Tarajal
Por José Luis Muñoz , 27 enero, 2018
Imagínese por un momento la escena. Usted no tiene nada; por no tener no tiene ni nombre ni país. Y además tiene esa lacra encima que es tener la piel más oscura, no haber nacido con el cabello rubio, los ojos azules y ser mecido por una niñera en un caserón con un montón de habitaciones o simplemente tener una vida digna, y no la tiene precisamente porque los de esa orilla que trata de alcanzar se han encargado durante siglos de que no la tenga. Usted no sabe nadar muy bien, porque viene de un país en donde, a lo mejor, no hay costa. Pero quiere alcanzar ese mundo quimérico que le han vendido y se esfuerza por llegar a esa playa paraíso de esperanza. No está solo. Le acompañan otros como usted, que han huido del infierno, que han cruzado un continente hostil que ya se ha tragado en sus arenas y fronteras muchas vidas. Y ve enfrente a unos uniformados. Ah, piensa usted, esos son los uniformados de un país civilizado, de una democracia, no son los uniformados de mi dictadura de los que tengo que salir huyendo en cuanto los veo porque me van a robar y, si les viene en gana, matar. Y nada hacia ellos con la esperanza de que en esos pocos metros que ya le quedan por alcanzar la orilla hagan lo que todo bien nacido haría, socorrerlo, salvarle la vida, echarse al agua para librarle de morir ahogado. Pero no es así; resulta que esos uniformados actúan como los suyos, levantan las bocachas de sus fusiles, disparan pelotas de goma que hacen blanco y convierten esa playa de Tarajal en un cementerio en donde usted, anónimo negro sin papeles, quedará tendido sobre la arena, ahogado, cuando el mar devuelva su cuerpo y muerto sí consiga entrar en ese espejismo con el que soñó en vida.
Con toda la mierda que está cayendo en este país, que, cada segundo que pasa, es menos el mío, el archivo judicial definitivo sobre la muerte de quince inmigrantes en la playa de Tarajal ha pasado desapercibido y ni un solo político, envuelto en sus banderas, ha abierto la boca para vomitar el absoluto desprecio por esa resolución. Seguro que usted ni se ha enterado. Así es que cuando oigo que estamos en un estado de derecho y que se respetan los derechos humanos (humanos encarcelados como delincuentes de los que ya nadie habla porque están fuera de circulación) se me disloca la mandíbula.
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