Todos somos profesores de lengua
Por Anabel Sáiz , 18 febrero, 2014
By Anabel Sáiz
Quiero empezar directamente con una cita textual de José M. Esteve, Catedrático de Teoría de la Educación, de la Universidad de Málaga quien en “La aventura de ser maestro” (2003) nos explica, tras más de 25 años de docencia, cómo, día a día, se está formando como persona y como docente. Dice así: “La enseñanza es una profesión ambivalente. En ella te puedes aburrir soberanamente, y vivir cada clase con una profunda ansiedad, pero también puedes estar a gusto, rozar cada día el cielo con las manos y vivir con pasión el descubrimiento que, en cada clase, hacen tus alumnos” (“Cuadernos de pedagogía”, nº 266).
La enseñanza de las distintas materias se rige por los programas que nos facilitan los Departamentos Correspondientes y, simplificando mucho, en las programaciones que los docentes elaboramos cada principio de curso constan los objetivos, los contenidos, los métodos de evaluación, la temporalización y otros elementos útiles; aunque lo que de verdad es útil es el día a día.
Así que no se trata de angustiarnos, sino de organizarnos y gestionar lo que tenemos.
Hace 27 años que me dedico a la docencia y nunca un curso ha sido igual a otro porque los alumnos son distintos, la relación que se establece no es nunca la misma y la manera de impartir los contenidos también es diferente. Por lo tanto no crean en fórmulas maravillosas, no existen. Lo que a alguien le va bien, puede que a otro le falle; aunque bien es cierto que hay que partir de unas bases comunes. Y de nuevo, si me lo permiten, acudo a José M. Esteve, la extensión de la cita bien vale la pena, quien nos pone frente a frente a la única realidad que importa a la hora de enseñar: “Hace tiempo –nos dice–, descubrí que el objetivo es ser maestro de humanidad. Lo único que de verdad importa es ayudarles a comprenderse a sí mismos y a entender el mundo que les rodea. Para ello, no hay más camino que rescatar, en cada una de nuestras lecciones, el valor humano del conocimiento. Todas las ciencias tienen en su origen a un hombre o una mujer preocupados por desentrañar la estructura de la realidad. Alguien, alguna vez, elaboró los conocimientos del tema que explicas, como respuesta a una preocupación vital. Alguien, sumido en la duda, inquieto por una nueva pregunta, elaboró los conocimientos del tema que mañana te toca explicar. Y ahora, para hacer que tus alumnos aprendan la respuesta, no tienes otro camino más que rescatar la pregunta original. No tiene sentido dar respuestas a quienes no se han planteado la pregunta; por eso, la tarea del docente es recuperar las preguntas, las inquietudes, el proceso de búsqueda de los hombres y las mujeres que elaboraron los conocimientos que ahora figuran en nuestros libros. La primera tarea es crear inquietud, descubrir el valor de lo que vamos a aprender, recrear el estado de curiosidad en el que se elaboraron las respuestas. Para ello hay que abandonar las profesiones de fe en las respuestas ordenadas de los libros, hay que volver las miradas de nuestros alumnos hacia el mundo que nos rodea y rescatar las preguntas iniciales obligándoles a pensar”.
Los chicos y chicas tienen que aprender lengua, si lo personalizamos en la materia que yo imparto, y en cada curso se siguen unas estrategias y unos contenidos diferentes; aunque la enseñanza de la lengua es cíclica. Se dice que cualquier profesor es profesor de lengua con independencia de lo que enseñe porque la lengua es el vehículo de las ideas y a ella volvemos una y otra vez. Hay contenidos que siempre se van repitiendo, con mayor o menor grado de exigencia, como es la ortografía –caballo de batalla donde los haya–, la sintaxis, la morfología y algunas cuestiones más.
A menudo decimos que si un chico supiera leer y escribir bien ya sería suficiente porque el problema con el que nos tropezamos es que muchos alumnos no entienden lo que leen y eso es el germen del fracaso escolar como os podéis imaginar. Son del dominio público los resultados de los informes Pisa (Programme for International Student Assessment) que nos dicen, claramente, que nuestros estudiantes no solo no leen, sino que no entienden lo que leen. No obstante, este resultado no ha de hacer que nos rasguemos las vestiduras o que nos enfrentemos unos a otros, sino que tenemos que tomarlo como una oportunidad.
De las crisis surgen soluciones importantes o como dice Victoria Fernández, Directora de “Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil”, y con esta cita concluimos: “Bienvenido el escándalo si sirve para remover rutinas, acomodos y autocomplacencias. No vamos bien y hay que buscar soluciones. Y aunque sabemos que no es fácil, porque la educación –y lo que nos ocupa más concretamente, el fomento de la lectura– es algo que implica la movilización de toda la sociedad, creemos que hoy se dan buenas condiciones para mejorar: el problema está localizado; en el ambiente está la voluntad de solucionarlo, y ejemplos de posibles “remedios” se ven de todo tipo y por toda España. Quizás sentarse a contrastarlos y a intentar elaborar estrategias comunes y coordinadas no sería mala idea” (CLIJ, nº 211).
No sería mala idea: aún estamos a tiempo.
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