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Zaid, no escribas crónicas más, por vida mía

Por Eduardo Zeind Palafox , 4 noviembre, 2014

Arendt in family library reading, Low Resolution

 

Poderoso enemigo de las ciencias sociales es el arte adivinatorio. La diferencia entre el adivino y el conjeturador es muy sencilla: adivinan los que desconocen la historia y conjeturan los que la conocen. Pero leer libros de historia no nos asegura que sabemos qué es la historia. Para que la historia suene, para que nos quiera hablar, para que articule un lenguaje, es necesario tener los oídos internos educados (Wittgenstein). Los oídos del historiador se afinan en la teoría.

Un historiador sin teoría, sin punto de vista (postura contemplativa), no es historiador, sino mero cronista. La crónica sólo cuenta, hora tras hora y día tras día, los acontecimientos que más han impresionado a los escritores, mientras que la historia extracta, por decirlo de algún modo, lo invisible, la “mano invisible” (ver “The Theory of Moral Sentiments”, de A. Smith) que provoca una negociación comercial entre dos países, una guerra o un pacto. En tanto el tiempo, Cronos, determina la labor del cronista, el historiador coyuntura, con su método (“metà-ódos”, ir por el camino teórico), las secuencias del tiempo.

Ockham, el último gran filósofo inglés de la Edad Media, pensó que la verdad se puede allegar a través de la “intuición de la cosa singular” y de la observación de las “secuencias regulares” en los hechos. ¿Qué es una “cosa singular”? Es aquello que presenta una diferencia. Singularidad, diferenciación, es unidad. Un objeto es “único” cuando es irrepetible, es decir, cuando el conjunto de notas que lo constituyen no puede darse sin la influencia de “su” esencia. Esencia es substancia que permite replicar o multiplicar unidades diferentes (Bucéfalos y Rocinantes son todos caballos, mas son todos diferentes).

Las anteriores frases son útiles para todo historiador y para todo comentarista. Cuando se ignoran se hacen artículos como el último que Gabriel Zaid publicó en “Letras Libres”, tan laxo que puede entenderse por la siguiente línea: “Israel no supo lo que quería”. Zaid no ve la carga alegórica de la palabra “Israel”, que puesta como la puso significa: “Moisés, Maimónides, Buber y Arendt no sabían lo que querían”. El artículo se llama “Una guerra interminable” (las guerras de laya religiosa no terminan, sólo cesan, vio E. Barker), y procura explicar la guerra entre Israel y Palestina. El artículo carece de teoría, de objeto, mas abunda en preocupaciones, que nunca serán teorías.

La “guerra tradicional”, la que usaba fuerzas naturales y controlables (pólvora, odio, perros, hombres), era una como “ultima ratio”, como una carta de juego sorpresiva en las ásperas negociaciones entre los países y no un último recurso para obtener a fuerza lo que no se podía obtener por favor, como dice Zaid, que cita a Clausewitz, experto en materia bélica; pero la “guerra moderna”, nuclear, según dice Hannah Arendt en el Fragmento 3c de su “¿Qué es la política?”, ya no es carta de juego, sino ley de juego, ley capaz de aniquilar para siempre a cualquier pueblo.

Zaid, que no es historiador, sino cronista, en vez de hablar de la guerra en sí, “ab ovo”, se pierde en datos históricos que Ockham vería muy mal y que no suministran intuiciones de la guerra de marras ni permiten detectar cuáles son las causas políticas que engendran todos los conflictos armados.

Zaid mejor hace glosando rimas que escudriñando guerras. Leamos uno de sus brillantes planteamientos: “¿Cómo explicar las guerras interminables? Quizás, ante todo, como una falta de realismo. Es absurdo provocar un conflicto sin salida, proponerse victorias que no se pueden alcanzar o que, de alcanzarse, no sirven para nada o empeoran el conflicto”. La palabra “realismo” no envuelve intuiciones y la palabra “absurdo” no vislumbra secuencias históricas.

Ockham enseñó que la ciencia avanza sólo cuando desdeñamos conceptos o hipótesis que confunden más que ilustran o que plantean más preguntas de las que resuelven. Ayudemos a la ciencia ignorando el texto de Zaid. Zaid, no escribas crónicas más, por vida mía…

Profesor Edvard Zeind Palafox 

http://donpalafox.blogspot.mx/

 


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