Talleres literarios, no sé si me explico.
Por Miriam Alonso , 18 octubre, 2018
Si impartís algún tipo de taller, esto os puede sonar de algo.
Siempre me pongo un poco nerviosa. Las sesiones de los talleres que imparto duran entre dos horas y tres, nunca sabes qué gente vas a encontrar en el aula y como tal, tampoco tienes total convencimiento de que ese temario que llevas semanas ingeniosamente preparado (“ingeniosamente”, ya me entendéis) vaya a llegar donde quieres.
Hay mucha gente en el mundo. Solo con asomarnos un ratito al balcón ya podemos ver que sí, todos somos de la misma especie, respiramos igual, nos movemos parecido, pero no somos los mismos. Por supuesto, tampoco asumimos los conocimientos de la misma manera y es así que el formador –yo, mi caso, muy subjetivo todo-, tiembla un poquito en el previo de cada sesión, al menos hasta que han terminado las presentaciones, todos nos relajamos y los alumnos “aterrizan en el taller”.
Tengo suerte en este aspecto. La andadura que os comento prácticamente acaba de empezar, pero en los talleres que llevo impartidos no he podido encontrar más talento por metro cuadrado. La gente es brillante. Sí he de reconocer que en principio, quizá debido a la presión de solucionar las cuestiones que planteo a la mayor velocidad posible, algunos alumnos tienden a dejar de lado la imaginación y cabalgar la lógica, pero me gusta, me gusta mucho cuando después de dos o tres intercambios de ideas, la lógica pasa a un segundo plano, luego al tercero y pronto, como si nada, el aula se llena de creadores, se desmelena, se apuesta sin miedo a perder.
Eso es lo que venía a contar: el placer de soltarse la coleta y mostrarse sin pudor ante un grupo de desconocidos.
No solo imparto, también asisto a talleres. En la primera sesión del que me ocupa ahora nos pidieron en un ejercicio cooperativo que respondiéramos unas cuantas cuestiones partiendo todos de la misma idea. Me explico: dos personas están atrapadas en el mismo lugar y no se llevan bien por algo que sucedió entre ellos antes. El ejercicio consistía en averiguar qué les pasó, la relación entre ellos, dónde quedaban encerrados… Bueno, pues hubo una mayoría abrumadora de parejas divorciándose atrapadas en el ascensor, pero también tres o cuatro equipos hicieron propuestas distintas y a raíz de estas, los que dejaron a las parejas en tan incómoda situación, se animaron a imaginar y crear otras nuevas. Es como que solo hace falta un loco del papel diciendo que la locura no es mala para se vea.
Es como quitarse unos zapatos que aprietan y estirar los dedos…
Cambiar el vestido por un chándal roto y viejo, con solera.
No sé si me explico.
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