Ronda, romántica y cautivadora
Por Paloma Aparicio , 11 febrero, 2014
Ernest Hemingway dijo de ella que se asemejaba a “un decorado romántico”; a Juan Goytisolo le pareció “la ciudad más hermosa del mundo”; Rainer María Rilke habló de espectáculo “indescriptible”; Luis Cernuda prefirió centrarse en su cielo “de color inexpresable”. Ronda ha cautivado a numerosos personajes ilustres que, con la fuerza de sus palabras y la intensidad de los sentimientos por ellas evocados, contribuyeron a acrecentar su leyenda. No exageran un ápice. La ciudad malagueña embruja, emociona, se queda prendida en tu piel y en tu retina. Recordarla es revivir estampas verdaderamente hermosas. Y sentirla en todo su esplendor, una experiencia única e irrepetible.
El símbolo de Ronda es, sin duda, el Puente Nuevo sobre el Tajo, una espectacular obra de ingeniería del siglo XVIII, que posibilitó la expansión urbanística de la ciudad. Antes de admirar el puente desde los múltiples miradores rondeños, la curiosidad te impele a asomarte sin remedio al desfiladero y una de las formas más impactantes de hacerlo es desde las rejas ubicadas en la parte superior del monumento. Convenientemente protegido por los barrotes, la vista de la garganta hipnotiza y provoca en quien lo observa sensaciones encontradas (difícil no experimentar cierto vértigo e igual de complicado retirar los ojos de sus bellos recovecos). Para añadir más ingredientes a este cóctel de sentimientos lo mejor es acercarse al balcón situado en el Paseo de Blas Infante, que se encuentra suspendido en el aire.
Vista del Puente Nuevo
Impresionante balcón situado en el Paseo de Blas Infante
Seas o no taurino, no puedes marcharte de Ronda sin visitar su plaza de toros, una de las más antiguas de España. Histórico y sobrio, el coso vio nacer y triunfar a dos dinastías de toreros, los Romero y los Ordóñez.
Detalle de la Plaza de Toros de Ronda
Imprescindibles son también dos de las casas rondeñas más famosas, la del Gigante y la de San Juan Bosco. La primera, un precioso ejemplo de arquitectura nazarí, recibe tan inquietante nombre de dos relieves en piedra que decoraban el edificio, de los que sólo se conserva uno. Y el encanto de la segunda, un palacete modernista del siglo XX, reside en su privilegiado emplazamiento (en la cornisa del Tajo) y en un bello patio ornado con azulejería.
Patio de la Casa de San Juan Bosco
Descender la mina árabe situada en el Palacio del Rey Moro se convierte en una de las experiencias más sobrecogedoras. Tras un tranquilo paseo por los jardines de la casa, el visitante más aguerrido puede iniciar la bajada por las escaleras de esta obra islámica plagada de misterios, que permitía a los antiguos rondeños abastecerse del agua del río Guadalevín. El trayecto merece la pena, pese a su angostura, ya que permite apreciar la complejidad de la construcción, pero lo que realmente da sentido al descenso es el encuentro con el río, la calma que inunda este momento (vital para aquellos que no se llevan demasiado bien con el deporte y han llegado a este punto exhaustos del esfuerzo). La visión confirma que Ronda no sólo ofrece rincones maravillosos desde las alturas sino también en los recodos más profundos.
Interior de la mina y vista del río
Vista del Palacio del Rey Moro
Vértigo, emoción, sentimientos a flor de piel… ¿estamos ante los síntomas de un incipiente “síndrome de Stendhal”? ¿Es la majestuosidad del paisaje la responsable de tan intensas sensaciones? ¿El profundo influjo del Tajo? Quién sabe. Si nos encontráramos ante un examen, optaríamos por aquello de “las respuestas anteriores son correctas”. Lo único cierto es que Ronda enamoró a cineastas, literatos, artistas, toreros… y continúa apasionando hoy día a todo aquel que respira sin prisa el aire de la serranía y se asoma valiente a la hondura de su alma.
Fotografías: José Carlos Bernardos
Comentarios recientes