Todos a votar
Por Carlos Almira , 19 marzo, 2015
El 22 de marzo se celebran elecciones en Andalucía. En otras circunstancias, estas serían unas elecciones autonómicas más, como tantas otras que se han sucedido en estos últimos treinta y tres años: mítines, carteles, debates, eslóganes, palabras, palabras, palabras… Los candidatos de los dos grandes partidos se disputarían el voto de los jóvenes, de los indecisos, de los jubilados. Apelarían a la sensatez, al voto útil, al centro, que tantos réditos políticos ha proporcionado desde la muerte de Franco. Quien más, quien menos, a poco más de dos días de las votaciones, ya tendría clara su decisión.
Hay, sin embargo, razones para pensar que estas elecciones son diferentes. Sin pretender convencer a nadie de nada, quisiera aprovechar este espacio que me proporciona El Cotidiano para hacer algunas reflexiones al respecto:
En primer lugar, creo que éstas no son unas elecciones autonómicas más, ni siquiera unas primarias. Me parece que el fondo de lo que se puede decidir aquí va mucho más allá de quién ocupará durante los próximos cuatro años el Palacio de San Telmo y dirigirá el gobierno andaluz. Va más allá, incluso, de cuál será el próximo gobierno de España. Lo que aquí está en juego, en mi opinión, en mucha mayor medida que en las últimas elecciones generales en Grecia, es el modelo de sociedad que tendremos en Europa en los próximos años.
Si en esta apreciación hay algo de verdad, como yo creo, tenemos entre manos este domingo una gran responsabilidad en Andalucía. Esto lo saben, lo presienten muy bien, todos aquellos que no quieren un cambio de situación política. Pienso que demuestran un fino olfato histórico y de las circunstancias, pero que se equivocan en una cosa importante: hemos llegado a un punto, a un límite, en que ya es imposible conservar, desempeñando la misma función, las instituciones bajo las que hemos vivido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
El mundo al que nos dirigimos en los próximos meses no se parece en nada al que hemos conocido en ese período. Los primeros pasos hacia él han sido dados ya hace tiempo en la Unión Europea y en otros lugares. Hoy, creo que no exagero al decirlo, lo que vivimos en Europa es una verdadera Dictadura Parlamentaria. Es decir, un régimen político y social en el que, bajo la apariencia de elecciones democráticas y partidos políticos, el poder de decisión está fuera de todo posible control por los ciudadanos.
Quienes ingenua o interesadamente se aferran a lo que hay, en vano, advierten casi con tonos apocalípticos de la amenaza que suponen los nuevos partidos en estas circunstancias. Hablan de populismos, de amenaza a la “democracia”, de enfrentamiento civil, de derechos básicos en entredicho, de “movimientos anti-sistema”, ¡qué sé yo! Y tienen razón en un sentido, aunque en mi opinión se equivocan de protagonistas. Todas esas amenazas son más que probables, pero quienes están a punto de hacerlas realidad no son los nuevos movimientos ciudadanos, no es Podemos, ni Siryza, sino precisamente los partidos políticos tradicionales y sus patronos, los auténticos detentadores del poder social hoy.
La democracia se ha convertido desde hace tiempo, en un engorro para estos poderes. Una sociedad pacificada, con sus necesidades básicas cubiertas, próxima al pleno empleo (y al empleo de calidad), con acceso a la cultura, con canales verdaderamente democráticos de influencia y decisión política, es una auténtica pesadilla para ellos. Es mejor que la gente no tenga empleo ni cultura, que trabaje en condiciones precarias de casi esclavitud. ¡Los desesperados rara vez exigen derechos, o se rebelan! Bastante tienen con pensar en las próximas veinticuatro horas, en qué darán de comer a sus hijos y en cómo pagarán el próximo recibo del alquiler. Por otra parte, los nuevos poderes tienen mucho que ver con el mundo del dinero, con las instituciones financieras. El dinero que crean los Bancos vive y crece de la deuda y la miseria de las personas y los pueblos. Tal es la ecuación del mundo de mañana., ¿De mañana? ¡De hoy!
Decía Marc Bloch que los seres humanos somos prisioneros de las circunstancias que nosotros mismos creamos. Estos nuevos poderes no escapan a esa ley de la inercia de la Historia. Las elecciones suponen un peligro para ellos, si no las ganan quien debe ganarlas. Un escenario en que la “izquierda” y la “derecha” de toda la vida, institucionalizadas, no puedan decidir al dictado de esos intereses particulares, es algo indeseable, que debe ser evitado a toda costa. Estas fuerzas políticas y sociales tienen nombres y apellidos en España, como en el resto de Europa. Todos sabemos quiénes son. Las conocemos muy bien.
Dentro de seis meses, de un año, lo poco que queda de soberanía democrática en los Estados de la Unión Europea (¿queda aún algo?), empezará a ser suprimido por los Bancos y las Multinacionales, merced, entre otros instrumentos jurídicos, al Tratado de Libre Comercio entre los EE.UU. y la U.E. El sueño del filósofo ultra conservador Robert Nozic, del Tea Party, del Estado Mínimo y la sociedad atomizada, va a hacerse realidad por fin: un Estado fiscalmente anémico, dotado de un Ejército y una Policía eficaz, y poco más, donde el más fuerte determinará la vida y la muerte de la masa de la población, de sus antiguos conciudadanos.
La situación social y económica está ya madura para ello. Las sociedades opulentas de las que hablaba Galbrait nutrirán las filas de los nuevos esclavos. Esta nueva esclavitud tendrá, por momentos, incluso la apariencia de la prosperidad y la libertad. En vez de grilletes y látigo, la sancionarán tarjetas de crédito y pólizas. Nóminas secuestradas por los Bancos. Pensiones desviadas hacia oscuros y no tan oscuros fondos de inversión. Hijos sin becas ni posibilidad de formación, condenados a permanecer en su nicho social de origen, o a descender aún más. Empleados sumisos. Funcionarios paupérrimos.
Sin embargo, la gente aún puede hacer algo contra todo esto. Votar. Las elecciones andaluzas podrían ser un primer, un segundo aldabonazo, no para establecer el bolivarismo venezolano en España, sino para frustrar los deseos, los intereses de esa élite depredadora. Es cierto que algunos de los líderes de estos partidos nuevos dan un poco de pena. Dan incluso grima. Pero la historia no puede permitirse siempre el lujo de esperar a un Gandhi, a un Churchill, a un Martin Luther King. Es lo que tenemos.
Yo estuve en la primera manifestación del 15-M. Entonces nadie podía aventurar el futuro. Recuerdo que me sorprendió, me emocionó la variedad de gentes: jóvenes universitarios, parejas con sus niños pequeños, jubilados… Era una mezcla de todo y de nada. Era un trozo de la sociedad arrancado al televisor, el paseo, el supermercado, el coche en el atasco.
Si aquel milagro fue posible, es que todo está aún abierto. Pero el tiempo apremia. No hay tiempo que perder. De lo que hagamos hoy puede depender el futuro de Europa, quién sabe si del mundo, de mañana.
¡Todos a votar el 22 de marzo!
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