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Un grito por la educación y la cultura

Por Redacción , 10 febrero, 2014

Por Anna Maria Iglesia

@AnnaMIglesia

No eran pocos los que auguraban, a modo de reproche anticipado, una gala de los Goya teñida por las reivindicaciones sociales y por las críticas, sin embargo, en esta ocasión los pronósticos fallaron y la gala, a causa, en parte, de un guión bastante débil y poco mordaz, tuvo un tono menos beligerante -si por beligerante entendemos expresar la propia indignación, cual ciudadano, públicamente- respecto a otros años. Pese a ello, no fueron pocos los miembros de la comunidad cinematográfica que dejaron patente su descontento, principalmente, en unos discursos, menos dirigidos respecto a otras veces al ataque frontal contra la institución política y sus decisiones y, en cambio, más centrados en el reconocimiento explícito de todos aquellos individuos anónimos que, desde su cotidianidad, desde su perseverancia y, sobre todo, su coherencia personal, siguen adelante en la defensa de unos derechos sumamente mermados -se piense en la educación, la sanidad o el aborto- y en la construcción de un futuro y un presente alejado de la abyecta corrupción de los de arriba.

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 Desde hace ya más de una década, determinados medios de comunicación en paralelo – y sintonía- a algunas fuerzas políticas han condenado, en ocasiones a priori -artículos o tuits de la última semana previa a los Goya es buen ejemplo de ello, de algunos miembros de la comunidad cinematográfica -concebida, paradójicamente o, si me permiten, estúpidamente como un grupo ideológica y socialmente homogéneo-  por manifestar, ya sea frente a unos micrófonos o en las calles, las propias convicciones ideológicas y sumarse, dando todavía más eco, a las reivindicaciones de la sociedad. No son pocos los que consideran que la subvención es de por sí motivo suficiente para omitir cualquier tipo de protesta o reivindicación, «¿cómo osan protestar contra un Estado que les paga?», exclaman algunos puristas de la hipocresía; «¿cómo osan alzar sus voces en nombre de una ciudadanía castigada por el paro y las dificultades económicas a la vez que lucen ostentosas joyas y vestidos de gala?», comentan otros que delimitan el compromiso social y, lo que es todavía más importante, la empatía a la clase social más desfavorecida. Hace algunos días, el actor Juan Diego Botto afirmaba, a lo largo de una entrevista en El Asombrario que, independientemente del nivel económico que pudiera tener, nunca dejaría de decir y denunciar públicamente aquello en lo que cree; y así lo demostró el domingo por la noche cuando no dudó en posar en el ritual photocall con un cartel contra los desahucios, en apoyo explícito a las propuestas -ninguneadas por el arco parlamentario en casi su totalidad- realizadas por la Plataforma de Afectados de la hipoteca, que se manifestada a la entrada del teatro.

La PAH no estaban solos: tras la valla que los separaba de la alfombra roja y de los fotógrafos y cámaras, muchos de ellos más interesados en alabar la belleza de las actrices, clavícula incluida, que en prestar atención a las reivindicaciones y los gritos que se escuchaban, estaban también los trabajadores de Coca-Cola, víctimas del ERE realizado por la multinacional que no se conforma con los beneficios obtenidos y, con los despidos, con el consecuente empobrecimiento y desesperación de sus trabajadores, pretende multiplicar unos ingresos ya de por sí elevados. No solamente Juan Diego Botto no hizo caso omiso a las reclamaciones que resonaban a lo largo de la alfombra, los trabajadores de Coca-Cola recibieron el apoyo del director Daniel Sánchez Arévalo que, al salir del coche, se acercó a los manifestantes para escuchar a la ciudadanía que allí estaba congregada, pues, como diría durante la gala David Trueba, los cineastas, todos aquellos que escriben historias y dan vida a sus protagonistas, deben escuchar lo que dice la gente, puesto que solamente escuchando, mirando cuánto sucede más allá de los fugaces focos del glamour, es posible retratar la sociedad real, historias verdaderas de una realidad sin maquillaje. Como Sánchez Arévalo, la familia Bardem, Fernando Trueba y Antonio de la Torre, también se acercaron a los manifestantes, mostrando, una vez más, que el cine es un sector más de la realidad; independientemente del eco mediático, la gente del cine son, en palabras del doblemente galardonado David Trueba, trabajadores, que, como tantos otros y de tan diferentes profesiones, han padecido y padecen la inclemencia de la crisis y el paro (interesante el estudio publicado en eldiario.es acerca del reducido número de actores que pueden vivir de su profesión). Además, el cine, como bien recordó más de un ganador a lo largo de la ceremonia, es mucho más que rostros conocidos a los que acusar de hipocresía social o de no pagar hacienda, como así hizo nuestro ilustre ministro Montoro: de hecho,  desde los técnicos hasta los maquilladores y peluqueros, pasando por quienes trabajan en las distintas productoras, son gente anónima,  cuyo esencial e indispensable trabajo se realiza y es reconocido tras los focos mediáticos y banales entorno a los cuales algunos pretender circunscribir el cine.

