Somera clasificación de escritores
Por Eduardo Zeind Palafox , 10 marzo, 2016
Por Eduardo Zeind Palafox
El pensamiento vulgar, de gente sin letras filosóficas, sólo distingue. El lógico, en cambio, distingue y argumenta, es decir, hilvana, recorre. El pensamiento filosófico, más eficiente, aunque lento, rumiante, distingue, penetra y luego urde.
El vulgar pensar, al ver una camisa, la separa de cualquier otro ropaje, pone aquí pantalones, zapatos y sombreros, y acá, cercana, la camisa. Para él las cosas son lo que son y sólo lo accidental puede explicar que estén juntas o lejanas. El lógico, distinto, antes de definir señala causas y efectos.
El vulgar se fija en cualidades y en cantidades y el lógico en relaciones, cualidades y cantidades. El filosófico, más atento, discreto, no enuncia avatares temporales y espaciales, que eso constituye todo lo mentado, sino que procura saber cuántas dimensiones poseen los objetos que intuye. La camisa, para él, es camisa, adorno, vanidad textil, producto histórico, etc. Es, en fin, algo dueño de infinitas posibilidades de ser.
El escritor vulgar, luego, nota composiciones, y el lógico sucesiones, y el filosófico lo inherente, pero también todo lo anterior. Me ciño, se habrá notado ya, al pensar de Kant, que es muy útil al redactar una tesis, pues es crítico, esto es, separa imágenes, conceptos, palabras y cosas.
Quien sólo atiende lo compuesto, las supuestas cosas en sí, podrá hacer más proposiciones negativas que positivas. El lógico, amigo de la ciencia, podrá hacer más proposiciones positivas que negativas, pero casi siempre «a posteriori». El lógico no duda tanto de lo que son las cosas como del lugar o tiempo que ocupan. El filósofo, que procura brindar a las cosas un ser mayor al que parecen tener, hará, sobre todo, proposiciones positivas «a priori».
Imposible es saber qué acontecerá cuando se junten dos objetos nunca antes unidos, pero posible es prever qué acaecerá después de acercar dos símbolos.
Las leyes del pensamiento, aunque son más ricas que las que rigen a la naturaleza, son más estables. Los significados de los símbolos, que para el escritor vulgar son negros, grandes o ásperos, fines, digamos, y que para el lógico son pasados, presentes o futuros, también fines, para el filosófico son medios, entes trascendentales, entes que no dependen de la realidad, pero que permiten que la conozcamos.
Conocer es intuir primero, conceptuar después y por último ordenar. Sin conceptos colocamos los objetos donde no deben estar. Una camisa, por ejemplo, es más una cosa moral que una lógica, y sin embargo siempre la relacionamos con la civilidad, hija de la racionalidad. Sin ordenar tendríamos no que reconocer simplemente, sino conocer cada bagatela percibida.
Sea la anterior somera clasificación útil para medir la calidad de cualquier escritor, que es malo cuando sólo ordena, mediocre cuando sólo intuye y ordena y valioso cuando se atreve a conceptuar.
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