Un barco de negro destino como el cielo
Por Víctor F Correas , 31 marzo, 2015
Está feliz. ¡Cómo no va a estarlo si tiene trabajo asegurado, al menos, para dos años!
Paddy se quita la gorra para rascarse la cabeza. Levanta la vista y emite un silbido de admiración. En nada estará dentro de la colosal estructura que se observa desde buena parte de Belfast. Gira la cabeza para mirar hacia atrás al sentir la palmada que ha recibido en la espalda. Es Brian, un viejo amigo. Se conocen desde pequeños. Carreras por las calles, algún que otro robo de manzanas en la tienda de la señora McBurney y los chapuzones de verano en una pequeña ensenada cerca del puerto.
―¡Qué te parece! ¡Nuestro primer día!
Paddy está alborozado. ¡Él y Brian van a trabajar en la construcción del que dicen será el mayor barco jamás fabricado! Las instalaciones del astillero Harland & Wolff se han diseñado para eso. Un barco de más de 40.000 toneladas de peso y una eslora de más de 250 metros.
―Sí, lo es…
Bryan suspira. No está demasiado convencido. Entra en el interior de la enorme galería dispuesta a tal fin un par de pasos por detrás de su compañero. Al lado, otra galería similar también se llena de obreros y operarios. Otro barco gemelo al que van a levantar él, Paddy y los miles de desarrapados que por dos libras a la semana se dejarán algo más que el alma. En el suelo, ya dispuesta, una enorme quilla ya está dispuesta. Un número, el 401, la identifica. Su tamaño es descomunal. Paddy vuelve a silbar.
Un capataz reúne a un buen grupo de obreros, entre los que se encuentran ellos dos, y les explica su cometido, de qué manera levantarán el casco, cómo remacharán las planchas de acero que lo cubrirán. Brian suspira. Mucho trabajo. Para esto está ahí. Y necesita el dinero. Maggy está nuevamente embarazada. Será el tercero. Pero un presentimiento lo invade. Negro. Tan negro como las nubes que amenazan lluvia. El capataz terminar de hablar y con un toque de silbato ordena a los trabajadores que comiencen las tareas que ha asignado.
Paddy y Brian se dirigen a un costado de la quilla. Desde ahí comenzarán. El primero sonríe apoyando los puños en la cintura. El segundo mantiene las manos metidas en los bolsillos. Paddy mira a Brian de reojo. El aire se llena de martillazos y de voces. La construcción del barco ha comenzado. Brian está ausente. Paddy lo golpea en la cabeza para sacarlo de su ensimismamiento.
―¡Venga, vamos a trabajar! ¿O quieres que te echen nada más empezar?
―No, no… ―responde, lacónico, el otro.
Paddy remacha un tornillo tras otro. Es el primer día y quiere dar una buena impresión al capataz. Brian tardará en hacerlo. El tiempo que necesita hasta que el negro presentimiento que sacude su cabeza se esfume. Pero no lo logrará. Algo le dice que están trabajando en vano. El barco que se disponen a levantar no irá lejos. Le han dicho cómo se llamará; prefiere olvidarlo. Titanic, recuerda fugazmente mientras martillea sin parar. Ni siquiera pasará de su primer viaje. Eso cree, pero se lo calla. Dos libras a la semana tienen la culpa. Y le urgen. Total, ¿quién va hacer caso de los presentimientos de un tonto irlandés que apenas sabe leer y escribir?
Tal día como hoy hace 106 años comenzó la construcción del Titanic, que se hundiría en su viaje inaugural, en 1912.
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