Tal que un 20 de noviembre
Por Víctor F Correas , 20 noviembre, 2014
Hoy es uno de esos días en que la historia demuestra lo juguetona que puede llegar a ser; manejando a su antojo hechos y personas.
En concreto la de tres. Significativas por ser quienes fueron y por sus obras. Y las tres relacionadas entre ellas por esas cosas del destino, muy cabrón él, que decidió juntarlos en la hora postrera. Tres personas que fallecieron tal que hoy, un 20 de noviembre, casi de idéntica forma, sufriendo como perros, humillados o abatidos por el odio de quien no ve en el otro más que un enemigo; lo mismo que veía él. Y tan en serio se lo tomó el destino que dos ellos dejaron de fumar y de beber para siempre con pocas horas de diferencia. Al anarquista Buenaventura Durruti se lo llevó por delante una bala anónima -hecho tratado con maestría por Pedro de Paz en ‘El hombre que mató a Durruti’- en el frente de la Ciudad Universitaria de Madrid. Murió desangrado en el Hotel Palace, reconvertido en hospital de campaña. Cosas de la guerra. Horas más tarde, en Alicante, al falangista José Antonio Primo de Rivera lo que se lo llevó por delante fueron las balas de un pelotón de fusilamiento. Murió desangrado en el patio de una cárcel. También cosas de la guerra. Un falangista y un anarquista. Los dos bandos de una guerra absurda, fratricida, perdían a algunos de sus más brillantes y apreciados referentes. El fuego de una guerra alimentado por generales ansiosos por llevar a un país que creían a la deriva a través del único camino posible, el suyo. Uno de esos generales, tras pastorear al país durante 36 años, también murió un 20 de noviembre tras una lenta y dura agonía que concluyo en la madrugada de aquel día. A Francisco Franco ya no lo mataron las cosas de la guerra. La guerra quedó atrás. Pero no su recuerdo, que aún permanece soterrado.
Cosas del destino, que aún reservaba para Franco una última sorpresa: fue a morir el día resultante de sumar las fechas del inicio (18/7/36) y del final (1/4/39) de la guerra fratricida que dejó en sus manos las riendas de un país derrumbado. ¿Casualidad?
La historia, que es así de caprichosa.
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