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Relatos de oficina

Por Sonia Aldama , 3 abril, 2014
Autor: Quino

Autor: Quino

Hoy en el cotidiano os ofrecemos un relato de oficina, el comienzo de una saga de las “Historias del satélite”, relato colectivo que comencé con cuatro compañeros una tarde cualquiera, de oficina. Así iniciaba el primer libro de los siete que escribimos juntos durante un lustro, o más. Os animo a que nos contéis vuestras historias de oficina, en el bar o la cola del paro.

EN LA OFICINA

Galiana Caponati llegaba siempre una hora antes a su empresa de Publicidad. La oficina estaba desierta. Dejaba el bolso en el respaldo de la silla y el abrigo en el viejo perchero de madera. Encendía el ordenador y entraba con las claves de sus compañeros, vigilaba su trabajo, entraba en sus carpetas personales y anotaba con meticulosidad todos los fallos que habían cometido, para, una hora después, hacerles la vida imposible durante toda la jornada.
La oficina estaba sucia, la moqueta repleta de pequeños seres vivos, decenas de cables pelados por debajo de las mesas, ordenadores sin pantalla protectora, sillas con el respaldo roto, fotos de otros tiempos en los que reinaba buen ambiente, calendarios marcados con fechas señaladas que ninguno podría disfrutar y una televisión estropeada en la que se confundían las imágenes de la guerra con tertulias de programas basura. Cada año, Galiana reunía al grupo de los cuatro y les recordaba que no había dinero para cambiar nada, que no era para tanto, y que allí se estaba bien.
A las nueve en punto entraban por la puerta los cuatro publicistas que integraban la plantilla, serios, resignados a pasar un día en el infierno, sabían que su jefa no les dejaría en paz.
Juan Carlos llevaba el pelo muy corto, hacía varios meses que Galiana le obligó a cortárselo: no era serio que un empleado de su empresa llevara coleta. Irma trataba de ocultar su repugnancia hacia esa mujer, y comía pipas de manera compulsiva para no tener oportunidad de soltar todo lo que tenía guardado. Belén estaba harta de que la jefa le cambiara el nombre y la llamara Begoña, casi todos los días tenía que llamar a un montón de clientes cabreados para notificarles que la jefa no aceptaba sus presupuestos. Odiaba ese trabajo, Galiana lo sabía y disfrutaba viéndola hablar por teléfono. Sofía era nueva en la oficina, llevaba un par de meses sin acostumbrarse a aquel ambiente. Tenía los nervios destrozados, como los cigarros que no sabía liar y se fumaba a escondidas en el lavabo.
Una tarde de abril la lluvia cayó con fuerza y empapó los cristales de la oficina, los cuatro publicistas cruzaron sus miradas cómplices y sonrieron. Cuando terminó la jornada, dejaron los ordenadores encendidos. Galiana se quedó, como siempre, un rato más y empezó a buscar información en los cuatro ordenadores de sus empleados. Un relámpago iluminó la oficina y ella, asustada, se escondió debajo de la mesa. Una botella de agua, que por descuido había quedado abierta, se derramó en el suelo y rozó uno de los cables pelados.
A la mañana siguiente, Juan Carlos, Irma, Belén y Sofía no fueron a trabajar. Sabían que nadie les esperaba en la oficina.
Continuará…

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