Siria y los límites de la Realpolitik
Por Carlos Almira , 10 octubre, 2015
Ayer ¿o anteayer?, una escuadra de aviones de guerra rusos estuvo a punto de provocar un incidente con un dron norteamericano, en el espacio aéreo de Siria (¿existe aún el espacio aéreo de Siria?). Entretanto, la intervención militar rusa, iraní, francesa, norteamericana, en esta guerra, se intensifica por horas. Al igual que la de Turquía, enemiga a la vez que aliada de kurdos y occidentales, respectivamente, en el rompecabezas de la guerra. Un dictador terrorista como Asad empieza a ser tenido en cuenta por los occidentales, y su nombre suena en la misma ONU, como parte de la solución de un conflicto que empieza a sobrepasar peligrosamente la escala regional. Algunos hablan ya, y analizan, los parecidos y las diferencias con la situación inmediata a las dos últimas guerras mundiales (especialmente con la de 1914, con la que habría más elementos en común: complejidad y multilateralidad de las tensiones y los actores metidos en el juego; umbral de incertidumbre creciente; imprevisibilidad y dificultad de la vía y el cálculo diplomático; debilitamiento de los actores estatal-nacionales en beneficio de los centros de decisión imperiales; catástrofe humanitaria, etcétera).
Entretanto, el único actor que parece aglutinar, por el rechazo común que suscita (bien justificado, por cierto), a todos los demás (¿a todos, también a la Arabia Saudí salafista, cada vez más distanciada, como otras monarquías del Golfo, de sus tradicionales aliados occidentales, en especial de los EE.UU. de Obama?), el autoproclamado Califato, avanza hasta pocos kilómetros de Alepo y de la principal región industrial del país, a pesar de toda la maquinaria y el esfuerzo concertado en su contra, por casi todas las potencias mundiales. ¿Cómo se explica todo esto? ¿Tenemos derecho a alguna explicación mínimamente razonable, a estas alturas?
No. Yo creo que hemos perdido ese derecho hace mucho tiempo. No por torpeza, ni por falta de medios, de fuentes de información, de expertos, de técnicos, de sabios; de profesores universitarios, asesores, periodistas, sobradamente cualificados y armados para entender este rompecabezas. El asunto es tan complejo, que incluso amenaza con desbordar este nivel práctico-científico, a-moral (¿inmoral?), de la cuestión. ¿Cómo decirlo? Hoy por hoy, el único actor en esta guerra que parece actuar de acuerdo con unos “principios” (unos principios desquiciados, criminales, llevados a la práctica con una violencia abominable, asquerosa, inhumana -¿inhumana?-, en una especie de delirante distopía), es, precisamente, el auto proclamado Estado Islámico. El resto de los participantes intervienen en el conflicto sirio, en mayor o menor medida, de acuerdo con lo que Max Weber llamó tan certeramente en su día, una “orientación racional con arreglo a fines”. Para decirlo más sencillamente: Rusia, Irán, las Monarquías Sunnitas del Golfo, los EE.UU. de Obama, la Unión Europea de Merkel (¿de Merkel?), el mismo Israel, actúan por cálculos complejos, en la línea de la llamada Realpolitik. Estamos encerrados fuera de la Ética.
Se ha dicho, y seguramente haya en ello algo de verdad, que los ataques aéreos no bastan para derrotar a ISIS. Que sería necesaria una intervención en tierra, (¿como la que derrocó a Sadam Husseim, como la que se realizó en Afganistán contra los Talibanes?). Permítaseme que, a estas alturas, dude mucho de la eficacia a largo plazo, incluso de una intervención semejante. ¿Qué ejércitos entrarían en Damasco sin provocar la Tercera Guerra Mundial? El problema es de fondo, en mi opinión: no es sólo militar, ni siquiera político, sino de valores. Mientras no tengamos claro por qué una persona NO DEBE morir aplastada entre los escombros de su casa, con toda su familia y sus vecinos, no mereceremos, no ya la victoria sobre la locura y el MAL, sino la paz. Más aún, no tendremos la paz.
Durante nuestra Guerra Civil, un sacerdote que iba a ser fusilado se encaró con sus verdugos: “vosotros no sabéis por qué vais a matarme, les dijo, pero yo sí sé por qué voy a morir”.
La Realpolitik trasluce en este caso, una vez más, el agotamiento de nuestra Razón Ética: la cárcel interior en la que, como consecuencia de esto, nos movemos. Si esto acaba mal, ruego a los historiadores del futuro que intenten comprender cómo fuimos capaces de llegar a la luna, pero no de explicarnos por qué una familia no debe morir entre los escombros de su casa bombardeada. Y por qué es mucho más fácil llegar a la luna.
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