«The Leftovers». A golpe de maestría
Por Emilio Calle , 6 junio, 2017
Es de admirar el atrevimiento de Damon Lindelof, uno de los creadores de «The Leftovers», en su determinación de dejar atrás la (absurda) polémica en torno al final de «Lost». Siguiendo el desarrollo de esta serie excepcional que acaba de emitir su último capítulo, cabía pensar que intentaría sofocar muchos de los focos abiertos, y que han ido incendiando cada capítulo sin remisión ni auxilio alguno. Desentenderse de la sobrecogedora tristeza que ha ido anegando cada episodio hubiera sido un error, y más aún cometerlo en aras de facilitar una imposible explicación racional a cuanto hemos vivido junto a esos personajes. Sus responsables no han caído en la trampa. Sabiendo perfectamente que habían encontrado a los fieles espectadores que buscaban, el desenlace ha sido el mayor regalo que cabía esperar para ellos. Una conclusión magistral para una serie que ha logrado superar sus muchos logros en unos minutos finales tan extraños y hermosos que incluso siendo igual de perturbadores que el resto de la historia, aún se atreve a dar un paso más en ese territorio de nadie que tan bien había explorado.
Si toda la tercera temporada parecía apuntar a la llegada de un cataclismo natural que acallase un dolor que no tenía fin, dichas expectativas se han visto truncadas. Más allá de la negra humorada (como todo el humor de la serie) de ese diluvio de opereta, la catástrofe ha ocurrido, pero a nivel personal, en uno niveles de intimidad que desarman con su honesto desamparo. Y frente al enjambre de misterios y preguntas sin respuesta al que nos hemos visto sometidos, el tramo final del último capítulo solo tiene como protagonistas a un hombre y a una mujer. Y un pasaje aislado y remoto, como si nadie más que nosotros pudiera verlo. Y será ella (impresionante Carrie Coon, una actriz destinada a lo genial) quien en un estremecedor monólogo vierta sobre el espectador la verdad última que nos legarán sus dos protagonistas. Voz y palabras. Y unos ojos que lloran por todos los que nunca han dejado de llorar por los que se han ido.
No han pasado ni unas horas, y ya se habla de ambigüedad, de otra nueva salida por la puerta trasera antes de que los acólitos de la verosimilitud agiten sus airadas protestas. Poco sentido tiene la queja. Desde el primer capítulo la premisa era clara, y exenta de tecnicismos o alardes argumentales para otorgar sentido a algo tan inaprensible como es no poder recuperar a quien has perdido. Ese siempre fue su motor. Su vertebración. Su única luz en la oscuridad de lo hostil ante la falta de respuestas. Nadie ha estado a salvo de la tristeza, y no había razón alguna para pensar que al final lograrían convivir con ella sin que les aniquilara.
Y así ha sido.
Dentro de una imagen exquisitamente idílica y llena de belleza, las palabras de Cora solo son el eco de nuestra soledad.
Que nadie se equivoque.
Esto no es «Lost».
Aquí el final es que sí que estamos perdidos.
Pero aún podemos mandar mensajes llenos de amor.
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