‘True Detective’ (T2): Del nihilismo al sinsentido
Por Ivan F. Mula , 17 agosto, 2015
La primera temporada de True Detective, a pesar de sus buenas críticas, no fascinó a todo el mundo de forma unánime. Al contrario, la serie escrita y concebida por el escritor Nic Pizzolatto dividió a los espectadores de todo el mundo en dos facciones enfrentadas de fanáticos absolutos y acérrimos detractores. El bando opositor acusó a la serie de lenta, vacía y pretenciosa. Curiosamente, la segunda temporada parece haber puesto a todos de acuerdo en aplicar mismos términos. Pero, ¿qué ha ocurrido para llegar a este desastre, ahora sí, generalizado?
A estas alturas, ya podemos afirmar que la segunda temporada de True Detective ha resultado una auténtica decepción. Las expectativas estaban altas por lo que existía el riesgo de que no se cumplieran… pero, probablemente, nadie esperaba un producto tan desacertado como el que nos han ofrecido. No olvidemos, sin embargo, que entre la primera y la segunda temporada han cambiado muchas cosas y hay muchos factores distintos y determinantes que hacen de esta última una pésima sucesora de la historia de protagonizada por Woody Harrelson y Matthew McConaughey. Esto es importante porque se ha llegado a insinuar que todos los defectos de la nueva propuesta son la demostración de que su primera entrega era también una calamidad pero que no nos habíamos dado cuenta. Algo así como si nos hubieran vendido una moto una vez pero, a la segunda, ya no les ha salido tan bien el truco. Pues bien, solo hace falta observar los errores de esta season two para darnos cuenta de que eso no es cierto.
La primera diferencia notable que nos encontramos es la ausencia del realizador Cary Fukunaga que dirigió todos los episodios de la anterior temporada. Este cineasta ganador de un Emmy consiguió aportar esa atmósfera asfixiante y enfermiza de violencia implícita que requería el turbio entramado policial que se nos explicaba. La diversificación en varios directores ha hecho perder ese punto de vista unitario que conseguía que siguiéramos la historia como si se tratase de una película de ocho horas. Tampoco no es que los nuevos episodios estén mal dirigidos: los planos de las carreteras y algunas escenas íntimas resultan interesantes. No obstante, ya no hay rastro de genialidad.
Por otro lado, está la multiplicación de protagonistas. Al pasar de dos a cuatro (interpretados por Colin Farrell, Vince Vaughn, Rachel McAdams y Taylor Kitsch) también las tramas se han vuelto más complejas, alejándonos de lo importante: el caso y su implicación emocional en él. La nueva temporada presenta a una serie de personajes atormentados, por diferentes y más o menos difusas razones, que se pasean delante de la pantalla sin objetivos claros ni motivaciones bien definidas. El misterio de lo que no se nos explica parece (ahora sí) más un conjunto de agujeros de guión que de sutilezas y, por lo tanto, acaban decepcionando en una simplista, banal e insatisfactoria conclusión final. Además, sus interpretaciones, a pesar del esfuerzo, son demasiado intensas. Y eso se percibe así porque no tienen una base sobre la que, de verdad, sustentarse.
El caso es otro de los puntos más problemáticos. Mientras que la primera vez era algo tan simple (y efectivo) como encontrar a un asesino (o grupo de asesinos), ahora tenemos una investigación policial que, a raíz de un homicidio, nos conduce a una trama de corrupción urbanística, presuntos delitos medioambientales, una red de trata de blancas que organiza orgías con políticos y empresarios, una trama de extorsión a tipos poderosos con videos sexuales y un misterioso robo de diamantes. Si tenemos en cuenta que se trata de una serie de ocho episodios, es obvio que todo este conglomerado de ideas es excesivo y, por su dispersión, termina por aburrir.
Por último y, probablemente lo más importante, se echan en falta escenas de buenos diálogos. Aunque hay algunas, como la de la mancha de humedad en el techo, en general, no las suficientes para compensar todos los errores antes mencionados. Las conversaciones pseudofilosóficas sobre el bien y el mal, Dios o las menciones a Nietzsche se habían convertido ya en marca de la casa… pero, al parecer, no fueron más que un espejismo. Y no es una cuestión de querer dar la nota intelectualoide. Realmente, toda esa reflexión sobre el horror cósmico lovecraftiano unificaba el leitmotiv de la investigación con la vida privada de los detectives y el espíritu de todo lo que allí sucedía. Se presentaba como un todo: complejo pero coherente. Desgraciadamente, lo que nos encontramos ahora poco tiene ya de nihilista en el sentido deseable. Las piezas del puzle son toscas, manidas y no encajan ni queriendo.
Pocas ganas nos quedan de esperar una tercera temporada, ni siquiera sabiendo que se trata de antologías y que, por lo tanto, volveríamos a empezar de cero. Pero, inevitablemente, hemos perdido la confianza en Pizzolatto y no está claro qué pasos tiene que seguir para lograr recuperarnos.
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