VELOCIDAD DE LOS JARDINES, Eloy Tizón
Por Pedro Bosqued , 23 enero, 2014
Entre los diez mejores del 2013 ha brillado con luz propia, Técnicas de iluminación (Páginas de Espuma). Y al acabar de leerlo, se dispara el apetito por leer más cuentos de Tizón. Por eso, volver a 1992, o la versión de bolsillo de 2008 para entrar de golpe en Velocidad de los jardines, no parece una decisión alocada. Al contrario, una medida con mucho sentido, equilibrada. ¿No pasa que cuando un texto te exige mucho al leerlo, sin querer, lo calificas con una palabra simple? ¿Será que necesitamos balancear? Y este libro trae algo así como una teoría del balanceo desequilibrado. Un teorema exento de fundamento, sin cuerpo, ni tesis, ni discusión, ni síntesis. Pero sí, una dermis modificada, como cuando te pesan los ojos de tanto leer o trabajar o de ganas de llorar sin hacerlo. Y algo y mucho tiene este libro para provocarlo. Un recuerdo del que se cree que ya no existe, y que sin embargo está siempre, como aquella cicatriz de la quemadura que te recuerda lo que has vivido. Eso es también este libro, una vertiginosa panorámica de recuerdos que vuelven a mirar a tu futuro. Nadie sabe a qué velocidad van los jardines, ni siquiera los recuerdos tienen una velocidad establecida, pero no se puede esquivar lo que provocan. Como los cuentos de Tizón que por mágicos, confirman la realidad de que lo real se alimenta de la ficción para hacer más llevadera la vida. Porque los jardines sirven también para calmar la mirada. O como en el cuento Austin, cuando tomamos una decisión que nadie espera, porque no es la fácil, pero intuimos que es la que debemos tomar, y lo gracioso es que no es sobre nada importante. O sea, definitoria.
O en Villa Borghese, uno de los arranques que más intrigan, y uno de los finales más neorrománticos que caben. No es que se sea más permeable, que también cabe; es más bien que a veces los jardines romanos no tienen tiempo, por no decir velocidad.
Y siempre el autor, aunque no lo parezca, controla la velocidad. Si no, no se puede explicar como se pueden bajar tantas persianas a la vez sin romper ninguna, armar un ruido ensordecedor y no despertar a ningún vecino. Tizón lo ha hecho.
Su peso no se ha diluido con el tiempo, ha dejado un sello entre el bolsillo de tela del pantalón de vestir y el pantalón. Ese lugar que nunca se ve, ni se toca, pero que siempre esta ahí. Si se rompe el bolsillo, aparece su visión al ir a arreglarlo; si no, permanece siempre. No parece que Velocidad de los jardines vaya a necesitar muchos arreglos. Como los buenos candelabros.
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