Retroceso del sector editorial
Por José María García Linares , 16 julio, 2014
Entre la pobreza infantil, los recortes sociales y la reposición de Verano Azul quedaba claro que ese argumento del retroceso español que enarbolaban algunos era algo más que una tesis defendida por el ala progre de la prensa. La puntilla viene a darla (qué cosas) la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE) que, con su último informe, confirma que las cifras del sector del libro son semejantes a las de 1994, es decir, que la industria libresca ha retrocedido, también, una pila de años.
Lo curioso del asunto es que datos como estos puedan ser noticia en este presente nuestro y en este país, también nuestro, en donde nunca ha importado demasiado, al menos en democracia, el fomento de los hábitos lectores. Otra vez que si la piratería, el e-book, Dan Brown, Cincuenta sombras de Grey… asuntos que no digo yo que no sean importantes, pero que desenfocan, con tanta modernidad y erotismo, uno de los problemas reales. Quisiera hacer hincapié, preocupado tal vez por la profesión que desempeño, en que el sector del libro se nutre de lectores. Su materia prima no son los libros, son los receptores de los mismos. Hasta que el sector no se dé cuenta de esto, seguiremos perdiendo lectores. Y se pierden en un contexto en el que, a diferencia de lo que pasa en otros países como el Reino Unido, con la importancia de la literatura infantil y juvenil, no se forman nuevos lectores competentes.
Si echamos la vista atrás y nos situamos en esa década de los 90 a la que, según la Federación, hemos vuelto, veremos que la LOGSE eliminó de los planes de estudio de Bachillerato la asignatura de Literatura Castellana. Es cierto que algunos contenidos los fundió en otra asignatura que desde entonces se llama Lengua Castellana y Literatura que, por sus dimensiones, impide la profundización en los textos y el aprendizaje sosegado de la lectura y de la tradición. Ya no hay tiempo para leer y comentar con tranquilidad una obra literaria. Si esto es en Bachillerato, imagínense en ESO, paradigma educativo del reduccionismo y de la ignorancia.
Evidentemente no es la causa última, pero sí un síntoma (recomiendo aquí la lectura de Nueva Carta sobre el comercio de libros, publicada por Playa de Ákaba, en donde se aborda la mayoría de estos temas). Hay otros. Hace unos años, en enero de 2009, Victoria Fernández firmaba el editorial del número 222 de la revista CLIJ (Cuadernos de literatura infantil y juvenil) y nos informaba de que a los futuros maestros no les gustaba leer y de que los hábitos lectores no formaban parte de su estilo de vida, según el Estudio sobre los hábitos de la lectura de los universitarios españoles, realizado por el CELPI de Cuenca. Es decir, que quienes tienen que formar a los lectores son los primeros que confiesan sin tapujos que ni leen ni creen que hacerlo sea importante.
Si a todo esto le añadimos la cantidad de estímulos que tiene hoy el niño para entretenerse, entenderemos que cada vez haya menos lectores y menos venta de libros.
Aún así, estos informes siempre hay que cogerlos con pinzas, porque resulta paradójico que cada vez se pierda más dinero con la piratería en un país en el que, según los propios informes, parece que se lee poco. Aquí, desde el humilde punto de vista de quien esto escribe, el sector no es los suficientemente sincero. Un libro descargado no equivale a un libro no vendido. El internauta se baja muchos libros porque puede hacerlo, pero no en detrimento de la compra de los mismos títulos en papel. Seguramente, si esos textos no estuvieran a su alcance en la red de manera gratuita, no los compraría en una librería tradicional o centro comercial. Estoy casi seguro de que, si los legisladores hicieran su trabajo y legislaran, es decir, hicieran leyes en las que se penalizara la descarga ilegal, los beneficios del sector de libro no serían tan cuantiosos. Los futuros lectores están en las aulas. Y ya sabemos cómo están las aulas…
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