«Sólo los amantes sobreviven»: Vampiros filosóficos
Por Mario Blázquez , 17 julio, 2014
Cuando se estrena una película de Jim Jarmusch, resulta muy complicado saber qué puede uno encontrarse. Más aún, después de sus dos últimas películas: la incomprendida (e incomprensible) “Los límites del control” (2009) y la sorprendentemente mainstream “Flores Rotas” (2005). En su filmografía, lejos habían quedado ya resquicios de “Extraños en el paraíso” (1984) o “Noche en la tierra” (1991). Con ésta película, acusada de pedantería, parece pretender resucitar aquellos inicios.
Reconozco que la sinopsis no atrae especialmente la atención, el género de vampiros ha degenerado tanto que ya las actuales referencias nos pueden conducir erróneamente a creer, con horror, que estamos ante un “Crepúsculo” para treintañeros o en el mejor de los casos, ante una “Entrevista con el vampiro” o ese reciente pseudoacercamiento al género como “Stoker”. Pero claro, es Jarmusch, el autor de “Dead man” (1995), esa obra que figurará aún durante largo tiempo en los anales de la extravagancia fílmica más extrema.
La manera de afrontar el contexto vampírico en esta película se antoja de manera simbólica, de simple excusa, similar a la parábola de Abel Ferrara en “The adicction” (1995). Que nadie espere ver terror, colmillos, seres volando y mordiendo o derramando litros de sangre. En “Solo los amantes sobreviven”, la perspectiva está enfocada desde el punto de vista de los seres inmortales y su inquietud e incertidumbre hacia la gestión que los humanos hacen del mundo. Se presenta como una alusión a la deshumanización, a la pérdida de recursos, al ocaso de todo sistema que ha sumido a la Tierra en una transición hacia un pasaje incierto, de mera supervivencia.
Y así comienza la película, con un plano de un vinilo de “Funnel of love” de Wanda Jackson, girando como la Tierra, transportándonos a dos mundos distantes, el de Adam (Tom Hiddleston) y el de Eve (Tilda Swinton), dos amantes que, suponemos, a lo largo de los siglos han mantenido su romance intermitente, pero con la pasión intacta, tanto que pueden permitirse el lujo de vivir separados unos cuantos siglos y volver a reunirse cuando cualquiera de ellos lo necesite. Lo cual nos acerca a la idea de cómo se mantendría una historia de amor, en este caso sí, eterna.
No es casual la elección de los escenarios donde habitan. Adam vive en un desolado Detroit, es un músico bohemio, culto, atormentado y, por supuesto, excepcionalmente creativo. Es sensible a coleccionar antigüedades como guitarras de los años 60 y posee una gran admiración por la tecnología, añorando al vilipendiado Tesla. Detroit fue un referente financiero de los Estados Unidos en los años 60, pero se declaró en bancarrota y se convirtió en una ciudad fantasma, sus habitantes abandonaron sus hogares como si una plaga mortal hubiese aparecido. Adam se esconde entre los restos de lo que fueron casas y edificios de una urbe ahora vacía y silenciosa. Huye de la fama musical, por motivos obvios de no poder reconocer su autoría debido a su edad, y por principios, como deja claro a lo largo del film.
Eve vive en Tánger, ciudad que el poeta Tahar ben Jelloun describió como “una mujer que ya no se atreve a mirarse al espejo”. Al igual que la ciudad, Eve refleja en su rostro envejecido un pasado bohemio, que ahora se torna en una atmósfera decadente. Antes de los 60, suponemos que en Tánger se podría haber codeado con William Burroughs, Paul Bowles o Truman Capote en el Gran Café de París. De hecho, comparte charlas filosóficas en Tánger con su amigo Christopher Marlowe (Ian Hurt), que en un curioso guiño histórico, sigue aún blasfemando que él influyó y escribió varias obras de Shakespeare.
En su última reunión, Eve descubre que Adam se plantea su existencia, siente que los humanos han convertido su eternidad en una condena y su espacio en una cárcel, pero ella le da aliento para continuar encontrando placeres terrenales. Los vampiros son más humanos que los mortales que les rodean, parecen apreciar y rememorar con nostalgia otras épocas, incluso se saben participes creativos, en la sombra, de grandes obras y acontecimientos. Pero sobre todo, nos deja una interesante metáfora: se han sofisticado en busca de la pureza de la sangre, para ellos es tan vital como la del agua para los humanos. La contaminación de la sangre es lo único que puede destruirles y, para ello, dependen de los humanos, pero éstos últimos se preocupan por el petróleo y no por el agua.
“Sólo los amantes sobreviven“ es una obra contemplativa, hipnótica y filosófica, que destila ese romanticismo de cine club trasnochado que uno ve en solitario, somnoliento y se introduce en una atmósfera irreal pero reconocible a la vez. Todo puede ser gratuito o imprescindible: la música, la fotografía, las disertaciones artísticas, el amor… Y sí, confirmo que es una pedantería que no dice nada, pero por algo está dirigida a un público pedante, capaz de ver en ella mucho más de lo que cuenta. En definitiva, es la única película que no debes recomendar a un fan de películas de vampiros.
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