Y cayó Zaplana
Por José Luis Muñoz , 23 mayo, 2018
Me van a permitir que le eche un capote a Eduardo Zaplana, ahora que lo han trincado con mucho retraso y porque debe de haber bajado la guardia, porque no hay cosa que más odie que hacer leña del árbol caído, aunque literalmente la hago, y mucha, en mi retiro aranés: contradicciones. Tal como están las cosas, y al caso Cifuentes me remito, uno no sabe nunca si todos estos últimos muertos del partido derechista son por fuego amigo o enemigo. Zaplana, como digo, merece que se le eche un capote por su sinceridad. Algún mérito tiene. Como lo tiene Rodrigo Rato que todavía goza de una lujosa libertad y ya ha conseguido que un juez diga que la gigantesca estafa de las preferentes de Bankia no fue eso, una estafa, porque no había voluntad de engaño. ¡Jueces! A Rodrigo Rato sólo lo metieron, con esa mano sobre su nuca, en un coche de la policía fiscal por gracia de Montoro, y Rato se la tiene jurada. A Zaplana los guardias civiles se lo han llevado al cuartelillo, no ha tenido tanta suerte.
Zaplana pasó a la historia de la política basura de este país con una frase que luego hicieron suya los de su banda. A la política he venido a enriquecerme. Sinceridad no le faltó y fue fiel a su ideario hasta que la Guardia Civil lo empapeló precisamente cuando estaba repatriando, imagino que por puro patriotismo, todo el dinero negro fruto de miles de comisiones que había expatriado. A Zaplana su partido, el PP, lo suspende de militancia. Una cosa es robar para el partido, y otra muy distinta robar para su bolsillo. Seguro que en su descargo dirá que también había para el partido. Y le creeré.
Zaplana iba a lo suyo y hacía tiempo que se había desvinculado de su banda, la levantina, que es la más folclórica y berlanguiana, la de la finada Rita Barberá, Francisco Camps, alias el Trajes, el Bigotes, el arrepentido Ricardo Costa, Rafael Betoret, Juan Cotino, Marcos Benavent, el yonqui del dinero, Alfonso Rus, el que contaba con fruición la pasta de las comisiones y se corría, Carlos Fabra, el que tenía siempre el gordo de la lotería, y algún personaje más, toda la sección alicantina, que me dejo en el tintero porque son docenas. Personajes que escapan, por sí mismos, al ámbito de la ficción, la superan con creces porque ningún novelista sería capaz de inventarlos en sus novelas bajo el peligro de ser tildado de exagerado. La otra banda, la madrileña, la de la Reina de las Ranas, es más siniestra, anda a cuchilladas traperas entre ellos, tienen turbias historias en donde hay sexo, mentiras y cintas de video.
Todos, o casi todos, los encausados de las sucesivas tramas corruptas del PP, todos los que están siendo juzgados y siendo enviados a la trena provocando estrés laboral por falta de sueño a la cada vez más reducida plantilla de jueces, que habría que ampliar y no se amplía por lo que todos sabemos, estaban en la boda de Aznar, el Boss, o el Padrino, ese evento al que la trama Gürtel aportó la nada desdeñable suma de 32.000 euros que pagamos usted y yo sin figurar en esa lista de los mil invitados. De esa boda, como bien ha dicho alguien, sólo se salvan los camareros. Y M. Rajoy. Como dato estadístico destacable cabe reseñar que 12 de los 14 ministros del antepenúltimo gobierno de José María Aznar, el del Trío de las Azores que hablaba spanglish con Bush, están imputados, implicados o cobraron sobresueldos. Tuvo tanta vista en elegir a sus hombres de confianza Aznar como Esperanza Aguirre, la cazadora de talentos a la que Mario Vargas Llosa, en uno de sus delirios como articulista, calificó como la nueva Juana de Arco. El país es una charca y Robespierre tarda.
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