Un jardín espinoso
Por José Luis Muñoz , 5 julio, 2017
Voy a meterme en un jardín espinoso y lleno de ortigas y voy a intentar salir indemne de él. Catalunya, un oasis que dejó de serlo y está ahora en el ojo del huracán político. Mojarme sin ahogarme y hacerlo con la cabeza fría para cruzar en apnea una piscina de punta a punta.
Una parte importantísima de la ciudadanía catalana siente desafección por el estado español, sobre todo desde que gobierna el Partido Popular (pero no sólo esa formación, recordemos al Alfonso Guerra chistoso de Me he cepillado el Estatut de Catalunya como un carpintero) que, por cuestiones electoralistas, cargó contra el texto aprobado por el Parlament de Catalunya. Morder a Catalunya como un pitbull le da votos en España al partido heredero del franquista Fraga Iribarne aunque lo relega casi al extraparlamentarismo en el Principat. Con ese desaire arranca este último proceso de desafección profunda de buena parte de la ciudadanía catalana hacia la política que viene de Madrid. El independentismo que era residual ha pasado a tener mayoría parlamentaria y eso es en buena parte mérito de los separadores que nunca han entendido el hecho catalán (una historia y una cultura que durante siglos ha modelado su carácter, un idioma propio que ha suscitado incomprensibles e irracionales recelos) y de los separatistas que distorsionan el pasado e inventan una épica sencillamente delirante.
Durante los últimos años, especialmente los dos últimos, la torpeza del gobierno de Mariano Rajoy con su inmovilismo absoluto ha sido notable. La pasividad del gobierno del PP, que no ha movido pieza, ante ese proceso por el que una buena parte de Catalunya desea independizarse del resto de España y constituirse en República Catalana nos lleva hasta el momento actual de un callejón sin salida y enroque de las partes. Lo sensato hubiera sido la reforma constitucional, demandada por una parte importante del Congreso, e introducir en esa Constitución remodelada (la del 73 está obsoleta) el derecho a la autodeterminación tal cómo se recoge en el Reino Unido y en Canadá, países a los que siempre hacen referencia los independentistas catalanes. Desde el gobierno central no se ha dado ningún paso en esa dirección, sino derivar un problema político a la vía judicial y enrocarse en la legalidad vigente, y desde las instituciones catalanas, dominadas por los grupos independentistas de siempre y los sobrevenidos en extrañas circunstancias (CDC reconvertida en el PDCat actual) tampoco se han dado pasos de acercamiento. Si la política es el arte del diálogo y la negociación, en la cuestión catalana podemos dar un suspenso bajo sin paliativos a todos sus actores.
Durante todos estos años en los que sólo se ha gobernado en Catalunya de cara al procés, se han gastado enormes cantidades de recursos públicos y tiempo en ello olvidándose de los problemas urgentes que afectan a la ciudadanía: sanidad, empleo, infraestructuras, educación, etc. El monotema cansino hasta la saciedad ha sido la independencia y una buena parte de la ciudadanía catalana ha comprado el discurso de sus dirigentes y ha acudido disciplinada y cívicamente a todas las manifestaciones convocadas.
Los dirigentes políticos y las formaciones que abogan de forma alegre por la secesión de Catalunya de España (y hay multitud de razones emocionales para dar ese paso) han dado explicaciones vagas y básicas sobre lo que sucederá en el caso hipotético, más bien imposible, de que ésta se produzca. Pasan alegremente por alto los dirigentes de Catalunya que ningún país va a reconocer esa independencia teórica pero no práctica; que Catalunya no podrá acceder a crédito internacional alguno para financiarse; que será excluida automáticamente de la Unión Europea, entre otras cosas.
Quizá hubiera sido apreciado por los ciudadanos reticentes a la independencia, entre los que me cuento, explicar sin ambages que a esa Catalunya independiente, a esa ensoñación de República Catalana inviable, le esperan generaciones de pobreza hasta que pueda levantar la cabeza. Entidades bancarias y una serie de empresas importantes ya han dicho que de producirse esa secesión recogerían velas y se irían a otro puerto más seguro: Madrid. Ese panorama que todo catalán con dos dedos de frente prevé a corto plazo resulta imposible que no lo vean los dirigentes de esa marcha adelante hacia el abismo. Lo ven, claro, no están ciegos ni son tontos.
Tengo la sospecha de que ese referéndum, por el que a las cuarenta y ocho horas de escrutados los votos, en no se sabe bien qué urnas ni en qué colegios electorales, se declarará la independencia sea cuál sea el índice de participación (los que no se acerquen a las urnas es que no quieren la secesión, pero serán ignorados) si gana el Sí aunque sea por un solo voto, no se va a producir y los que más interesados están en que no se lleve a cabo son precisamente los que nos han llevado hasta aquí, las formaciones independentistas que lo han convocado para ese 1 de octubre, el día D. Sospecho, asimismo, que el tripartito independentista está clamando una intervención de los poderes del Estado, la suspensión de la Autonomía con el artículo 155, para salvar la cara ante los millones de catalanes a los que han embarcado durante todos estos años en este proceso a ninguna parte.
El resultado de esta confrontación España/Catalunya, cuyo guión recuerda a alguno de los disparates bufos de los Hermanos Marx, no va a ser otro que el descrédito de las instituciones catalanas, la frustración de los millones de catalanes que han comprado ese sueño y dar nuevos argumentos para ese anticatalanismo rampante que azuza electoralmente partidos indignos como el PP. Catalunya y los catalanes serán la diana de las chirigotas de Cádiz, de un sinfín de chistes y de los carnavales. Nuestro prestigio como pueblo amb seny habrá caído hasta el abismo por culpa de unos y otros. ¿Y la rauxa?
Un tertuliano, en uno de los muchos programas que en estos días aborda la cuestión catalana, fue muy claro al señalar las vías posibles: o se pacta el referéndum, cosa que no es posible ya a estas alturas de la película (por la cerrazón del PP), o se utiliza la fuerza y la desobediencia cívica contra el estado español. No me veo alzándome en armas, que por suerte no tenemos, cuando ya hay dirigentes embarcados en ese barco del independentismo azotado por el temporal que piensan en el patrimonio que van a perder como el estado central sancione particularmente las conductas de los marineros rebeldes, y hablo de uno al que el capitán del barco Catalunya acaba de arrojar por la borda por esa razón.
Los independentistas piden el divorcio de España, porque somos un matrimonio mal avenido, y España no quiere bajo ningún concepto la amputación de la pierna Catalunya que le hará cojear de por vida. ¿Catalunya es esposa despechada y ninguneada, como pretenden los independentistas, o forma parte del cuerpo España? Las secesiones o son pactadas y aceptadas por las partes (Chequia y Eslovaquia) o son a sangre y fuego (ex Yugoslavia). Si Catalunya lo consiguiera abriría una nueva vía, pero para ello debería existir una mayoría muy amplia (60 versus 40) a favor de la secesión, algo que ni de lejos se produce en Catalunya. Proclamar la independencia, que nadie va a reconocer, por simple mayoría simple de un voto a favor de la secesión en ese referéndum es un disparate en el que no creen ni los que lo convocan.
Seamos serios y no hagamos el ridículo aunque ahora sólo hay espacio para la ópera bufa y el drama queda muy lejos, por suerte. A ver en qué acaba este vodevil. Final feliz no le veo.
2 Respuestas a Un jardín espinoso