Tonada de un viejo amor. Mónica Lavin
Por Olga Navarro , 23 julio, 2015
Autor: Mónica Lavin
Editorial: La Pereza Ediciones
140 págs
Tonada de un viejo amor comienza con una certeza y termina con una incertidumbre, como deben comenzar y terminar los buenos libros. No es una historia de amor, aunque esté narrada con la intención primera de atrapar, de conmover, incluso, de impresionar. Es un relato sobre el sentido de la fatalidad, y esa es la lectura que quiero darle hoy, pese a que ayer le di otra, y mañana podré, sin dudas, darle una muy distinta.
Tonada…va ya por su quinta edición, y cada vez que se imprime, cobra nueva vida, porque dentro de su clásico revestimiento, es ésta una novela inquietante, que nos hace pensar que hay en sus páginas mucho más de lo que nuestros ojos leen. No se trata sólo de una narración marcada por el incesto, entre un tío playboy y su sobrina carnal, ubicada en un rígido pueblo mexicano de los años 40 del siglo XX. Tonada de un viejo amor es realmente la historia de la imposibilidad; y de esa fatalidad y ese determinismo que pudiera muy bien ser también otra especie de naturalismo literario. ¿Sería aventurado referirnos a un neonaturalismo? No cabe dudas que existe un determinismo expresado en la frustración de la protagonista, Cristina, quien vive ahogada entre las convenciones de su familia, una raza de hombres y mujeres genéticamente programados para continuar perpetuando su especie de vinicultores, mediante casamientos disparejos y un sentido de inamovibilidad caracterizado por fiestas pueblerinas abundantes de vino y lujurias secretas, las cuales por fuerza no han de conducir a ninguna parte.
De ahí las alusiones al ajedrez que desde el inicio de la novela, mediante el exergo de Borges, menciona Lavín. No hay en esta historia movimientos reales posibles, mucho menos exitosos. Cuando la dama intenta dar un largo paso, en cualquier dirección, ha de impedírselo incluso un simple peón. Esto se refleja también en el viaje de Cristina a la ciudad. A la muchacha le frustra darse cuenta que en el México citadino tiene lugar una vida diferente, para ella, una vida superior.
De esta suerte, Cristina, más que sentirse decepcionada por no poder disfrutar abiertamente del amor de Carlos, odia el no poder vivir como los personajes famosos de su época. Sobre esta impresión que causó en ella la “ciudad de los palacios”, discurre la joven, dando muestras, por otra parte, de un bovarismo desmesurado.
“Aquí los amores prohibidos se volvían realidad, cada quien amaba a quien quería: María Félix, después de haber estado casada con Agustín Lara, que la volvía canción y eternizaba su belleza, se casaba con Jorge Negrete. La hija del general Mondragón se enamoraba de un pintor viejo y dejaba a su importante marido. El público que se escandalizaba, agradecía el escándalo: las pruebas de vida. Tenía que reconocerlo, la ciudad atizó la ira de su corazón. Pero la había provisto de imágenes y palabras, música y atardeceres distintos como para que no nada más se la tragara el polvo seco del desierto o su almohada de señorita rica, inútil, sin más oficio que el uso de las tijeras, la aguja y el dedal”.
El popular bolero “Solamente una vez”, que da título a la primera de las dos partes en que se divide la novela, los referentes a la música jazz, tan cosmopolita y a la vez tan acorde a la época descrita en la novela, el cuadro que se hace pintar desnuda Cristina, todo esto, reafirma la idea de una novela-mosaico, de una novela-caleidoscopio, en la que las escenas eróticas, que abundan, son descritas también con fuerza y sin tapujos. Lavín escribe sin miedo a escandalizar, porque es su pluma una pluma refinada. Valga este pasaje como uno de los mejores ejemplos de un encuentro sexual que no teme el grafismo más natural y elegante:
“Una vieja silla de palo era el lugar donde Carlos se sentaba después de que uno a otro se desnudaban con furia y Cristina a horcajadas se ensartaba en aquel pene lustroso, el único que ella conocía, el único que ella deseaba, porque deseo y amor eran lo mismo. Carlos, que había probado mujeres a capricho, nunca antes había sentido un placer tan acusado, una erección tan prolongada, una secreción tan abundante como la que le sobrevenía mientras las nalgas blancas y redondas de Cristina se apoyaban en sus ingles”.
Y cuando Carlos descubre, para su desasosiego, que siente también pasiones sexuales desbordantes por su esposa fea y mojigata, un lector pasivo puede llegar a confundirse, pero un lector activo sabe que hay aquí fuertes tintes del naturalismo más zolesco, ese que postulaba en sus manifiestos, que es la influencia de la herencia y del ambiente lo único que importa en el desenvolvimiento de los personajes.
Tonada de un viejo amor es una novela para reivindicar, si cabe esta palabra, una y otra vez. Una novela, en suma, para disfrutar una y otra vez, y es que, como dijera en cierta ocasión Italo Calvino, “los clásicos son esos libros de los cuales suele oírse decir: “Estoy releyendo…” y nunca, “Estoy leyendo.”
Greity González Rivera
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