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Utilice el transporte público

Por Oscar M. Prieto , 17 febrero, 2014

Utilizar el coche por el centro de Madrid me altera el ánimo, me afila los colmillos. Al sentirme atacado y en competencia con mil fieras por el espacio necesario, ataco yo primero y, pese a que soy natural tranquilo y apacible, se me hincha la vena y empiezo el desfile de los santos con sus respectivos juramentos (en esto de los juramentos no he oído ninguno mejor que el de un conserje: “¡Me cago en… le doy una patada el cielo y caen los santos como bellotas¡”). Me avergüenza conocerme así también, esta cara de mí, por lo que evito en la medida de lo posible, coger el coche en Madrid y utilizar el transporte público.

Todos conocemos las ventajas del uso del transporte público, como conocemos las fases de la luna, es decir, sin mayores consecuencias para nuestra conducta, salvo, claro,  que seamos lunáticos. Mencionemos las tres ventajas más evidentes del uso del transporte público: es más económico, contamina menos y descongestiona el tráfico en las ciudades (lo que podría suponer mayores espacios para peatones y ciclistas, que a su vez repercutiría sobre las dos primeras: más económico, menos contaminante).

Tiene más cosas buenas. En esta sociedad tan ajetreada, las paradas de bus, son precisamente eso, paradas. Por unos minutos nos detenemos y dejamos que la corriente que todo lo devora pase por delante de nosotros, hasta que llegue nuestro número. También puedes observar a los demás e imaginar sus vidas y darte cuenta de que no son tan diferentes de la tuya, que compartimos más de lo que imaginamos, que hombres somos y nada de lo humano nos resulta ajeno, como dijo aquel griego, y por tanto deberíamos abstenernos de juzgarnos. También, para muchos es el único momento del día, entre la oficina y lo que le espera en casa, de esa soledad, aunque sea un “andar solitario entre la gente” y la ocasión de abrir un libro.

Pero también tiene sus sorpresas desagradables el transporte público. Sin ir más lejos, hace unos días, había quedado a tomar unas cañas con mi amigo “Carnicerito IV”, cuando me encontré con este cartel en una marquesina, mientras esperaba al bus: “Cada vez que te emborrachas te vuelves más tonto”. Me pareció una grosería, una falta de educación, una intromisión imperdonable. Hay tanto que nos hace más tontos y sin embargo no lo vamos proclamando por ahí con campañas publicitarias. Además, no creo que quien diseñara la campaña, tuviera clara la distinción entre la borrachera y la ebriedad, a buen seguro ignoraba que la ebriedad puede ser un vínculo con lo divino que permite transcender a otros estados de conciencia, es decir, volver inteligible lo que de otro modo permanecería oscuro. No está bien ir insultado por la calle, aprovechando la inocencia de las marquesinas, el descuido. Para eso cojo mi coche, que los insultos son más personalizados.

Qué sería de la vida sin una buena borrachera de vez en cuando. Quién soportaría las bodas y las cenas de empresa en navidades sin unas copas de más. Qué buenos momentos nos perderíamos y cuántas locuras quedarían por hacer. Y qué decir de la amistad, quién y cuándo la exaltaría. Qué sería del acervo cultural de los cánticos regionales, se perderían para siempre en el olvido, sin nadie ya que los contará. Y a los feos quién nos besaría. Qué importan una cuántas neuronas más o menos, si nos perdemos todos esos momentos que sólo son posibles cuando llevas un buen pedo, la sal de la vida.

Y por si no fuera suficiente, el alcohol también salva vidas. Hace poco más de un mes, en la costa del municipio brasileño de Barra de Sao Miguel, tres náufragos se salvaron de morir ahogados gracias a la tapa de una caja de cervezas, a la que se agarraron con todas sus fuerzas para seguir flotando. Felizmente fueron rescatados. Y todo gracias a que alguien se había bebido unas cervezas.

No vamos a dejar por estos necios, que concibieron una campaña publicitaria tan desafortunada, de usar el transporte público, pero no estará de más recordarles, lo que Cyrano respondió a Valvert, cuando éste le dijo con ánimo de insulto que tenía una nariz grande:

“¡Venirme a insultar porque guantes no tenía!… Uno quedábame un día, recuerdo de un viejo par. Bien pronto de él me libré; menguada molestia diome; vino un necio, importunome, y en su rostro lo dejé”.

Qué sepan a lo que se atienen.

Salud

www.oscarmprieto.com

 

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