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Viajar

Por Oscar M. Prieto , 27 mayo, 2021

Ni siquiera los árboles están quietos. Ellos también se mueven. Incluso las montañas de apariencia hierática y solemne. El mismo sol. Aunque señalarlo le costara a Galileo arresto domiciliario de por vida. Humildemente, creo que la eterna disputa entre Parménides y Heráclito la ha ganado este último: todo se mueve.

Y el ser humano viaja. Viajar está en el código genético del homo sapiens. Viajó y viajó hasta colonizar la Tierra, hasta limpiarla de competidores. Ni siquiera los neandertales se le resistieron. Luego siguió viajando. El hambre y la guerra siempre han sido motivos principales. La curiosidad y la codicia. Una tribu de indios (de cuyo nombre no logro acordarme) cambiaba cada cierto tiempo de territorio para que sus ojos no se acostumbraran al paisaje. Por último, el placer terminó imponiéndose a la necesidad. Qué el viajar es un placer ya lo sabían los Payasos de la tele. Como nosotros sabemos que para viajar no es necesario desplazarse.

Kant nunca salió de su Königsberg natal. No le hizo falta para escribir la “Crítica de la razón pura”. Balzac, sin salir de su buhardilla, conocía el precio del kilo de garbanzos en Lyon, por poner un ejemplo. Durante la pandemia se nos prohibió viajar y al mismo tiempo se nos liberó de la obligación de viajar. Hay otras formas de viajar que no precisan de aviones. Recordar es un viaje al pasado. Proyectar, hacer planes, lo es al futuro. Comprender a otra persona, es ponerse en su lugar, lo que a veces supone recorrer una distancia sideral. Menos que los coches eléctricos contaminan los libros. Yo he viajado este tiempo, sin saltarme el Decreto, sin estar vacunado. Leer no contagia.

Con Alberto Rodríguez Gorgal volví a pasear por Roma sin mascarilla. Su libro “Destilería Roma” posee la cualidad de ser un buen mistagogo para iniciar en los misterios de Roma a quien tiene la desgracia y también la suerte de no conocerla todavía. Pero es aún mejor para los que ya conocemos la Urbe Eterna. Es la prueba de que conocer eleva la capacidad de amar. Con Ruth Miguel Franco -con diferencia uno de los mejores escritores en lengua castellana- he respirado “La pureza” de los aires alpinos de Innsbruck y he comprendido que el viaje tiene algo de cuervo y de nuez: “dejar que las ruedas aplasten la mezcla de costumbres y de afectos que llamamos yo para llegar al centro antiguo, a la papilla blanca”.

Salud.

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