Ucrania: sí se puede
Por José Luis Muñoz , 23 febrero, 2014
Obviando el confuso conglomerado que forma la oposición europeísta en Ucrania—desde extrema derecha a sospechosos de corrupción, como la princesa del gasYulia Timoshenko recientemente liberada y que se apresuró a hacer acto de presencia en la plaza Maidán, pasando por demócratas que piensan que al lado de la Unión Europea les va a ir bastante mejor que arrimando el ascua a la Rusia de Putin—, lo cierto es que el pueblo de Kiev, principalmente, y al margen de las organizaciones políticas, ha dado una lección histórica de democracia directa al mundo al tumbar a un gobierno—se le llama ahora dictatorial, pero lo cierto es que el huido Yanukóvich llegó al poder mediante elecciones democráticas—que había traicionado sus aspiraciones de abrirse a Europa y había optado por la represión brutal—los setenta y cinco muertos de los últimos enfrentamientos, con francotiradores de las fuerzas especiales abriendo fuego contra los, por otra parte, violentos manifestantes armados como guerreros medievales para el enfrentamiento cuerpo a cuerpo a la vieja usanza—que fue la sentencia de muerte del régimen. La calle, tras meses de protesta ininterrumpida, radicalizada en los últimos meses tras el 21 de noviembre, cuando el gobierno decide no firmar el acuerdo de asociación con la Unión Europea, la plaza, el ágora nuevamente, como en El Cairo—aunque lo de Egipto siga la pauta lampedusiana de Es necesario que todo cambie para que nada cambie, y en el país norteafricano están de nuevo como empezaron—, ha doblado la mano del poder en ese pulso que le ha echado y ha demostrado ante el mundo lo determinante que pueden llegar a ser las movilizaciones frente a los escépticos que piensan que las acciones de masas no sirven para nada. Pues sí, la realidad es muy tozuda y ahí están la primavera árabe, ese estallido luego desvirtuado, y Kiev. Otra cosa es que esa revolución, desgraciadamente cruenta—aunque hubiera sido mucho más si Yanukóvich hubiera apostado por la resistencia numantina, a la que no pudo recurrir, por cierto, porque el ejército se negó a implicarse en la represión—sirva para que Ucrania avance en la senda del progreso o retroceda.
La enseñanza rápida que se deriva de ese vertiginoso golpe popular, que nadie esperaba fuera tan rotundo—los que creímos que Putin iba a jugar sus bazas nos equivocamos, o quizá no le dio tiempo—, es que la democracia se ejerce en el parlamento, pero también en la calle cuando ese parlamento traiciona la voluntad popular, frente a los que creen que democracia es depositar un voto cada equis años y desentenderse de lo que hagan los gobernantes durante ese período de tiempo, frecuentemente lo contrario de lo que llevan en sus programas.
Las espadas están en alto en Ucrania y la secesión del país eslavo pende de un hilo. Pero la lección está dada por la ciudadanía de Kiev, escrita en pizarra con letras de sangre.
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