Sábado
Por Rafa Caunedo , 6 abril, 2019
Me exijo paciencia para ver crecer mis bonsáis. Me animo frente al espejo diciéndome que no estoy tan mal para los años que gasto. Agradezco la existencia de los post-it para suplir las carencias de mi memoria. Pospongo hacer el IVA trimestral para el sábado siguiente. De la renta, ni me lo planteo. Me miro las manos y no tiemblan, aún, o solo a veces. Me pongo otras gafas para parecer otro durante un tiempo. Miro a Ana; duerme y la escucho respirar. Un par de páginas nuevas me esperan para ser cubiertas de letras, invadidas de fábulas. Crear, para eso vengo. Mis hijas han salido, el silencio se ha quedado. Gris fuera de las ventanas, con previsión de agua, de vida. Mis lechugas del huerto urbano no han sufrido daños con la granizada de ayer. Tengo un bolígrafo rojo sobre la agenda abierta, dispuesto a marcar alguna urgencia imprevista. Me preparo el segundo café. Tecleo un rato y luego me despisto. Me acuerdo del club de lectura con Isaac Rosa que tengo que moderar en un par de semanas. Hojeo su libro ya leído, releo las frases subrayadas, los signos de exclamación al margen, las acotaciones. Habla de amor y de su anverso. Recuerdo a Antonio y Ángela contándome lo suyo, pero al revés. «Final feliz». Me viene a la mente la película de Almodóvar que vi ayer. Volví a casa contento por haberla visto, por haberla disfrutado tanto. Google. Tecleo “Dolor y gloria”. Leo. Hay mucha gente con ganas de criticar y yo no tengo ganas de ellos. Me dan pereza. Vuelvo a la novela. Me concentro. Sorbo café caliente y un poco de espuma se queda en el bigote. Me limpio con un clínex y en él aparece la silueta de un gusano. Me centro, tecleo, la escena se desarrolla en una casa de campo donde vive un hombre que ha decidido ser invisible. Me miro las manos, de ellas depende el destino de ese hombre. Anoto en el cuaderno una breve nota, una idea para la trama, una posibilidad de futuro para él. Planifico la escena y creo una atmósfera cargada, pesada, con un universo de motas de polvo. Mi perra bosteza. Me mira somnolienta para saber si ya vamos a salir. Le digo que no, que tengo que matar a un hombre. Otro sorbo de café, otro gusano en el papel. Suena un disparo dentro de mi cabeza. Hoy viene gente a comer. Les prometí algo especial. Apago el ordenador y enciendo la realidad definitivamente. Tres gusanos. Es sábado.
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