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Se buscan cínicos (con urgencia)

Por Magdalena Cabello , 1 julio, 2014

«Lo que yo soy es palabra», dice Emilio Lledó. Nada más evidente y cierto es que el pensamiento es una derivación del lenguaje en todos los sentidos. Nos comunicamos y nos relacionamos a través de las palabras; el mundo que hoy, tan caóticamente, vivimos, se mueve más que nunca mediante mensajes, titulares, discursos y relaciones sociales basadas, muchas de ellas, mediante las conversaciones.

No obstante, el uso indiscriminado de determinadas palabras que se han ido deformando a lo largo de la historia ha provocado numerosos vacíos cognitivos que fomentan la ignorancia y el simplismo. Más aún, cuando se trata de conceptos y definiciones que en su origen aportaban significados rompedores o fuera de lo común, de lo bien visto. Tal es el caso de la Escuela de Cínicos, un grupo de filósofos post socráticos que, desde su creación, apostaron en todo momento por la necesidad de sencillez, despreciando las riquezas y los bienes materiales, y cuyo exponente más conocido es el filósofo Diógenes.

¿Es extraño, por tanto, un rechazo en la actualidad a este concepto? ¿Es más práctico manipular el lenguaje para deformar ante la ignorancia un concepto que puede agitar el pensamiento? El discurso político que cada día llega a nuestras pantallas, a las informaciones a las que accedemos con normalidad, se caracteriza por lo enrevesado del lenguaje utilizado que, precisamente, pretende distraer al público sin caer en la cuenta que progresivamente solo provocará un alejamiento cada vez más acuciado de la propia sociedad.

Si en la actualidad «ser cínico» es sinónimo de una gran falta de coherencia y razón con uno mismo y está relacionado directamente con la burla y el sarcasmo, no es raro. Vivimos en el mundo del afán de lucro, del beneficio, de la adoración económica. De las formas y del diseño, pero de la falta de contenido, de pensamiento, por tanto, de lenguaje. ¿Escribimos y leemos más que nunca? Puede ser que las relaciones sociales se hayan ampliado en la actualidad gracias a la red que todo lo maneja mediante los mensajes y la comunicación vía internet, pero eso no significa que se desarrolle un buen uso del lenguaje ni que se piense más a más cantidad de lectura: existen muchos textos y tipos de conversaciones vacías de reflexión.

Cada día aparecen en la prensa y en los medios de comunicación titulares y artículos repletos de lenguaje manipulado, de medias verdades que, finalmente, resultan ser las peores mentiras. Entre ellas, hoy nos encontramos, por ejemplo con la noticia del «Plan de regeneración» que Rajoy llevará al Congreso en el próximo mes de septiembre. Regeneración, recrear, idear, razonar. ¿Realmente el presidente del gobierno va a presentar un plan de «regeneración» cuando las acciones que está llevando a cabo desde su aparición en el escenario político nada tienen que ver con el progreso sino, más bien al contrario, con el retraso político, económico y cultural?

Tenemos la fantástica opción de acceso a multitud de informaciones en la actualidad que nos permiten contrastar y aprender de la realidad. Sin embargo, la rapidez y el lenguaje «de shock» que presentan la mayor parte de las redes sociales -con informaciones que acontecen en menos de 10 palabras- no fomentan, en ningún sentido, la posibilidad de análisis para cotejar cualquier información. Sin embargo, aquí cabría otro debate sobre los medios y su función como empresas, «vendedoras de noticias» que, al igual que otro producto, buscan en todo momento el beneficio a toda costa, incluyendo la falta de verificación.

Pero la reflexión es otra. ¿Se pueden desvirtuar los conceptos en pro del fomento de una idiosincrasia? ¿Es una realidad que la historia puede borrarse poco a poco con la evolución del uso del lenguaje? Si no existe una buena comunicación, tampoco existe un «buen» pensamiento. Y esto sí que es necesario. A partir de ahí, el sistema encontraría otros cauces para la solución de numerosos problemas.

No podemos cambiar el mundo entero, ni debemos bajarnos tampoco, porque existe la necesidad de desestabilizarlo, no de abandonarlo.

Menos diplomacia, y más reflexión: Se buscan cínicos con urgencia.


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