«El bajo vientre es lo único que impide al ser humano creerse Dios», decía Nietzsche. En todos los servicios debería haber un espejo, ese instrumento de la vanidad, para vernos así, humanos, demasiado humanos, después de cumplir con el tributo por vivir. Mejor que encontrarse ese espejo ocupado por un cartel que, aunque parece que habla de otra cosas, en realidad, nos envía este mensaje solapado con nuestro reflejo: tontos, demasiado tontos.
Aunque podría ser en cualquier servicio o baño público de esta España nuestra, se trata de uno en concreto, en una universidad de carne y hueso, parafraseando a Unamuno. Importa el detalle de que se trate de una universidad y no de una escuela de educación infantil, donde quizás no me hubiera sorprendido tanto. «¿Cómo lavarse las manos?» Titula en negrita un cartel en el espejo del baño de una universidad pública española y explica a los usuarios cómo deben lavarse. Lo explica con palabras y sucintos dibujos, por si fuera el caso de que la gramática, de quien lo ha redactado o de quienes lo leamos, no se viera capaz de explicar o comprender con claridad tan complejo asunto. Abra el grifo, mójese las manos con agua, frótese la derecha con la izquierda, mucho frotarse, los pulgares, los dorsos, las palmas, las puntas de los dedos y así hasta secarnos con una toalla desechable, que aprovecharemos también para cerrar el grifo.
Se empieza quitando la Filosofía de los planes de estudio y se acaba ilustrando a universitarios, docentes e investigadores cómo lavarse las manos. No descarto que llegue a convertirse en una asignatura o, al menos, en un taller –ahora están muy de moda los talleres– por el que den créditos.
Tontos, demasiado tontos. Así nos ven. Así nos quieren. Sospecho que así somos. Tontos, demasiado tontos, tan tontos como para admitir que nos enseñen con dibujitos cómo lavarnos las manos. A persignarme, a atarme los cordones y a lavarme las manos me enseñaron muy de niño. Tan tontos como para no correr a gorrazos a quien tuvo la genial idea de llevar su lección al cuarto de baño. Ya ni siquiera ahí está uno seguro. Sin embargo, lo más grave del hecho está por llegar. No tardando mucho, será cuestión de días que alguien diga como defensa o excusa: «Es que nadie me lo había dicho». Así vamos, más infantiles que niños, escudándonos al ser pillados en renuncio, en que nadie nos lo había avisado. Y poco a poco, irresponsables, perdemos toda dignidad.
Salud.
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