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Sophía, theoría, epistéme

Por Eduardo Zeind Palafox , 16 octubre, 2014

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García Morente escribió unas “Lecciones preliminares de filosofía” que parecen didascálicas, sólo útiles para los nuevos en la ínsula filosófica. Penetrarlas exige que las leamos con un espíritu filosófico. Un abismo hay entre el mero explicar filosofía y el lucubrarla filosóficamente. Quien ha bregado contra los libros de filosofía, contra esos bien labrados mamotretos de Kant, de Aristóteles, de Hegel o de Zubiri, conoce que sólo es posible terminarlos, llegar a su fin, con filosofía.

Imposible leer filosofía carentes del espíritu filosófico. Cómo sea posible entender qué es tal espíritu sin leer libros de filosofía parece plantear una densísima antinomia. ¿Qué hace el filósofo? ¿A qué se dedica? La palabra “dedicar” viene de “deik”, que significa “mostrar”. Las obras filosóficas son mera obra de mostración para el iniciado. ¿Qué muestran esas obras? La manera en que las más grandes cabezas han buscado la verdad. La verdad “está” en la realidad, pero no se anuncia, como quería el cómico W. Allen, con un foco ni con trompetas, ni tirando saleros, ni trompicando malos jinetes.

Atendamos bien a la palabra “está”. Realidad y verdad, copulando, no pueden ser vislumbradas por la pueril mente del hombre, que siempre “está” en un tiempo o en un espacio determinado “curándose” de algo, según el famoso término usado por Gaos para traducir una idea fundamental de Heidegger, la del “ser”. Para sobrevivir y domeñar la realidad, para no arrostrar la vida a fuer de reacciones, el hombre necesita “saber hacer”, “pro-curar”, esto es, “sophía”, como decían los griegos.

Se sabe hacer una u otra truhanería; se sabe usar tal o cual dispositivo; se saben cuáles son los pasos que hay que dar para sembrar un árbol, para regar un jardín o para escribir un soneto, y dichos “saberes” son, en puridad, mera “sophía” y no filosofía, saber despreocupado. Podemos saber leer igual o mejor que los gramáticos y no inteligir nada, como no inteligen los del Colegio de México, al revisar los libros clásicos de la filosofía. Saber leer es algo más que interpretar palabras y frases: es descifrar.

Me entusiasma el capítulo LVIII de la segunda parte del “Quijote”, donde el Caballero de la Triste Figura discierne que los lujos, la comodidad y el sosiego van en contra de su filosofía libertaria. Él descifra su circunstancia, su verdad, por más que anda oculta en la realidad o en los aposentos de los duques. ¿Por qué pudo descifrarla? Por su “sophía” y por su “theoría”, porque sabía, activa y contemplativamente, “qué” era ser caballero, saber que le reconfiguró el sensorio, el aparato sensitivo, hablando al modo de Cajal.

Recordémosle una vez más: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra, ni el mar encubre”. La “libertad”, para Don Quijote, era una “theoría”, es decir, el remate de su “sophía” manchega. Saber ser caballero, poseer la erudición universal o humanística que tanto festejó Sancho Panza en su amo, permitía a Don Quijote razonar sin verse estorbado por la palaciega cortesanía. En tal razonamiento encontramos la “epistéme”, la sistematización de la “theoría”.

Teorizar, utilizar la “theoría”, es levantarse sobre la realidad. Pero es insuficiente levantarse sobre ésta para allegar la verdad, que es, como lo vio Parménides, múltiple. La “theoría”, puesta en acto, nos da la “actitud teorética”, según Zubiri. Describámosla. Aristóteles notó que sus antecesores, filósofos, habían encontrado varios tipos de verdad, tipos que no explicaban el funcionamiento todo del cosmos. Aristóteles, razonando que los saberes prácticos o empíricos eran insuficientes para fraguar una verdad absoluta, necesaria para orientarnos en toda faena, según pensaba Ortega, resolvió preguntarse cómo o qué eran los objetos investigados “en” la realidad, pero sobre todo cómo se hacían verídicos.

Zubiri, en su libro “Naturaleza, Historia, Dios”, escribió: “La genialidad de Aristóteles en este punto ha estribado en no pretender que el objeto propio de la filosofía sea una zona especial de realidad como fue todavía para Platón: la filosofía ha de abarcar la realidad entera”. Aristóteles procuró, y lo logró, construir una “lógica formal” útil para “mostrar” y “demostrar” las operaciones de todas las cosas. Su invención, leerán en la “Enciclopedia Británica” los neófitos, fue vehículo y órgano para el desarrollo de la Botánica, de la Zoología, de la Ética, etcétera, y además del Renacimiento y de la Reforma.

El “saber hacer” del botánico o del político, antes de Aristóteles, sólo era capaz de describir apretadas realidades, mas no de proporcionar verdades, esto es, de mostrar las relaciones que hay entre todos los quehaceres.  La “lógica” de Aristóteles es, llevando al extremo las cosas, una “theoría” epistemológica del cosmos, que tiempo atrás  Parménides había expresado diciendo: “all is one”.

Todos los libros de filosofía contienen una “theoría” similar, o dicho en mejores palabras, una metafísica, estudio de las condiciones, visibles o invisibles, que hacen posible la existencia de cualquier objeto, ya zoológico o botánico, ya político o económico.

¿Cómo unificar u homogeneizar objetos de diversas índoles? Para hacerlo, en primer lugar, dice Zubiri, hay que hacer una “theoría” que nos facilite la imaginación de los orígenes del mundo, de sus causas, como lo hizo la Escolástica; en segundo lugar hay que definir cuál es el “carácter entitativo” o conjunto de notas esenciales de los objetos que concuerda con dichos orígenes, como lo hace la “sophía” de la Fenomenología; y para finalizar hay que verificar si nuestros objetos de estudio, además de compartir las mismas notas, como colores, texturas y substancias, comparten un mismo “contenido constitutivo”, como lo hace la “epistéme” de la Física.

Harto infructuoso es leer un libro de filosofía sin pertrecharnos en los “guardados muros” de la ciencia y crasa negligencia ejercitarnos en una ciencia sin tener intereses filosóficos, sin observar lo que todas las demás ciencias hacen. La “sophía” sin “theoría”, mostró Kant, es realidad sin verdad, y la “theoría” sin “epistéme” es barco sin capitán, sin rumbo.

Profesor Eduardo Zeind Palafox

http://donpalafox.blogspot.mx/

 

 

 

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