Reivindicación del arrepentimiento
Por Jesús Cotta , 6 marzo, 2014
Arrepentimiento y culpa sufren hoy de un descrédito estúpido. ¿Quién no ha oído alguna vez eso de No me arrepiento de nada. No me siento culpable. Uno siempre actúa como tiene que actuar. Si pido disculpas es para que el otro se sienta bien y no porque yo me haya portado mal? Estas frasecitas está bien que las diga el ángel que nunca ha roto un plato o el demonio que se divierte rompiéndolos, pero no el que no es ángel ni demonio, sino una mezcla muy humana de ambos extremos: ése a veces se porta mal y muy bien que hace sintiéndose culpable; si no, ¿cómo va a arrepentirse y portarse mejor?
Los alérgicos a la culpa han conseguido que hablar de portarse mal, arrepentirse, sentirse culpable suene trasnochado o ingenuo, cuando es sencillamente humano, y que la gente recurra a mil eufemismos con tal de no mencionar la culpa: No me siento a gusto conmigo mismo. No he sido fiel a mí mismo. Tengo un problema de autoestima. No me encuentro. Necesito ir al psicólogo… ¡Con lo fácil y bello y liberador que es reconocer que uno se ha portado como un canalla con su padre o con su ex!
¿Y quiénes son los alérgicos a la culpa? Los seguidores del autoamor, los que se proclaman dioses y, por ende, puros e inocentes. “Todo es puro para los puros”, que decían los gnósticos y, así, ya podían incluso devorar un feto humano, pues nada podía mancharlos. Guárdate de los puros y de los inocentes: te aplastarán sin arrepentirse, es más, sin darse cuenta. A ellos nada puede mancharlos, porque todo está limpio o porque ellos lo limpian todo. Y así siempre están limpitos.
Los impuros, sin embargo, los que nos avergonzamos de nuestras mezquindades, de nuestras traiciones y cuernos, de nuestras mentiras y chapuzas, de cerrar los ojos ante las canalladas, no podemos permitirnos el lujo de sentirnos puros y preadámicos como Stalin cuando diseñaba hambrunas o como Hitler cuando gaseaba judíos, gitanos, curas y homosexuales, porque sabemos que culpa y arrepentimiento nos empujan al bien y que no arrepentirnos nos ancla en el mal y lo perpetúa y lo multiplica contra los demás. La culpa no es una enfermedad, sino el síntoma que nos avisa de la verdadera enfermedad: el mal que hemos hecho. El arrepentimiento no es debilidad, sino, al contrario, una inyección de fuerza para no meter la pata otra vez. La culpa es, pues, el inicio de la cura moral, y el arrepentimiento es la medicina y el comienzo de la alegría. Eso es lo que le ocurre a Rodrigo Mendoza, el personaje encarnado por Robert de Niro en La Misión.
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