Teñida de conformismo, de un ritmo lento y de una comicidad poco aguda con escasas y más que bonarias menciones a la deprimente actualidad política y social, la gala destaca por los brillantes discursos de algunos de los ganadores, en especial, de David Trueba, así como del presidente de la academia González Macho, quien recurrió a la ironía -porque si no, señaló el propio González Macho, «es para llorar»- para subrayar, ante la pétrea mirada de Lasalle, enviado cuan fiel escudero por el ausente Wert, las promesas incumplidas de los distintos gobiernos, pues desde el 2007 los presupuestos prometidos para la ayuda al cine siempre se han incumplido, con donaciones menores  a las estipuladas. A diferencia de los discursos de las presidencias anteriores, el realizado por González Macho resulta ejemplar en cuanto, ofreciendo datos y cifras y, sobre todo, remontándose a años precedentes y gobiernos anteriores, dejó de lado la crítica partidista para poner de relieve la ineficacia de las distintas políticas -muchas de ellas nunca dejaron de ser meras propuestas sobre papel- por y para la industria cinematográfica, sea aquellas destinadas a la realización de películas -y, por tanto, no lo olvidemos, a la creación de puestos de trabajo- sea aquellas destinadas a hacer del cine un producto cultural accesible a la ciudadanía que, con el aumento del IVA al 21%, vio como la entrada del cine se convertía en un lujo poco accesible.

La reivindicación del cine como cultura y de la cultura como un elemento necesario, indispensable, juntamente a los derechos básicos cada vez más mermados, fue paralela a la reivindicación de la educación pública y al reconocimiento de todos aquellos maestros que, a lo largo de la historia más reciente, han creído en el poder la educación, a través de la cual, afirmaba Pilar Pérez Soriano, directora de Las maestras de la república, «han educado en la libertad y en la igualdad». La victoria de este documental y los Goya conseguidos por Vivir es fácil con los ojos cerrados, hizo de la ceremonia un público y merecido homenaje a los maestros y una reivindicación de la educación y de la cultura como los ingredientes esenciales para una democracia fuerte y para una ciudadanía confiada y conocedora de su libertad. La libertad de las mujeres frente al tema del aborto, reivindicado por una extraordinaria Mariam Álvarez, completó así un grito unánime al que, menos beligerante que en otras ocasiones, se unieron desde perspectivas y experiencias distintas muchos de los ganadores y de los presentadores.

El maestro que enseñó a Javier Cámara a buscar siempre la excelencia, el recuerdo de Roberto Álamo a Cristina Rota, su profesora de teatro, y el reconocimiento de David Trueba al maestro Juan Carrión que, a sus ochenta y nueve años, sigue enseñando inglés a sus alumnos, son el más clara expresión de empatía con todas aquellas personas anónimas que, recordaba Trueba, hacen su trabajo y lo hacen bien desde el anonimato. El cine y sus profesionales pueden darles voz, pueden mostrar, a través de la ficción así como de los documentales, la gran labor que desde siempre hasta hoy en día siguen haciendo.  La victoria de la marea blanca, a la que hizo referencia Javier Bardem, el triunfo de todas aquellas maestras de la república, el triunfo de todas aquellas mujeres que, como decía Mariam Álvarez, no se rinden, es el triunfo de todos, de una sociedad que, a pesar de los obstáculos sigue adelante. Y si, como señaló al final de su discurso González Macho, ellos seguirán haciendo cine, nosotros, la anónima y compacta sociedad, seguiremos adelante demostrando que las presiones, las atemorizaciones y los obstáculos no son suficientes para detener nuestro camino, pues como dijo Miguel Ferrari, director de la venezolana Azul y no tan rosa, de la crisis se sale. Y una cosa está clara, una sociedad sin cine -así como sin arte, sin literatura, sin música- es una sociedad que cultura, es decir, una sociedad que no goza de la educación universal, que no goza de la libertad, como tampoco de aquellas rosas que siempre e indiscutiblemente deben acompañar el pan.

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