Violette, de Martin Provost
Por José Luis Muñoz , 17 junio, 2014
Hace seis años el realizador bretón, y también novelista, Martín Provost (Brest, 1957)—Tortilla y cinema, El vientre de Juliette, Donde va la noche—deslumbraba con un sencillo biopic titulado Séraphine, galardonada con siete premios Cesar, sobre una pintora tan desconocida como extraordinaria salida de la nada, Séraphine de Sentis, demostración de que la magia creativa se tiene o no se tiene, es un don innato que no se aprende en escuelas, a lo más allí se perfecciona.
Violette, un biopic sobre la escritora francesa Violette Leduc, poco conocida en nuestros lares, narra la vida de esa escritora feminista sin saberlo, hija bastarda de un duque, escasamente atractiva—La fealdad, en una mujer, es un pecado mortal, dice la protagonista—, que fue volcando en una obra literaria reducida pero muy intensa—La asfixia, La hambrienta, La Bastarda, Teresa e Isabel—en la que ajusta cuentas con su infancia infeliz con un padre que no la reconoce y una madre que no la quiere, da rienda suelta a su desinhibido lesbianismo, confiesa haber abortado y habla de la sexualidad femenina como ninguna escritora francesa lo había hecho hasta el momento, todos sus miedos y frustraciones para librarse de ellos. Inducida a la escritura por el oscuro escritor francés Maurice Sachs (Olivier Py), judío y homosexual, posible colaboracionista y ladrón, que murió misteriosamente de un disparo en la cabeza en Alemania, y apadrinada por Simone de Beauvoir (Sandrine Kiberlain), la película narra el doloroso parto de las obras de Violette Leduc, la frustración por la poca repercusión de sus primeras obras, a pesar de haber sido publicadas en la prestigiosa colección literaria Gallimard que dirigía Albert Camus y haber sido elogiadas públicamente por Jean Paul Sartre, Jean Genet (Jacques Bonnafé) —otro más que bastardo, nacido en el hospicio, que escribió Las criadas en honor suyo y se consideraba su medio hermano—, y Jean Cocteau; la relación con el mecenas homosexual Jacques Guerin (Olivier Gourmet) y, sobre todo, el amor nunca correspondido que sintió hacia El Castor, el sobrenombre que Sartre dio a Simone de Beauvoir, durante toda su vida y fue el tema central de una de sus novelas biográficas.
Me iré como llegué. Intacta, cargada con los defectos que me torturaron. Habría querido nacer estatua. Soy una babosa bajo mi estiércol. Virtudes, cualidades, valor, meditación, cultura. Me crucé de brazos y me astillé contra esas palabras, decía Violette Leduc en su obra literaria La Bastarda.
Consigue Martin Provost describir, utilizando una fotografía sucia y decididamente feísta, cuando conviene, de Yves Cape, en esa primera parte que habla de la miseria de la postguerra y el estraperlo—Violette lavando esa carne agusanada que luego vende—, cada una de las etapas de la vida de la escritora, desde los cuarenta a los sesenta años, que encuentra en las palabras su tabla salvadora y, tras una ardua batalla llena de frustraciones—el ataque de ira que le sobreviene en una librería cuando no encuentra su libro—, el reconocimiento a que todo autor aspira: finalmente fue galardonada con el premio Goncourt que ganó antes su mentora Simone de Beauvoir.
Dividida en siete actos, que toman nombre de las personas que influyeron en la vida de la escritora pionera de ese género tan en boga hoy en día, la autoficción—Paul Auster, Enrique Vila-Matas, Juan José Millás, J.M. Coetzee y un larguísimo etcétera—, Martin Provost pasea en su película al espectador entre toda élite de la intelectualidad francesa de la época y plantea, como ya hiciera en Séraphine, el misterio de la creación artística, pues tanto la pintora como la escritora objetos de este díptico femenino carecían de formación previa.
Dramática, pero sin estridencias, en muchos momentos asfixiante, como el título de su primera novela—en las escenas con su madre Berthe (Catherine Hiegel) que transcurren en esa mísera habitación que comparten—, con una fiel reconstrucción de época y una fotografía que sólo se hace luminosa en momentos puntuales, cuando Violette Leduc busca el respiro del campo para escribir con sosiego, la película de Martin Provost no sería redonda sin la presencia de Emmanuelle Devos que se mete en su papel—Violette maldiciendo a su madre por haberla traído al mundo es una de las secuencias más desgarradoras del film—acompañada por unos actores franceses tan poco conocidos como eficaces.
Sin llegar al grado de perfección de Séraphine, y con una primera parte árida en la que cuesta entrar hasta que la película vuela a París, Violette es un biopic desgarrado sobre el dolor que engendra el parto artístico y la soledad asumida de los creadores—Los escritores suelen ser personajes solitarios porque la escritura requiere un gran compromiso, es un trabajo que aparta del mundo (Martín Provost)—, y sobre ese amor no correspondido y, por lo tanto, idealizado, entre la obstinada y enloquecida, a veces, Violette Leduc, y Simone de Beauvoir, su mecenas imprescindible y generosa, su exacto negativo, fría e intelectual, mientras ella era temperamental y telúrica, enamorada de su obra pero no de su persona, dos vidas paralelas que nunca se fundieron en un abrazo, teje Martin Provost esta película fascinante, perfectamente musicada por las notas inquietantes de Hugues Tabal-Nouvar, que puntean abismos existenciales, y que gira en torno a la literatura y sus artífices.
Título original: Violette
País: Francia
Año de producción: 2013
Duración: 132 minutos
Director: Martin Provost
Estreno en España: 13/06/2014
Comentarios recientes