Tengo Miedo
Por Carlos Almira , 19 febrero, 2015
-Tengo miedo, Sócrates. ¿Qué me aconsejas?
-Antes de nada, Alcibíades, dime. ¿Qué es lo que te preocupa?
-¿No has oído lo que se dice? Con razón critican a los sabios que andan siempre ensimismados, enfrascados en sus problemas, pero no son capaces de advertir el peligro que se cierne sobre ellos.
-¿De qué peligro me hablas, amigo? Confieso que empiezas a inquietarme.
-Ha surgido en nuestra Polis una facción que quiere cambiar el Estado, ¡qué digo el Estado, quieren acabar con todo!
-¿A qué te refieres, Alcibíades, amigo? ¿Quieren hacer que el río Metoponte corra hacia la montaña, o que el sol cambie su curso?
-Guarda tu ironía, Sócrates. Es muy serio.
-Perdona. Pero veamos si te he entendido bien. ¿Pueden hacer todo lo que dicen?
-Ahora soy yo el que no te entiende.
-Es más fácil decir una cosa que hacerla. Si esos hombres hablan pero no pueden llevar a cabo lo que dicen, entonces son como niños, y no es propio de personas razonables temer a los niños. Por otra parte, me gustaría saber por qué quieren cambiarlo todo o destruirlo, como tú has afirmado.
-Todos sabemos que las cosas están muy mal, de un tiempo a esta parte. Los de arriba nos oprimen y nos roban cada día más descarada e impunemente. Los de abajo acumulan rencor y quisieran barrerlos, siquiera por ver cómo se las apañan sin sus privilegios. Es en esta situación en que aparecen esos salvadores y demagogos de los que te hablo.
-De acuerdo. Sin embargo, si algo está mal, ¿no es bueno y sensato querer que mejore?, ¿no es así? No se me ocurre cómo podríamos salir de una mala situación sin cambiar algo. ¿No será el cambio, más que las palabras irreflexivas, lo que teme la gente?
-¿A qué te refieres, oh Sócrates?
-Imagínate que estallara un incendio en esta casa, ahora mismo. ¿No sería tan irreflexivo ponerse a buscar las causas últimas del fuego como dejarse llevar por el pánico?
-Ciertamente, Sócrates.
-¿Pondrías tú el agua para apagarlo en las manos de quiénes han provocado el fuego?
-No, desde luego.
-¿Y qué crédito les darías a los pirómanos si ellos fuesen los que quisiesen prevenirnos del peligro y explicarnos cómo hemos de salvarnos de él?
-Ninguno, por cierto.
-Ahora suponte que los que han provocado el mal quisieran advertirnos de un peligro futuro, poniéndonos contra los que prefieren el cambio, diciéndonos que es mejor dejarlo todo tal como está que embarcarse en aventuras inciertas. Todo lo que toca al mañana es incierto. Sin embargo, ¿tú crees que puede mantenerse indefinidamente una casa en llamas?
-¿Cómo podría ser?
-Entonces no se trata de escoger entre el cambio y la conservación de lo que hay ya, sino de elegir entre dos situaciones igualmente nuevas: la de los que vocean torpemente, pidiendo agua para apagar el fuego, y la de los que nos previenen contra ellos desviando nuestra atención de las llamas que consumen la casa. Como mínimo, me reconocerás que si el cambio es siempre incierto y, por lo tanto, ha de temerse, ambas situaciones son igualmente temibles, porque implican un cambio.
-Así es, Sócrates.
-Entonces, volvamos al principio. Esos demagogos de los que hablas, ¿prometen algo que puedan cumplir realmente?
-Algo sí, Sócrates…
-Y ese algo, que pueden llegar a realizar, ¿es tan temible como lo que no pueden llevar a cabo de ningún modo, por más que lo digan y lo deseen, como hacer que el Metoponte invierta su curso, o que el sol se pare en el cielo?
-No.
-Sin embargo, los males que nos aquejan también son reales. ¿No te parece, Alcibíades, que son más reales incluso que los que podamos esperar en el futuro?
-¿Adónde quieres ir a parar, Sócrates?
-A esto: si yo te amenazara con golpearte, pero no lo hubiera hecho nunca, ¿deberías temerme más que si ya te hubiese golpeado muchas veces?
-No, por cierto.
-Luego, lo que debe preocuparnos en primer lugar es lo que nos ha ocurrido, y nos sigue ocurriendo todos los días, ¿no es así? Sin embargo, tememos más las cosas futuras. ¿Cómo se explica esto?
-No lo sé, Sócrates.
-Lo que tememos en los discursos de esos demagogos de los que me hablas no es sólo lo que dicen sino el hecho de que aquello de lo que hablan aún está, si es que está, por así decirlo, en el futuro. Si alguien me promete una casa nueva si abandono la mía en plena noche, ¿qué haré? ¿Lo dejaré todo y saldré a la calle por algo que no puedo ver ni tocar? No, me quedaré en mi casa. Aunque sea una pocilga y esté ardiendo por los cuatro costados. Y aún hay más.
-¿Qué, Sócrates?
-Aunque la casa prometida sea real y no un burdo engaño, el hecho de estar en el futuro la envuelve en la incertidumbre. Es como si una sombra amenazante la rodease en todo momento. Aunque fuese la mejor casa del país, rodeada de naranjos, la incertidumbre de estar en el mañana la hará peor a mis ojos que esta pocilga en llamas.
-¿Qué debo hacer entonces, oh Sócrates?
-Si yo te dijera, Alcibíades, que una legión de ángeles salvará nuestra polis, ¿qué pensarías de mí?
-Pensaría que has perdido el juicio o que me tomas por tonto.
-Exacto. Ahora bien: si yo te dijera que son necesarios nuevos gobernantes y nuevas leyes para apagar el fuego y para limpiar la basura que se amontona en nuestra ciudad, ¿pensarías que estoy loco o que trato de engañarte sólo porque estas leyes y estos gobernantes aún están, si es que están, en el día de mañana como la casa con sus naranjos, bien entendido que son posibles y no meras fantasías infantiles?
-No, Sócrates. Intentaría averiguar qué Leyes y que Gobernantes son esos, para ver si me convienen, para apoyarlos o rechazarlos.
-Pues haz eso. No te entregues al miedo ni al rumor de los pirómanos. Juzga por ti mismo y decide no sólo si se puede, sino si merece la pena vivir un solo día más en esta pocilga incendiada.
-Así lo haré, Sócrates. Que los dioses te acompañen.
-Y a ti, amigo, que los dioses te acompañen, Alcibíades.
El viejo sol se pone sobre Atenas.
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