Un sueño por soñar y compartir
Por Víctor F Correas , 28 agosto, 2015
Iluminados, seres dotados de un magnetismo especial, capaces de hipnotizar a masas rendidas a su verbo, a su mensaje. Miles, centenares de miles, millones de personas caminando tras ellos, siguiendo sus pasos a ciegas porque creen en sus palabras; buscan en ellos la fe que les redima, que cambie sus vidas o les guíe por un camino aún por explorar.
Una lista reducida en la que no tienen cabida los que carecen de carisma –ejemplos hay muchos. Que cada cual ponga el suyo. El actual presidente del Gobierno de este país, por decir uno. Ese es el mío-, personajillos que estarían dispuestos a matar por sentir la emoción de que su mensaje encontrara eco en millones de personas; de ponerse en la piel durante unos segundos, pongamos por caso, de un reverendo negro que, tal día como hoy hace cincuenta y dos años, congregó a un cuarto de millón de personas en el Lincoln Memoriam de Washington. ¿A qué fue esa ingente cantidad de personas? A escuchar a dicho reverendo; a oír su mensaje, sus palabras; a ser partícipes de un sueño que soñó. “Mi sueño es que un día esta nación resurja y viva según el verdadero sentido de su credo, asentado en la evidente verdad de que todos los hombres han sido creados iguales”. Doscientas cincuenta mil personas escuchando a Martin Luther King, esa marea humana cubriendo la pradera del Lincoln Memorial –el de todas las películas de Hollywood: un lago rodeado de vegetación y, al fondo, un enorme obelisco-, algunas llorando, otras cogiendo la mano de sus seres queridos. Creyendo. La piel de gallina. Ahora imaginemos al actual presidente del Gobierno de este país en semejante tesitura. Sí, lo confieso, me he pasado en la comparación; la memoria de Luther King no merecía semejante afrenta.
Este veintiocho de agosto también tuvo como protagonista a Cesthwayo, el rey del pueblo zulú. Enorme, una estatua de ébano de más de cien kilos adornada de una hermosa barriga y únicamente vestida con un taparrabos; esa imagen repetida de las películas de los años cincuenta que nos hacían soñar con tierras míticas colmadas de tesoros en el corazón de África. Pues tal que hoy hace ciento treinta y seis años, a Cesthwayo, último rey zulú, le capturaron los británicos después de que escapara de la última batalla de la guerra Anglo-Zulú. Y le desterraron. Así se las gastan los hijos de su graciosa majestad.
Mejor suerte corrió Boabdil, al que los Reyes Católicos echaron el guante hoy hace quinientos treinta y dos años. Boabdil andaba tras el trono de su reino, el nazarí, y no pararía hasta conseguirlo. Sus católicas majestades, por si acaso, se curaron en salud. Que estamos aquí, que lo sepas, y que no te vamos a quitar el ojo de encima. Boabdil, con tal de recuperar su libertad, dijo sí a todo: a pagar un impuesto, a aportar tropas cuando se le requirieran… Pedid por esa boquita, vino a decirles. No le duró mucho la gratitud. Por eso años después lloraría como mujer lo que no supo defender como hombre.
Y hoy hace ciento ochenta y dos años el Parlamento Británico aprobó el Acta de Emancipación por el cual se abolía la esclavitud en todo el Reino Unido y sus colonias. Para bien y para mal, los hijos de la Gran Bretaña siempre han ido un paso por delante de los demás. Y eso se nota.
De los nacimientos y muertes del día, dos a destacar. El que vino al mundo hoy hace doscientos sesenta y seis años fue Johann Wolfgang von Goethe. Su Fausto sigue conmoviendo al lector como el día que salió de la pluma del que es el mayor poeta alemán. Y el que puso su cuerpo a criar malvas fue San Agustín hace mil quinientos ochenta y cinco años. Obispo de Hipona hasta su muerte, es tal su legado que Las Confesiones y La ciudad de Dios siguen siendo una referencia del pensamiento cristiano. Por algo será.
Buen viernes para todos.
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