Una guerra de 38 minutos
Por Víctor F Correas , 27 agosto, 2015
El tiempo es relativo. Según se mire, da para mucho o para poco. Pongamos por caso treinta y ocho minutos. ¿Qué se puede hacer en ese tiempo?
Muchas cosas, desde luego. Algunas se puedes contar y otras no procede según qué horas. Pero por lo que esa cifra ha pasado a la historia es por un hecho singular, único. ¿Dan treinta y ocho minutos para que dos ejércitos se líen a zurriagazos o lo que estimen oportuno con tal de derrotar al contrario? Da. La prueba está en que hoy hace ciento diecinueve años se desarrolló la guerra más corta de la que se tiene constancia. Y esa fue su duración, treinta y ocho minutos justos. El tiempo que emplearon tropas de Zanzíbar y del Reino Unido en zurrarse la badana. Cierto es que otros historiadores alargan la duración de tan singular contienda hasta los cuarenta y cinco minutos, lo que dura un tiempo de un partido de fútbol, sin ir más lejos. Y los contendientes se cascaron de lo lindo a cuenta de unos dimes y diretes resultantes de la Conferencia de Berlín, en la que Alemania y el Reino Unido se repartieron África. Zanzíbar quedó bajo influencia Alemana, y eso dio lugar a una zapatiesta que duró más que la batalla en sí: negociaciones, miradas hacia otro lado, buenas palabras de cara y machetazos por la espalda y un tipo, Khalid bin Barghash, que sucedió a otro muerto de manera repentina y que no estaba dispuesto a bailarle el agua todo lo que los ingleses querían; que lo que deseaban era, básicamente, colocar en el trono del país a su propio candidato, Hamud bin Muhammed, yerno del primer sultán de Zanzíbar, más dócil. Khalid se cogió un mosqueo de tres pares y le dijo a los ingleses que no eran nadie para decidir a quién correspondía el trono del país. Total, que a las nueve de la mañana del veintisiete de agosto de hoy hace ciento diecinueve años, el Reino Unido declaró la guerra a Zanzíbar. Zambombazos por aquí y acullá, los barcos de la armada de su graciosa majestad bombardeando el palacio del sultán… Un cuadro. Y el único barco del que disponía Zanzíbar para su defensa, el HHS Glasgow, al fondo del mar, matarile. Medio millar de zanzibareños murieron durante el bombardeo que duró, desde el primer hasta el último cañonazo, treinta y ocho minutos, y que acabó con la rendición de Khalid; al que rescataron los alemanes para dejarle libre y terminar exiliado en el mismo lugar donde acabo Napoleón. Tela.
De zambombazos sigue la cosa. El que pegó la isla de Krakatoa, al este de Java, hoy hace ciento treinta y dos años. Cómo tuvo que ser la cosa para que esta erupción volcánica conste como la más poderosa jamás registrada. Lo del Vesubio con Pompeya, una bolsa de chuches a la puerta de un colegio en comparación con aquello otro. La cosa fue tal que así: el volcán de la isla, el Krakatoa, pegó cuatro petardazos que se escucharon hasta en Australia, a más de tres mil kilómetros de distancia; expulsó una nube de cenizas que ascendió ochenta kilómetros de altura y cuyo polvo, además de bajar un grado la temperatura mundial ya que impedía la entrada de una parte de la radiación solar, provocó las puestas de sol más espectaculares que jamás se hayan contemplado; y mató a cerca de cuarenta mil personas en las cercanas islas de Java y Sumatra, pobladas no, lo siguiente. La naturaleza, que cuando se cabrea lo hace de verdad.
Naturaleza que hoy hace ciento cincuenta y seis años regaló a la humanidad su primer pozo petrolífero abierto en Titusville (Pennsylvania), dando inicio a la insalubre industria del petróleo.
Pero para el imperio la fecha es especial, señalada en rojo en el calendario. Porque hoy hace cuatrocientos cincuenta y ocho años las tropas de Felipe II al mando de Manuel Filiberto de Saboya rindieron la ciudad francesa de San Quintín tras diecisiete días de asedio. En la batalla se dejaron la vida más de seis mil franceses y otros dos mil fueron capturados. En las tropas imperiales las bajas fueron escasas, casi una anécdota, y la fecha se recordaría por los siglos de los siglos. Ya se encargó después Felipe II de hacerlo. Basta con acercarse al Monasterio de San Lorenzo de El Escorial para comprenderlo.
Claro que este día también sirve para recordar a dos genios que dejaron este valle de lágrimas tal día que hoy. Zurbarán lo hizo hace trescientos cincuenta y un años, y Félix Lope de Vega y Carpio un poco antes, hace trescientos ochenta. Una intensa vida y una extensa obra la suya en la que destacan Fuente Ovejuna o El mejor alcalde, el rey, y que le hicieron merecedor del apodo Fénix de los ingenios. Como poco. Buen jueves para todos.
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