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Talión

Por José Luis Muñoz , 29 julio, 2016

VIOLENCIA POLICIAL USACurioso este país fascinante e inmenso, patria de James Cain, William Faulkner, John Steinbeck, Orson Welles, Paul Auster, Woody Allen, Bruce Springstein, Bod Dylan y tantos otros ilustres artistas, en donde una felación puede ser un delito que lleve entre rejas a los que la practiquen, tomarse una cerveza en una terraza no está permitido, porque los niños pueden ver una bebida alcohólica y escandalizarse, y tener un arsenal letal de armas cortas y largas en casa sí, hasta llevarlas en la guantera del coche o bajo la americana. Curioso este país en donde mentir sobre las armas de destrucción masiva y llevar a un país a la guerra y a agredir a otro país, hasta borrarlo del mapa, no tiene consecuencias, pero ocultar la relación privada e íntima con una becaria estuvo a punto de costar el cargo a un presidente calenturiento.

Estados Unidos es un país que tiene tantas armas como habitantes. Un pueblo en armas. La reaccionaria Asociación del Rifle es uno de los lobbies más importantes. Los adictos a las armas de fuego, que acumulan arsenales de ellas en sus hogares, que enseñan a sus hijos pequeños a manejarlas, son los que se escandalizan por los bebedores de cerveza en un lugar público y espían si al vecino le están practicando una felación. El mensaje es que las armas de fuego no son malas en sí, los malos son los que las usan. Donald Trump, el tipo que va a competir en la carrera a la Casa Blanca con Hillary Clinton y tiene posibilidades de regir este gran país, se lamentaba que hubiera americanos que carecieran de armas de fuego para hacer frente a los malos en la última masacre en la que un yihadista entró a sangre y fuego en una fiesta gay.

Poner armas de fuego en manos de civiles es una aberración que está costando miles de muertes al año en Estados Unidos. Allí, un tipo deprimido, o que se levante con el pie izquierdo, puede causar masacres a su santa voluntad. En Estados Unidos el hambre de los pioneros no parece haberse saciado (el filete John Wayne parece sacado de ese que se le cae a James Stewart, tras ser zancadilleado por Lee Marvin, en el western El hombre que mató a Liberty Valance) ni la ley del Talión ha desaparecido. A los forajidos, presuntos o no (los juicios entonces eran muy rápidos, las garantías procesales no mejores que las que hay ahora: Pablo Ibars y Joaquín José Martínez, dos españoles en el corredor de la muerte, pueden dar testimonio de ello) se les colgaba sin dilación del quinto árbol a las afueras del pueblo. La Ley del Talión, de la Biblia, el libro que todo buen americano ha leído y tiene en su mesilla de noche, el único libro que, a lo mejor, ha leído en su vida, para interpretarlo a su manera en la iglesia de la esquina (más iglesias que bares, ¡cielo santo!) se sigue aplicando en esa peculiar administración de justicia que tienen en ese país. El que la hace, o parece haberlo hecho (la lista de inocentes ejecutados no cabe en estas páginas), la paga, y si hay dudas, también, por si acaso: más vale un inocente muerto que un culpable libre. En Estados Unidos, al contrario que en otras jurisdicciones, el acusado tiene que demostrar su inocencia.

La visión de un policía en ese país no es una señal de tranquilidad sino de todo lo contrario. Aquí, en Europa, salvo si se ve a un policía vestido como un gladiador, que así ya no razona, los agentes de la ley y el orden están, en teoría, para ayudar al ciudadano. En Estados Unidos la presencia de un policía, por su historial de brutalidades sin castigo que tiene sobre sus espaldas el cuerpo policial, produce temblores. Ojo con discutir con ellos o hacer un movimiento que puedan interpretar como peligroso. Manos bien visibles, ningún movimiento brusco.

Se dice que en Estados Unidos el racismo desapareció, pero el 80% de los reclusos son negros, y negros son todos los que mueren bajo las balas de energúmenos uniformados de gatillo fácil que demuestran tener un desprecio preocupante por la vida ajena cuando debían ser sus garantes. Días atrás vimos como esos gorilas con licencia para matar la ejercían descerrajando disparos a bocajarro a detenidos inmovilizados causándoles la muerte. Antes los vimos matando niños de 14 años o atropellando a fugitivos con sus coches patrulla. Una simple infracción de tráfico puede acabar con el infractor en la morgue. Eso pasa antes las cámaras y muchas otras cosas pasan fuera de ellas.

Lo alarmante es que la brutalidad policial no tiene castigo en ese país, que esos asesinatos en directo lo más que provocan es una investigación y que se le retire la placa al asesino uniformado durante una temporada. Jurados benevolentes suelen absolverles si llegan a juicio. Y luego pasa lo que pasa, que el Rambo de turno echa mano de su arsenal privado, ese que defiende tanto Donald Trump y aboga por tenerlo en casa, y hace puntería sobre los uniformados, cazándolos como conejos. Ley del Talión, lo que les enseñaron que hay que hacer.

Estados Unidos es un gran país al que no entiendo y analizo siempre que voy, quizá por eso me fascina, por sus contradicciones evidentes, por sus claroscuros que hacen de ese territorio el escenario ideal de la novela negrocriminal.

¿Cuándo el próximo desastre? ¿Cuándo la próxima masacre?

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