Un 8 de mayo bastante explosivo
Por Víctor F Correas , 8 mayo, 2015
No hay nada mejor que echar la vista atrás para ver que somos lo que somos. Una evolución, una china en un camino de final incierto pero que, a fuerza de trabajo ―y en eso somos unos campeones―, se puede llegar a atisbar. Al tiempo.
Seres capaces de los más increíbles sueños y de las más horrendas pesadillas. Como la que acabó hace cosa de 70 años. Winston Churchill, micrófono en mano, anunciaba a la nación desde su despacho en Downing Street aquello de ‘la guerra ha terminado’. La que le ocupó los últimos cinco fue la Segunda Mundial. El alto el fuego se firmó horas antes, en Reims, y mientras leía el discurso, miles de personas se echaban a las calles de Londres para celebrar el final de una pesadilla. Igual que hicieron veintisiete años atrás. ¿Una tercera? Somos lo que somos, repito.
Peor que una guerra fue lo de la Martinica hace 113 años. Es lo que tiene vivir a la sombra de un volcán. Lo ves, qué bonito y tal. Y avisa. A veces avisa, y si se pasa de sus avisos, como hicieron los habitantes de su capital, Saint Pierre, luego no vengamos con lamentos. Y de haber podido, se hubieran lamentado. Desde días atrás se atisbaba un pináculo de lava obstruyendo el cráter. Una bomba de relojería. Dicen que un capitán italiano lo examinó desde su barco, atracado en el puerto, y que mandó levar anclas de inmediato tras cargar las bodegas. Era napolitano. Sabía de qué hablaba. Eso que ganó. La erupción se llevó por delante la vida de los casi 30.000 habitantes de Saint Pierre. Una nube piroclástica. Como la que arrasó Pompeya. Cenizas y gases a 500 grados centígrados y corriendo que se las pelaba. Sólo se salvaron dos personas. Una de ellas, un prisionero. Los gruesos muros aguantaron el envite. Y los barcos fondeados en el puerto, al fondo del mar, matarile. El capitán napolitano. Demasiados años viviendo a la sombra del Vesubio.
¿Y por el imperio? Lo de siempre. Aparte de los líos de política ―hace 147 años nació un Gobierno provisional presidido por Serrano y con Prim como ministro de la Guerra y Sagasta en Gobernación, que duraría algo más de un año, hasta junio de 1869―, una curiosidad: hoy se cumplen 454 años del traslado de la Corte española de Toledo a Madrid. Felipe II lo quiso así. Cambiando una centenaria capital de reinos y culturas por un poblachón manchego que creció de manera rápida y anárquica. Desde él dominaría el mundo. Cosas del centralismo.
Y dos apuntes culturales: hace 112 años murió Paul Gauguin. En las Islas Marquesas. Un paraíso de luz que robó sus pinceles en los últimos años de su vida. Y más cerca, en Croisset, Francia, lo hizo Gustave Flaubert hace 135 años. ¿Quién no se ha enamorado alguna vez de Emma Rouault como le ocurrió a Charles Bovary? Sólo por eso merece la pena recordarlo.
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