga lo que haga), antes de depositar ese voto decisivo en las urnas el próximo domingo, y debe optar entre un retroceso en lo económico, social y cultural de este país con ese tándem formado por un partido corrupto una y otra vez condenado en los tribunales por sus actividades delictivas (si algún partido merece ser ilegalizado sería el PP por todo su historial) y una formación nostálgica del nacional catolicismo que venera al Caudillo, o un gobierno de progreso formado por PSOE y Sumar que coloque a nuestro país entre los más avanzados en derechos sociales de Europa, entre un presidente marrullero como Feijóo, la voz de su ama Isabel Díaz Ayuso que es la mano que mece la cuna, desinformado y mentiroso, y un presidente formado, que habla idiomas, se crece ante las adversidades, arriesga por el bien de la ciudadanía y tiene prestigio europeo. Es el pueblo el que decide y es responsable de sus actos. Es ese pueblo el que en Italia ha colocado a la fascista Meloni, en Hungría al reaccionario y xenófobo Orban, en Polonia al ultraconservador Mateusz Morawiecki, entre otros. Dos modelos enfrentados los que se verán las caras este 23 de julio, hijos de esas dos Españas que no son historia sino presente.
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