Un viaje sin retorno ni destino
Por Víctor F Correas , 2 marzo, 2015
Oscuridad. La eterna oscuridad. Un viaje sin retorno ni destino.
Sin duda, el más maravilloso de todos, capaz de llenar los profundos y azules ojos de Roy Batty y demostrarle que sí, que existen muchas cosas que ni él ni ninguno de nosotros creeríamos. Posiblemente lo que esté dejando a un lado en este instante, tan fugaz en el tiempo como su estela mientras surca lo inabarcable. Racimos de estrellas rasgando la profunda negritud de un universo que desconocemos y del que no conoceremos lo que ella nos diga porque ya no nos lo puede contar. Hace tiempo que su contacto se perdió. En 2003. Esa fue la última vez que se supo de ella. Una transmisión desde una distancia dos veces más lejana que la de Plutón al Sol. ¿Hasta cuándo? Nadie lo sabe. Su fuente de energía se degradó tanto que no dispone de la potencia necesaria para que sepamos qué ve, por dónde está, qué ha conocido. Que debe ser maravilloso.
Lleva una placa atornillada, por si alguien, a saber, da con ella. Una placa de aluminio anodizada en oro con las figuras de un hombre y una mujer talladas, así como un mapa de nuestro sistema solar y diversos símbolos de nuestra cultura. Para que sepan quiénes somos los que la encuentren. Si es que tienen narices. Que esa es otra. Que una cosa es lo que diga una inocente placa o un disco con saludos en un centenar de lenguas ―una idea de Carl Sagan. Un bendito utópico―, y otra pegarse un paseo de muy padre y señor mío para saber cómo son de verdad esos tipos representados en la dichosa placa. Que hay que tener cojones para hacerlo. Primero, para pegarse el viaje, y después, para saber cómo nos las gastamos. Y de ocurrir, eso no pasará hasta dentro de unos 300.000 años, cuando pase a una relativa corta distancia ―tres años-luz― de Ross 248, en la constelación de Tauro. A ojo, nos separan unos 10,3 años luz, que ya es distancia. Quizá salga alguien a recibirla y le pique la curiosidad de saber quiénes han enviado semejante artefacto sin rumbo. Quizá. Y si no, quedarán más oportunidades. Si nada la destruye, que tampoco lo sabemos ni lo sabremos, en los próximos dos millones de años se acercará a las proximidades de Aldebarán ―a 68 años-luz de la Tierra―. Para entonces nos dará igual. El sol habrá dejado de ser lo que es para convertirse en una estrella gigante roja. Poco sentido tendrán quiénes son los tipejos de la placa y los extraños sonidos que emiten. Posiblemente siga surcando la inmensa eternidad… A su aire.
Hoy hace 43 años que fue lanzada al espacio la sonda Pioneer 10, que abandonó el Sistema Solar en 1983. Y ahí sigue.
Comentarios recientes