Sobre la mentira política en España
Por Carlos Almira , 6 septiembre, 2016
Desde el presidente del gobierno y el Rey, hasta el alcalde del pueblo más pequeño de nuestro país, puede sostener hoy una cosa y mañana la contraria, o decir algo a sabiendas de que va contra la verdad, y no por simple error, sin que ello tenga el más mínimo coste político ni personal para el interesado. Mentir sale gratis en España. Y esto casi puede hacerse extensible a otros abusos de poder, la famosa corrupción (habida cuenta de que mentir es siempre, un abuso de poder). Nuestra cultura política mayoritaria como país, no gira en este sentido en torno a los valores de la modernidad ilustrada, la Razón, la Igualdad, la autonomía de los seres humanos, la libertad y las obligaciones éticas, el anhelo de Progreso y felicidad, sino de la otra modernidad (que tanto dolor ha producido y seguirá produciendo todavía): la modernidad del fascismo, del Tea Party. Esto es así, acaso, por razones históricas de raíces muy profundas. Intentaré explicarme.
Cuando entre nosotros, alguien denuncia una situación general como injusta, y como manifiestamente mejorable, a poco que se descuide es tildado de ingenuo, de naif, o incluso de radical, de utópico. Por el contrario, quienes abrazan lo real, los «hechos», lo que existe y no tiene vuelta de hoja, como algo natural e incluso bueno, son reconocidos de inmediato como personas sensatas, de bien, moderadas, con experiencia real de la vida, y con sentido común.
Es por eso que si la mentira y, en general, los abusos de poder de nuestros dirigentes políticos y económicos, de nuestras élites actuales, son un hecho extendido y universal, más que cotidiano, porque forman parte de suyo de la naturaleza humana, deben ser admitidos y tolerados como tales, incluso con una cierta condescendencia, si no con franca simpatía y complicidad. En cambio, un político que denuncie no sólo estos hechos, sino el orden de cosas que nos lleva a una perversión semejante de valores, será puesto inmediatamente en cuarentena por un amplio sector de la opinión pública, como sospechoso de populismo, como manipulador y encantador de masas, como demagogo radical y peligroso.
Lo escandaloso, lo que produce sonrojo en nuestra España de hoy, ya no es que una parte de nuestros políticos mientan y abusen de mil modos de su posición de poder, sino que millones de españoles lo aceptan como la cosa más natural del mundo. Lo acepten y lo apoyen. Al fin y al cabo, no somos ángeles. Los que vengan prometiendo la luna no nos van a robar ni a engañar menos que estos. Y mejor malo conocido que bueno por conocer. Y además, ¿qué es la Libertad, qué es la Justicia? Palabras, ruido. ¿Alguien las ha visto alguna vez? Nunca. Humo de intelectuales desclasados. En cambio, un hombre y una organización política o empresarial o sindical, Rey, Presidente o Alcalde, que nos manipula, nos miente, nos roba y abusa de su poder, al menos es algo real: son los hechos, son realidades bien concretas, de carne y hueso, con las que uno sabe al menos a qué atenerse. Son lo que hay.
En el fondo, quizás se trate de esto: ninguno de nosotros ha elegido el mundo, el país, la sociedad a la que pertence y en los que vive. Por lo tanto, no ha podido elegirla. Si no ha podido, es porque el ser humano, con toda su razón y sus buenos deseos de justicia y libertad, de felicidad personal y colectiva, no es en realidad, más que un producto, un sujeto de las circunstancias biográficas e históricas. El mundo real nunca es el de nuestros deseos, el de nuestras críticas abstractas. Nuestros sueños, por lo tanto, deben degenerar en pesadillas cuando, por un accidente histórico, nos es dado realizarlos.
Es pues, necesario, abortar todos nuestros deseos de libertad y de razón, antes de que cobren fuerza y degeneren, antes de que puedan ser realizados. Si hace falta, es necesario matar o, cuando menos, arrinconar a los soñadores de tales utopías, como si se tratara de fieras peligrosas o plantas dañinas. No en vano, España es un país que ha matado a dos de sus más grandes poetas: Antonio Machado y Federico García Lorca. Nunca limpiaremos esta vergüenza, ni las otras.
Otro gran poeta, éste holandés, Bloem, escribió: «Uno empieza resignándose a la vida/ y acaba aceptando la muerte». Se nos podría aplicar esto. En España, uno empieza aceptando que sus dirigentes políticos y económicos, sus élites culturales, mientan, abusen de su posición y su poder, defrauden en paraísos fiscalen, coloquen a sus amigos, difamen a quienes lo denuncian, etcétera; y no sólo lo acepta con resignación, sino que participa espiritualmente de ello, y lo asume con secreta complicidad y hasta con simpatía. Uno empieza por ahí, y acaba justificando la barbarie, siquiera con el olvido, y cerrando los ojos a su historia más negra. «Hay que mirar al futuro», nos dicen. Y es verdad. Pero es que en el futuro está el pasado entero. El futuro humano es el ayer cumplido, ya como un cadáver.
Que todo esto ocurra es algo que asumimos, o que asumen quienes así piensan. Ellos y sólo ellos, lo merecen. Buen provecho.
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