Reflexiones desde el confinamiento
Por Carlos Almira , 25 marzo, 2020
He aquí que el mundo se ha parado. Nada va a volver a ser como antes, y lo que viene es, en buena medida, desconocido. Nuevo y desconocido, en el sentido radical de los términos: nunca antes experimentado y completamente diferente de lo que le precede. Esta es la única certeza que tengo. Pero a veces incluso dudo de ella. De su carácter de certeza. Es muy humano interpretar lo que nos ocurre, lo que ocurre, de forma que coincida con nuestras creencias y nuestros deseos previos. Por ejemplo: ¿ves, no te lo decía yo que la globalización y el capitalismo acabarían así? O en otro sentido, a un nivel más local (olvidando incluso el carácter mundial de la actual crisis): ¿ves, no te decía yo que este gobierno de izquierdas -en España- nos llevaría al desastre?
El asunto es complejo. ¿Cómo se puede no ya demostrar, sino incluso mostrar la relación de causalidad entre la pandemia y la globalización? ¿O entre el desastre sanitario en el que estamos inmersos y los partidos y personas que gobiernan actualmente en España? Es indudable que la rapidez con que se ha expandido el coronavirus tiene alguna relación con el desarrollo a nivel mundial del turismo de masas, con el incremento espectacular de la actividad de las compañías aéreas y en general, de los medios de transporte de personas y mercancías, las agencias de viaje y turoperadores, etcétera. El coronavirus ha seguido curiosamente las viejas rutas de Marco Polo: China y Asia-Italia-resto de Occidente. Las rutas del viejo comercio medieval revitalizado y multiplicado casi al infinito por la mundialización del capitalismo. Y, con todo, demostrar, mostrar las conexiones, más allá de los deseos y las creencias previas, de un modo científico, no es fácil.
Es cierto que la gestión de la actual crisis sanitaria en España ha sido, en muchos puntos, un desastre. Pero también en Italia, en Francia, en Inglaterra, en los Estados Unidos. Si algo ocurre en muchos puntos a la vez de un modo similar, es porque muy probablemente, haya alguna relación, algún elemento en común entre esos puntos. Eso o la pura casualidad. Es evidente en este caso, que las personas y las ideologías de los respectivos gobiernos que han gestionado en estos países la crisis no tienen mucho en común (¿o sí?). Y sin embargo, el resultado, la forma de encarar la pandemia, ha sido en muchos aspectos (pero no en todos), parecida si no idéntica. ¿Hubiera sido mejor si en Francia gobernase la señora Le Pen, en Inglaterra Corbin, en los EE.UU. Hilary Clinton, en Italia Salvini, en España Pablo Casado? ¿Hubiesen coincidido en lo mismo que ahora, en el desastre?
Es un asunto complejo y, sin embargo, nos urge comprender. Cuando todo marcha normalmente «bien» nos podemos permitir el lujo de las ideologías. Ahora, una vez más, quizás (pero ojalá no fuera así), se trata de nuestra supervivencia, no como especie sino como sociedad, como civilización. No estoy capacitado por supuesto para desentrañar lo que pasa pero sí quisiera terminar este artículo señalando algunos hechos que me parecen bien establecidos. Que cada cual juzgue.
- La rapidez y la profundidad de la expansión de la pandemia del coronavirus tiene alguna relación con el fenómeno mundial del turismo de masas. De otro modo, hubiera sido mucho más lenta o incluso hubiese quedado circunscrita en China y sus países limítrofes.
- Ídem de lo anterior en relación con el desarrollo de la aviación y, en general, el transporte y las comunicaciones globales (internet es una ventana para el comercio y el turismo global).
- Cabe pensar que si el coronavirus no ha viajado sólo con las personas que lo portaban sino también en los objetos, lo anterior puede hacerse extensible al comercio global, mundial, y a sus redes de servicio, transporte y comunicaciones.
- La aniquilación de especies de seres vivos favorece la transmisión de patógenos entre distintas especies, incluida la humana, que naturalmente no desarrollan los anticuerpos hasta que son afectadas masivamente por los nuevos virus. Tal es una de las consecuencias, si ha de creerse a los biólogos, de la simplificación de los ecosistemas. Ahora bien, esta simplificación, al menos en una parte importante, es uno de los frutos del capitalismo global, de la industria y el consumo de masas. Ergo…
- La limitación de la capacidad de respuesta de los sistemas sanitarios ante la pandemia es una consecuencia, por una parte de la amplitud y la profundidad y rapidez de dicha pandemia, pero por otra también de la disminución sistemática de recursos destinados a los sistemas sanitarios públicos, así como de su desmantelamiento y privatización desde hace años, que ha afectado así, inesperadamente, a la virulencia social y la mortalidad del coronavirus. En la lógica de la mercantilización de la salud, el mercado se muestra impotente para mostrar ahora sus virtudes, pues es más «rentable» en términos de beneficio económico (moral aparte) que muera la gente a atenderla dignamente a costes de mercado.
- Las medidas de confinamiento, imprescindibles para contener la pandemia y proteger al conjunto de la sociedad, y a los sectores más vulnerables ante ella, pero también al más importante en estas circunstancias, al personal sanitario, implica necesariamente la suspensión de derechos y libertades básicos, y lo que es más importante y acaso más trascendente para el futuro, exige la aceptación por el conjunto de la sociedad, de esas medidas u otras análogas de limitación y pérdida de libertades naturales, que hoy son tan necesarias pero que, en otras circunstancias y crisis posibles, futuras (por ejemplo, económicas y sociales), quizás no lo serían.
- El miedo se convierte en prudencia, la prudencia en distancia social y personal, y la distancia en vigilancia del otro. Y sin embargo, hoy la razón profunda de todo esto es la solidaridad. No es sólo que se acepten las medidas (el que escribe esto pide a todos que se queden en casa y considera que es un deber morar, en las actuales circunstancias, confinarse para proteger a nuestros conciudadanos), sino las nuevas actitudes y valores que estas medidas extremas implican y movilizan. Mañana, si el actual orden económico, social y político, no puede reeditarse, ¿se exigirán las mismas actitudes a la ciudadanía para confinarse, no ante un virus, que también, sino ante el fin de un mundo? Por cierto, un mundo «rejuvenecido» a escala demográfica (pero no de sabiduría, de amor, de paciencia y de tantas otras cosas que nos aportan nuestros mayores), planetaria, por la muerte.
- Si en todo lo anterior hay algo de verdad, entonces la crisis actual no es algo fortuito, una desgracia ni un castigo divino, como las siete plagas de Egipto, ni el resultado del impacto de un meteorito, ni de una malvada conspiración, etcétera, sino parte de un orden de cosas que lo incluye como posible. es decir, es algo que volverá. ¿Cómo? Nadie lo sabe. ¿Tendremos que acostumbrarnos a confinamientos periódicos, anuales, bianuales, semestrales? ¿Y qué tipo de sociedad, de orden económico, de sistema político, saldrá de todo ello, si es el caso? Nadie lo sabe. Da vértigo pensarlo. Hoy hay que quedarse en casa. Esta es la forma urgente hoy de nuestra solidaridad. Mañana, veremos.
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