Una cuestión de dedos
Por Silvia Pato , 4 junio, 2014
Así es como parece que estamos evolucionando: por pulgares.
La directora de la Unidad de Investigación de Cultura Cibernética en la Universidad de Warwick (Inglaterra) Sadie Plant acuñó la expresión «generación del pulgar» (thumb generation) para referirse a los menores de veinticinco años, cuyos pulgares son más ágiles y cuentan con una musculatura más desarrollada. Esto es debido a haber pasado gran parte de su corta vida entre mandos de videojuegos, teclados y teléfonos móviles; e incluso en Japón, ese grupo se hace llamar «la tribu del pulgar» (oya yubi sedai).
Marcar la diferencia de los jóvenes con las anteriores generaciones siempre ha sido frecuente, y si a eso le añadimos que la forma de vida afecta incluso a nuestros dedos, no podemos ignorar que infiere en ella. ¿Recuerdan cuando nuestros pulgares solo adquirían protagonismo ante la barra espaciadora? ¿O la necesaria práctica del correcto uso del índice para tener una caligrafía excelente?
Un estudio realizado en septiembre de 2013 por Microsoft-Ipsos llegaba a la conclusión de que podía estimarse la edad de un usuario digital por el dedo que utiliza en sus pantallas. Así, gran parte de los mayores de 35 años usan el dedo índice, mientras que los menores de esa edad se sirven de los dos pulgares.
Todos estos detalles que pueden parecer baladíes, no lo son tanto. Esta cuestión de dedos es un reflejo del cambio de hábitos, usos y costumbres de una sociedad en constante evolución. Con sus ventajas y sus desventajas, vivimos unos tiempos de cambio; no mejores ni peores que los anteriores, pero sí diferentes. De tal modo, no se puede ignorar que la generación del pulgar corre el riesgo de sufrir una serie de problemas añadidos, como el síndrome de vibración fantasma, el insomnio adolescente, los problemas de audición y un tipo de tendinitis concreta que se ha denominado el «dedo Blackberry». Este último mal se ha modernizado. Antes de los teléfonos móviles, se hablaba de la artrosis de las costureras, por las horas de trabajo que estas mujeres pasaban bordando y cosiendo a mano. Curioso es que hijos y nietos de muchas de ellas sufran esa misma enfermedad por causas completamente diferentes.
Los traumatólogos han alertado también de lo que están empezando a ver frecuentemente en sus consultas. Los adolescentes con pulgares atrofiados por la cantidad de horas sujetos a sus teléfonos móviles ya no son una excepción. Y no deja de resultar irónico que precisamente aquellos que viven una existencia más sedentaria terminen acudiendo al médico por dolencias, como el síndrome del túnel carpiano, que antes eran propias de los amantes del deporte, entre otras actividades.
Todo este protagonismo de los dedos se resume en un irresponsable e inconsciente uso de la tecnología que ha barrido, en algunas ocasiones, los límites de los hábitos saludables y las normas más básicas de la educación. Impensable es para los que pertenecemos a esas generaciones de la barra espaciadora pensar en una clase en la que se permitieran los teléfonos a la vista en el aula, cuando ni siquiera se nos hubiera ocurrido llevarlos; una generación que incluso tenía que esperar a cursos algo más elevados para poder utilizar la calculadora.
Este tipo de estudios y tendencias provocan la reflexión en este acelerado mundo en el que vivimos. Recordemos pues que la forma de uso de los aparatos tecnológios es una decisión propia. Somos nosotros y nuestras conciencias los que decidimos cómo utilizarlos. Somos nosotros los que escogemos apagar con el índice la televisión o acudir al pulgar para desconectar el móvil. Y cada vez que hacemos una elección u otra, poco importa a qué generación pertenezcamos.
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